Por: Dra. Marta Illueca
La autora es médica pediatra, investigadora científica y teóloga. Este artículo fue publicado de manera original en el diario La Prensa de Panamá, sección Opinión del 12 de noviembre de 2023
Escribí en esta columna sobre el tema de la «legalización» del uso en medicina del cannabis o la «marihuana,» sustancia de alto consumo recreativo con reconocido potencial adictivo. Hoy quiero continuar y educar al público, resaltando lo complejo del tema, el contenido mixto de sus ingredientes y la creciente ola de incidentes adversos afectando a la edad pediátrica.
Comienzo repasando la evolución del uso del cannabis en los últimos 50 años y resalto el riguroso proceso regulatorio al cual se enfrentan las industrias productoras de toda clase de preparaciones y derivados. Desde la década de 1970, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), en los Estados Unidos, ha evaluado más de 800 aplicaciones para varios usos del cannabis y de productos sintéticos derivados de la planta natural. En los últimos 10 años, en particular, las aplicaciones se han duplicado y ha surgido un interés más enfocado en el uso medicinal de sus derivados sintéticos y las varias rutas de administración o ingesta en humanos.
Recordemos que el cannabis no es una sola sustancia sino una mezcla de casi una centena de ingredientes, de los cuales forman parte los cannabinoides y los terpenos, que son los compuestos con actividad farmacológica. Sus plantas más conocidas son la Cannabis sativa y la Cannabis índica (cáñamo índico) por sus apelaciones científicas. Al presente, la mitad de las aplicaciones pendientes por la FDA se enfocan en medicina del dolor y adicción, neurología y enfermedades inflamatorias. Durante las décadas de 1970 y 1980, la marihuana se consumia casi exclusivamente por inhalación. En su segunda década de producción, comenzaron a aparecer preparaciones orales y tópicas (léase para la piel), y más recientemente, comestibles variados.
Es de interés subrayar que, a partir del 2010, se están mercadeando productos de ingesta oral como extractos botánicos, capsulas, aceites, tinturas y productos vaporizados. También se están vendiendo dulces y pastillas en algunos países. Estos últimos son los que se han visto involucrados, en la literatura médica y pediátrica, en un sinnúmero de casos de intoxicación por niños menores de 6 años. Esto no es de extrañarse porque las industrias productoras están vendiendo pastillas de goma, chocolates o dulces, que son engañosos para niños y su aspecto no cumple con los requisitos de seguridad para prevenir ingestiones accidentales en pediatría. Se estima que la mayoría de las ingestiones accidentales en niños pequeños ocurren en casa y se han reportado casos severos de intoxicación en niños de 3 años de edad. Además, y de especial consideración, es su efecto dañino reportado en cerebros de jóvenes adolescentes, así como también un detrimento en los recién nacidos de madres que lo usan porque cruza la placenta y se excreta en la leche materna.
Hay que entender que los beneficios médicos prometidos al público no cuentan con la debida evaluación de efectividad y seguridad. Hasta la fecha, la FDA no ha aprobado ninguna preparación de la planta de marihuana natural para uso médico. No se sabe cuáles son las dosis optimas y no se cuenta con los datos de seguridad necesarios para advertir al público sobre el uso juicioso y seguro de estos productos. El término “cannabis medicinal” es un apelativo incorrecto. Los únicos productos aprobados en medicina por la FDA son los compuestos purificados del cannabis y los he descrito en mi artículo previo en este tema (véase: Cannabis, moneda de dos caras).
No hay duda de que el cannabis tiene un potencial terapéutico, pero hay que ser juiciosos al respecto por su conocido potencial adictivo. El cannabis goza de fama de ser «medicinal» por su efecto relajante, o estimulante o de euforia. Además, algunos de los componentes de la familia de los «cannabinoides,» pueden tener un potencial analgésico o anti-epiléptico. Sin embargo, no se pueden puntualizar sus efectos a menos que se trate de un extracto purificado y debidamente estudiado contra placebo.
En resumen, el potencial terapéutico del cannabis debe ser estudiado en forma responsable y con rigor científico. En Panamá, al igual que otros países, en caso de aprobarse la venta de estos productos, se necesita garantizar el control de calidad y recopilar datos exactos de los componentes de interés. Es vital el desarrollo de protocolos que analicen las dosis óptimas y el rango de seguridad para prevenir niveles tóxicos en el organismo humano. Podemos apoyar el progreso de la ciencia y el desarrollo de productos terapéuticos en forma responsable y en especial, siendo todos protectores de la salud física y mental de nuestra niñez.
Por: Dra. Marta Illueca