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Por: David Gómez Rodríguez

El autor es escritor y politólogo. Forma parte del proyecto El cuarto de los duendes (2008), el cual se fundó como parte del entusiasmo de los poetas Luis Alberto Crespo y Antonio Urdaneta de abrir un capítulo de Lara (Venezuela) de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Gómez, junto con un grupo de jóvenes, animados por Antonio Urdaneta, consolidan esta idea que buscó “reivindicar la literatura larense» ya que el nombre rinde homenaje al escritor larense Julio Garmendia. Los caminos se bifurcaron pero la admiración hacia Urdaneta se mantuvo firme. Antonio Urdaneta, el duende mayor, se ha ido para siempre, así que este homenaje de uno de sus duendes amado permite volver sobre su legado literario.

Soy un campesino indómito alrededor de la tierra,
en el centro de tu jardín de amor,
Lo ves.

Antonio Urdaneta

El poeta Antonio Urdaneta nace en 1947, negrito como un cacho, pequeñito como un lirio que vino del mar.

El planeta Barquisimeto, como él mismo ha bautizado su ciudad natal, fue su cuna, su biblioteca predilecta y su espacio para la farra, pues San Antonio y la Veragacha siempre fueron testigos del baile crepuscular entre el poeta, los amigos y las aguas del Turbio.

Es por ello que Luis Suárez ha dicho «La poesía de Antonio es una tierra para festejar». Siempre podremos cantar con el eco de su voz los poemas más misteriosos, como un rayo de luz que atraviesa la niebla merideña que ha cerrado los párpados del poeta.

Antonio cursó estudios de bachillerato en el Liceo «Mario Briceño Iragorri». Cuando se graduó dicen que llevó una toga verde, parecía más un duende que un bachiller, así quiero creerlo.

El poeta nos ha confesado a un grupo de amigos de El Cuarto de los Duendes que en matemáticas sacó 18, era bueno con los números, pero siempre fue mejor con los personajes que recorrían la plaza Altagracia. Creo que los amó tanto como ahora que los encuentra: Los Garmendia, el Padre Borges, los tamunangueros…

Me imagino que ahora que los encuentra de frente les dirá con sus sones:

Como no tengo caramelos

regalo poemas.

así me comprenden por ahí

Como no tengo poemas

regalo silencios,

así me comprende la inmensidad

nada menos, nada más.

A los 20 años realiza sus primeras publicaciones. Ya en Caracas, con un ojo de poeta en las manos y la taxonomía floral de Carl Linneo, se clava un viaje en los huesos como el frío de los Andes: ve el futuro y con esa peregrinación ganará la Bienal Nacional de Literatura «Ramón Palomares» cinco décadas después.

En 1968 ingresa de la Universidad Central de Venezuela en la escuela de Letras con el Movimiento de Renovación Universitaria. Eran tiempos de convulsión y lo llamaban Cirilín entre los salones y la legendaria tierra de nadie, donde compartió con Luis Alberto Crespo, William Osuna, Néstor Francia, Humberto Márquez y otros que, entre política y literatura, se debatían la vida.

Podemos decir que lo cortés no quitó nunca lo valiente, él siempre fue un militante de la poesía y desde ahí organizó su universo.

Antonio ha sido nombrado en varios escenarios en los que he estado presente, como uno de los mejores escritores de Venezuela, sin embargo, poca importancia han tenido esas palabras en el terreno de las apariencias.

La gloria del poeta Urdaneta no reside en sus títulos o sus premios, por ejemplo el Premio Nacional Universitario de la Dirección de Cultura de la UCV o la Bienal de Literatura «Antonio Arraiz».

No, la gloria del poeta Urdaneta gira con la humildad de los lirios en su labor cotidiana de promoción literaria y lo que inspiró con la belleza de su maestría.

Antonio Urdaneta, negrito y pequeñito, como nació, es padrino e inspiración de una generación de escritores que más allá de la adulación le agradecemos su devoción por las letras y ese pasito lento que le recorre la voz al decir poesía.

La gloria de Antonio será cerrar los ojos entre la miel de Oshun, en el beso de su otro yo, compañera de vida: Carla Dharma, y no morir, sino ser eco e ir más allá de los libros, en unas páginas que no le temen al tiempo, porque se ubican en la biblioteca del alma.

Entregado a tu belleza y humildad,

Cachita,

Regálame tu amor y dame fe.

Teniendo tu gracia

lo tengo todo,

Ampara mi hogar,

mi cordón familiar

Los poetas de Barquisimeto cantan su nombre aun con los huesos partidos y él nos responde en su poema Viaje a Isnotú y Salvación de Ejido diciéndonos con la voz de Orunmila: «Me siento una víctima amada», y así sigue en un viaje entre Timotes y Mérida, más allá de Valera, en «La Cueva de los Indios» naufragando en las heladas lagunas del páramo, mientras Lara lo espera entre cardones y altares para darle resguardo.

Devoción y literatura

Cierto misterio penetra la literatura de Antonio Urdaneta: parece estar conectado con los santos africanos y con los silencios del Bosque Macuto.

Todo se arremolina en un viaje desde Paya al centro de los riachuelos, donde el frío de las cosas descansa.

Hay un santuario que guarda la voz de Antonio, pues cuando escribe nos deja un registro de todo cuanto transita en senderos luminosos, le escribe a las vírgenes y a los santos; a los duendes y a los senderos; a la gente que ha respirado la ciudad con el peso de su sonrisa y a una botánica que estudia con la devoción de Gastón Bachelard frente a las cosas de la casa.

Ha publicado Rubén Darío, acero, oro y amor (1967), Crebar albores (1983), El milagro de Pablera (1988), El lirio que vino del mar (2008) y junto a los poetas del grupo literario Palabra Clave, el cuadernillo Memorias de Altagracia. Asimismo, su obra inédita (de la que me habló) comprende : La psique de la rosa, un estudio sobre la obra literaria de Rafael Michelena Fortoule compilada por el cronista y poeta Ramón Querales; Ruta mágica de Lara, el cual es un trabajo sobre el imaginario larense y su trascendencia; y Ah mundo San Antonio, investigación acuciosa sobre la vida, proyección cultural y espiritualidad de San Antonio de Padua y el Tamunangue.

Qué niño tan lindo

tienes en tus brazos,

padre mío, San Antonio,

terrible, valiente, resolvedor.

Juan Parada dice con respecto a su obra: «No hay palabras en esta poesía de Antonio, hay acemas negras y café amargo, cifras inocentes saltando de un tablero, vulvas de urticantes vellos».

Otras valoraciones podemos encontrarla en Luis Alberto Crespo o Wafi Sali, pero no serán solo los círculos literarios de su generación los que reivindiquen a Antonio, porque él es un duende que se ha escondido frente al espejo, que no ha renunciado a su paso en la ciudad, que no rechaza bebidas, ni plazas, ni poemas y se sembró en el alma de los jóvenes que recorrían inquietos plazas y crepúsculos.

Se mira en el espejo de sus poetas, busca en el tiempo la magia y el misterio, y no pierde su autenticidad.

En uno de los foros que tuve el honor de organizar en pro de la literatura larense, Antonio aseguraba que «la poesía es lo más subversivo que existe, porque la poesía trabaja con una materia que algunos piensan que no se toca (…). La poesía trabaja sobre una materia que es la imaginación»… ciertamente a los presentes nos sorprendió, pues lleva al terreno de lo material una categoría que todos ubicaríamos en el campo de lo espiritual.

Antonio Urdaneta recrea un universo desde la imaginación y lo hace posible; sus santos, sus ríos y sus duendes no pertenecen a la irrealidad, sino que determinan una dinámica y una relación con el mundo que lo rodea.

Entendiéndolo así, ciertamente la poesía es subversiva y transformadora, ya no como herramienta, tal y como insistirían algunos marxistas del siglo pasado, sino como acción. Esta concepción sería merecedora de una tesis en la misma escuela universitaria en la que se graduó el poeta, pues el sólo hecho de pensar en la poesía en esos términos, es revolucionario.

Queda como tarea para las nuevas generaciones de licenciados en letras poder ahondar en el tema con mayor rigor y profundidad, aunque algunos prefieran a Mallarmé. No obstante, Antonio es nuestro y es grande en su obra.

Por lo antes expuesto y por razones que no alcanzaría a registrar en un escrito de esta naturaleza, la obra y la voz de Antonio Urdaneta, deben ser reconocidas en el país como un reservorio de identidad de nuestro pueblo.

Toda su fuerza y precisión dejan caminos por los cuales transitar entre imágenes y crónicas una geografía simbólica e icónica, donde los terruños tienen nombre y los hombres rostros; donde las flores cavilan el vaivén del viento y registran con fechas y olores la temperatura de las aguas.

Cierro este pequeño homenaje y esta página que procura seguirle los pasos para Crebar albores, con un poema de uno de los duendes que más lo amó, José Miguel Méndez. Le dice a nuestro Antonio mientras una lágrima me recorre el rostro:

Krishna nos sonríe ferviente de perlas orientales

dioses congregados sobre el color ya fallecido.

¡El Río Turbio viaja hacia el castillo oriental!

Y es así, mi viejo, que el crepúsculo doloroso

conversa cada día en la historia caminante que se esconde

en el desorden mágico que nos privilegia ordenar

la naranjeada tarde de poesía.

Cada día las imágenes

crean un panorama firme de humilde constelación,

y destellos encontramos en la puerta de la mañana

al cruzar la calle después del olvido del calendario

y en las horas más hermosas para el sollozo.

Y en algún lejano lugar pasarán a rozar los cabellos

“Hare krishna, Hare Krishna

Krishna Krishna, Hare Hare”

pasarán a cabalgar sobre orillas espumosas

cuando recorres la ciudad de Barquisimeto o el universo.

No pienso dejarte en mis olvidos cortados

entre la montaña tu rostro, la ciencia artesanal,

la palabra que se forja indefinible,

tus huellas vuelven a impregnarse en la vida

vuelven a contraer todo su color.

Por: David Gómez Rodríguez