El género no sólo afecta a cómo duermen las mujeres, si no también cómo llegan al sistema sanitario y cómo son atendidas
Por: Dra. Ana Fernández Arcos

La autora es neuróloga e investigadora, especializada en trastornos de sueño. Barcelona Beta Brain Research Center y Clínica CISNe, Barcelona, España. Secretaria del Grupo de Estudio de Trastornos de la Vigilia y el Sueño de la Sociedad Española de Neurología
El sueño es un determinante clave de la salud física y mental. En el caso de las mujeres, resulta esencial diferenciar entre los factores derivados del sexo biológico (genéticos, hormonales, fisiológicos y anatómicos) y género, entendido como un constructo social que condiciona el estilo de vida, la carga de cuidados y las oportunidades de descanso.
Aunque las mujeres tienen una mayor esperanza de vida, los estudios muestran peor estado de salud autopercibido y mayor dependencia funcional, es decir, viven más años, pero en peores condiciones de salud.
El sueño y sus trastornos desempeñan un papel relevante en la comorbilidad de múltiples enfermedades. Cada vez disponemos de mayor evidencia de su contribución a la aparición y progresión de enfermedades crónicas, especialmente en el ámbito cardiovascular, salud mental y las enfermedades neurodegenerativas como la enfermedad de Alzheimer.
El género determina la exposición a varios riesgos para la salud, incluida la dificultad para mantener un sueño adecuado, condicionada por los roles asignados, las responsabilidades domésticas y de cuidados, la disponibilidad de tiempo y los niveles de estrés.
Por otro lado, un descanso correcto se asocia a una mejor adherencia a comportamientos saludables, como seguir una alimentación equilibrada y realizar actividad física de forma regular. A pesar de ello, la salud de sueño sigue siendo un reto infravalorado de salud pública.
Cuando el motivo de consulta es un problema de sueño, es necesario conocer no solo los aspectos biológicos que influyen en el descanso de la mujer, sino tener en cuenta los factores individuales, interpersonales, comunitarios y sociales que determinan cómo y en qué condiciones dormimos.
A nivel individual influyen los rasgos de personalidad, el grado de ansiedad y la tendencia a la hiperactivación nocturna que pueden interferir en la conciliación y el mantenimiento del sueño. A nivel interpersonal, destacan la distribución desigual de los cuidados, ya sea durante la crianza o hacia personas dependientes, así como la calidad de las relaciones de pareja y convivencia.
A nivel comunitario, juegan un papel las condiciones laborales, la estabilidad económica, la seguridad del entorno y la disponibilidad de redes de apoyo. En el plano social y estructural intervienen la pobreza de tiempo, las desigualdades socioeconómicas y las políticas de conciliación insuficientes.
El género no sólo afecta a cómo duermen las mujeres, si no también cómo llegan al sistema sanitario y cómo son atendidas. El reconocimiento del malestar relacionado con el sueño como un problema médico, con diagnóstico y tratamiento específicos, continúa siendo un reto.
Por ejemplo, la dificultad para dormir durante el embarazo ha sido tradicionalmente asumida como algo inevitable, a pesar de su impacto en la salud materna y fetal. Esta normalización puede retrasar la identificación de trastornos prevalentes, como el síndrome de piernas inquietas o las apneas obstructivas del sueño (AOS).
También pueden existir sesgos diagnósticos por género. Cuando un paciente adulto refiere despertares frecuentes, los hombres suelen ser derivados por sospecha de AOS debido a su elevada prevalencia. En cambio, en las mujeres, a pesar de que la prevalencia aumenta significativamente tras la menopausia, es más habitual que se interprete como insomnio y se inicie tratamiento con hipnóticos. Esto reduce la precisión diagnóstica y favorece la cronificación, especialmente en mujeres que reciben benzodiazepinas pese a presentar apneas significativas.
Lo mismo ocurre con otros trastornos de sueño infradiagnosticados en la mujer como el síndrome de piernas inquietas y la narcolepsia, en los que la presentación clínica diferencial y los sesgos de derivación pueden demorar el diagnóstico durante años.
Además, sería incompleto abordar el insomnio en la mujer evaluando únicamente aspectos biológicos, como la menopausia considerando la terapia hormonal sustitutiva como única intervención. Resulta imprescindible una valoración global que incluya otras comorbilidades médicas, la salud mental, el estrés crónico, las condiciones laborales y factores socioeconómicos.
La ciencia del sueño: una visión androcéntrica

Durante décadas, la ciencia del sueño ha estado construida desde una visión androcéntrica.
Desde los modelos animales, centrados inicialmente en roedores machos, las cohortes principalmente masculinas y la falta de análisis estratificados por sexo han generado un sesgo metodológico relevante que dificulta extrapolar resultados a las mujeres.
Además, las herramientas de cribado diseñadas a partir de datos masculinos, como la Escala de Epworth para la somnolencia o el cuestionario STOP-Bang para el cribado de apneas, presentan menor sensibilidad en población femenina, lo que complica la correcta clasificación para estudios diagnósticos.
Tampoco existe suficiente evidencia sobre la farmacocinética diferencial de los fármacos hipnóticos y psicotrópicos según sexo, un aspecto clave en la práctica clínica.
En conclusión, necesitamos conocer mejor los factores de riesgo biológicos, sociales y estructurales que dificultan el sueño de las mujeres lo largo de la vida. Abordar los trastornos de sueño desde una perspectiva de género mejora la precisión diagnóstica, optimiza los tratamientos y reduciendo la cronicidad, contribuyendo a una mejor salud global a largo plazo.
(*) Este tema formó parte de la agenda de discusión del VIII Congreso de la Sociedad Española de Medicina Dental del Sueño (SEMDeS), que se desarrolló el 22 de noviembre de 2025 en San Lorenzo de El Escorial (Madrid), con énfasis en “Los trastornos del sueño de la mujer: la importancia de un diagnóstico precoz”.

