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Por: Dra. Marta Illueca

La Dra. Marta Illueca, autora del artículo, es médica pediatra así como investigadora clínica. Este artículo fue publicado de manera original en la sección Opinión del diario La Prensa de Panamá, el 9 de julio de 2023

Como autora de esta columna desde el pico de la pandemia, hasta su reciente amainar, pienso que no se deben ignorar las huellas perdurables de la misma. En particular, continúo educando sobre los estragos del COVID prolongado y hoy me quiero enfocar en una “dupleta” costosísima a la cual conviene prestar atención más temprano que tarde. Y es que en lo referente al COVID prolongado el “metal” y lo “mental” van de la mano.

Dada la falta de datos específicos en nuestro país, procedo a citar las proyecciones disponibles en países desarrollados. En un informe reciente de la autoría del profesor David Cutler, catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Harvard, se ha estimado que en los EEUU el costo financiero del COVID prolongado es de magnitud estratosférica y supera los tres trillones y medio de dólares, es decir más de tres mil billones de dólares. En este análisis se indican tres áreas claves que sobre las que inciden las secuelas crónicas de la COVID-19.

En primer lugar, la pérdida de la calidad de vida del individuo. Es en especial preocupante el impacto casi certero del COVID prolongado en la función cognitiva y capacidad de aguante de sus víctimas.

La fatiga crónica deshabilita gravemente la productividad y la motivación individual, aparte del absentismo resultante.

En segundo lugar, la perdida de ganancias debido a una baja en la fuerza laboral que se estima, en los EE. UU., en casi dos tercios del total de trabajadores.  Y, en tercer lugar, el aumento en gastos vinculados a cuidados médicos a largo plazo.

Ya la realidad del COVID prolongado no es un tema de ciencia ficción. Importantes institutos médicos especializados de los EE. UU. han habilitado más de cien clínicas y centros, en casi todos los estados, para tratar específicamente el COVID-prolongado, incluyendo centros como Baylor, Cedar-Sinai, Cornell y Yale,

Aunado al costo material del COVID prolongado, quiero resaltar las secuelas neuropsiquiátricas (léase, mentales) a largo plazo.

En meses recientes se han publicado con mayor regularidad, informes importantes que puntualizan las consecuencias neuropsiquiátricas del COVID prolongado, en los niños y jóvenes, en especial la fatiga, niebla mental, ansiedad e insomnio.

Estas mismas pueden durar, semanas, meses o años.  En un análisis extenso de 80,000 casos pediátricos de COVID en una revisión sistemática de la literatura médica publicada en Scientific Reports (la quinta revista médica más leída en el mundo), se calcula que  uno de cada 8 individuos con COVID prolongado desarrolla déficits mentales.

Si sumamos las consecuencias relativas al prolongado cierre de las escuelas nos enfrentamos a una perspectiva de incertidumbre social muy tenebrosa.

Ya desde mediados del 2022 la Unicef y el Banco Mundial, habían estimado en un informe sobre como en América Latina y el Caribe, se “ha sufrido una triple maldición, ya que enfrentó el mayor impacto combinado en términos de salud, economía y educación” (véase “Dos años después, salvando una generación”, 2022). Según este informe 4 de cada 5 niños menores de 10 años no saben leer correctamente.

Agrega otro informe del Banco Mundial (abril, 2023) que en la esfera de la educación, se han sacrificado en promedio dos tercios de los días de clases presenciales, en forma parcial o completamente. No estamos hablando de perder una semanita de clases por fiestas patrias. Esto equivale a sacrificar 1.5 años de aprendizaje y se calcula que, a largo plazo, en su edad adulta, conlleva el riesgo de perder 12 % del total de ingresos que podrían recaudar en su vida profesional.

Con este panorama incierto, hay que abrir los ojos. La vacunación pediátrica contra enfermedades transmisibles debe proceder puntualmente, sobre todo contra la COVID-19. Ya la ciencia ha demarcado el efecto persistente del virus de la COVID en el cuerpo de niños e infantes por meses después de la enfermedad, y su vulnerabilidad para desarrollar COVID prolongado.

La COVID-19 ha pasado de ser una pandemia casi universalmente mortal a una enfermedad prevenible por vacunación temprana. Es imperdonable que no se inviertan más esfuerzos económicos y científicos en la educación y prevención de enfermedades transmisibles, en la recuperación educacional de nuestra juventud y en la rehabilitación de la fuerza laboral afectada por la pandemia.

Por: Dra. Marta Illueca