Amigos lectores:
Una vez más arranco estas líneas de presentación con mi palabra de gratitud a Corina Yoris Villasana, en esta ocasión, por la coordinación del dossier en memoria de Sandra Pinardi (1959-2022), filósofa, pensadora de las artes, docente, curadora y ensayista, tempranamente fallecida en abril.
Los siete textos reunidos hablan desde la proximidad: colegas y alumnos que intercambiaron con ella, la escucharon, emprendieron algún proyecto en conjunto o la tuvieron como profesora. A medida que se avanza en los siete materiales, el carácter multifacético de Pinardi, sus inquietudes intelectuales y proyectos ganan cuerpo, perspectiva, humanidad.
Escriben Erick Del Bufalo (Sandra Pinardi fue una gran investigadora y teórica de lo político, pero siempre desde la mirada sensible, perceptiva, “estética”.
En las artes era capaz de hallar todos los arcanos del maleficio de la Venezuela contemporánea. Pero también fue una investigadora de lo estético en sí mismo, de su campo y su ciencia innombrada; ya que en la experiencia autónoma de lo estético –legado de esa modernidad de las luces– se podían encontrar todas las claves existenciales del sentido de la vida, lo que ella llamaba “la razón estética”); Eleonora Cróquer Padrón (Hablar con Sandra era siempre una ocasión para la intervención aguda y el apunte certero. Tuve la enorme fortuna de acercarme a ello, y de saber que allí donde Sandra desplegaba su enorme rigor conceptual y su generosidad infinita podía obrarse de nuevo el mundo. Traerla de nuevo a la memoria es tratar de poner en palabras una especie de certeza: allí donde la vida intelectual deviene creativa, algo del orden de la estética manifiesta su capacidad de obrar: de inscribir un acontecimiento); Daniel R. Esparza (Al despedirnos de Pinardi, al encomendar a Sandra a-Dios, reconocemos nuestra propia soledad: el mundo es siempre un lugar más solo cuando una maestra de la que seguimos esperando luces finalmente tiene que callar); Luis Polito (Hablar de cotos especializados es hablar de límites y de exclusiones. Desde lugares en los que muchos se dedican a pontificar. No era el caso de Sandra. No calificaba y no excluía. En cambio, era capaz de ir al grano. Siempre precisa. Este sano atributo para el fomento de la comunión requiere de una capacidad y actitud previa: la de dialogar con el otro. Esto se hace con respeto. Y se hace escuchando. En esto, Sandra fue ejemplar); María Ramírez Delgado (En sus palabras como profesora era donde desplegaba toda su lucidez, con las ideas organizadas sobre un entramado matemático, sobre todo cuando me señalaba cualquier desacierto (como, por ejemplo, sobre mi afán solipsista que ella combatía con gran insistencia). Las clases eran un ejercicio filosófico, no se trataba de hacer demostraciones sino de compartir, desde lo profundo, el razonamiento para intentar llegar a la verdad); Marta de la Vega Visbal (La muerte temprana de Sandra dejó ciertamente proyectos inconclusos, en especial en el campo de la creación artística de Venezuela, como una biografía fallida de Luisa Richter que esta gran pintora, hasta su muerte, esperó, sin lograrlo, ver a la luz. Pero deja aportes importantes, no solo en publicaciones que han enriquecido la comprensión e interpretación de la realidad desde la óptica de la producción artística, sino en el plano gerencial académico, como su contribución a la fundación del Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón, del cual fue directora); y Yelitza Rivero (En su artículo “En torno a los Derechos Humanos”, publicado en Filosofía en la Ciudad, Caracas y la filosofía, destaca la profesora Sandra Pinardi que estos derechos reflejan una manera de entender lo que somos en tanto que humanos, porque son resultado de una reflexión respecto a la concepción de nuestra naturaleza. En dicha concepción el ser humano es concebido como un ser capaz de ser libre y racional, condición que nos distingue del resto de los seres). Páginas 1 a la 4.
Las siguientes dos páginas están dedicadas a los 50 años de la fundación del capítulo Venezuela de la Asociación Internacional de Críticos de Arte -AICA Venezuela-, que celebró su aniversario en abril. Los cuatro textos comparten un talante valorativo: hablan de lo que la crítica de las artes le ha aportado, por medio siglo, a las artes venezolanas y a su historiografía. Escriben Bélgica Rodríguez, María Luz Cárdenas, Régulo Pérez y Beatriz Sogbe. En la actualidad, se lee en el artículo de Bélgica Rodríguez, AICA Venezuela tiene 27 integrantes. Los artículos están en las páginas 5 y 6.
Hasta octubre permanecerá abierta El bosque, exposición de Samuel Baroni en la Sala Magis, Universidad Católica Andrés Bello. Publicamos en esta edición dos textos que hablan de ella. Uno de Víctor Guédez (“Como lo advertimos al principio, el diálogo que nuestro artista establece con la naturaleza es el que le despeja el camino al tema del bosque y el que enfatiza la idea de una interacción que descarta cualquier riesgo de impositivas verticalidades. De alguna manera se transmite la percepción de que Samuel Baroni no está detrás ni por delante de la naturaleza, más bien está a su lado con lo cual asegura la profusión de una vivencia estética afincada en la longanimidad y en la laxitud”), y otro de Humberto Valdivieso (“Ahí lo inmaterial se hace visible, como todo lo humano, a través de signos y símbolos: imágenes bidimensionales y tridimensionales hechas de pintura, caligrafías, sonidos, etiquetas, madera, metal, tela y otros materiales orgánicos. Sin distinción conviven las cavilaciones del alma, las huellas de formas de vida animal y vegetal, y los objetos visuales. Unos llaman a los otros en un juego de apariciones y desapariciones (todo está oculto y expuesto a la vez). Espíritu y materia son parte de una misma geografía, de una naturaleza indivisible donde arte y vida cotidiana, insecto y planta, orgánico e inorgánico, palabra y sonido nunca son contradictorios”).
Por su parte, Susana Banko escribe sobre la exposición del artista Mechidetulio en la Galería Graphicart: “Las soluciones compositivas en la mayoría de sus pinturas y esculturas tienen, por otra parte, un dinamismo particular. Este se da por repetición de figuras geométricas en alto contraste de valor, por cambios en su direccionalidad, alteración en el paralelismo entre las líneas estructurales o bien por la presencia de formas angulares y diagonales. Ello hace que en sus obras se produzca un ritmo interno según estos cambios producidos en su sintaxis. En sus piezas tridimensionales se agregan otros interesantes planteamientos formales: variaciones en la proporción o en el tamaño de las formas ensambladas y una importante relación entre las luces y las sombras que equivale al juego dinámico entre “los llenos” –las formas– y el vacío”. Está en la parte inferior de la página 8.
Página 9: Sergio Antillano Armas nos ofrece El flujo de conocimientos, en el que revisa aspectos fundamentales sobre la organización, disponibilidad y acceso al conocimiento, para que este sea útil: “Los conocimientos científicamente validados constituyen en la actualidad el más importante patrimonio de la humanidad y la mayor riqueza de las sociedades modernas. Pero requieren ser acopiados, conservados y hacerlos accesibles. Los conocimientos necesitan ser sistematizados, y colocados en formas tales que sea posible su transferencia a las nuevas generaciones, a las audiencias no expertas y a todo a quien le interese o necesite ese saber fiable. Democratizar el acceso a ellos. Abrir caminos para que puedan ser accesibles a quienes los requieran. Su procesamiento, divulgación y la consecuente apropiación por la ciudadanía no es un asunto a dejar únicamente en manos de Internet donde naufraga el ciudadano en ese océano que mezcla falsedades con verdades científicas, pseudo ciencia con saberes basados en evidencias, y opiniones interesadas que tergiversan las informaciones”.
Página 10, página de cierre: Sobre el lenguaje inclusivo de género en español. Una humilde propuesta: así titula el artículo de Luis Miguel Isava, en el que propone una solución alternativa, distinta a las tres que hoy predominan en el debate: “a) la doble enunciación (“señoras y señores”, “escritoras y escritores”, “usuarias y usuarios”); b) la sustitución de la letra que marca el género (o, a) por la letra “e”, que es el marcador neutro de la forma del participio activo de los verbos (“arquitectes”, “enfermeres”, “ingenieres”); y c) la sustitución de la letra que marca el género (o, a) por la letra “x” (“alumnxs”, “jugadorxs”)”. En el que podría ser no más que un primer esbozo de un posible modelo para el lenguaje inclusivo, escribe:
“¿por qué no pensar entonces en una sustitución igualmente implícita, pero de un sustantivo que satisfaga todas las intenciones comunicativas? Yo propongo que ese sustantivo podría ser la palabra “persona”. “Persona” tiene varias ventajas sobre las propuestas de cambio mencionadas anteriormente. En primer lugar, no discrimina pues todos/todas/todes/todxs se piensan y se sienten como personas, que es una categoría de existencia social (recuérdense las expresiones legales “persona natural”, “persona jurídica”) y que por tanto no requiere diferenciación en géneros. En segundo lugar, porque etimológicamente la palabra se vincula con identidades asumidas, no prescritas: persona era la denominación de las máscaras usadas por los actores en el teatro y por lo tanto que tiene la ventaja de ser una denominación aceptable para las nuevas discusiones de género (lo que no es el caso, por ejemplo, en la otra palabra candidata a ser el sustantivo implícito: individuo)”.
Me despido en este punto. Que algún provecho traigan estas páginas.
Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional