El dossier Sobre los seres y las cosas que dejé en Venezuela ha sido ilustrado por Claudia Leal, artista, editora y diseñadora venezolana residenciada en Madrid
Por: Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional
Amigos lectores:
I.
La convocatoria se llama De los seres y las cosas que dejé en Venezuela y, como es previsible, fue dirigida a un grupo de autores que viven fuera de Venezuela. Decía la breve invitación: “testimonios que hablen de los seres queridos, las rutinas, los paisajes, las rutas, las cosas, los lugares, el mundo sensible y material que, al partir, dejamos atrás. Lo dejamos y, con frecuencia, lo extrañamos. Se trata de consignar en un texto breve, algo de esa dimensión que es memoria y nostalgia a un mismo tiempo”.
II.
Respondieron Alejandro Sebastiani Verlezza, Alexis Romero, Alfredo Baldó Michelena, Beatriz Carolina Peña, Betina Barrios Ayala, Carlos Leáñez Aristimuño, Carlos Zerpa, Edgar Cherubini Lecuna, Enza García Arreaza, Francisco Suniaga, Gustavo Valle, Jairo Rojas Rojas, Javier Conde, Jesús Montoya, Joaquín Marta Sosa, Juan Carlos Chirinos, Juan Carlos Méndez Guédez, Karen Lentini, Katherine Chacón, Laura Febres Cordero, Lena Yau, Lihie Talmor, Lucy Fariña, Luis Alfonso Herrera, Luis Barrera Linares, Luis Mancipe León, Luz Marina Rivas, Manuel Gerardo Sánchez, María Pilar Puig Mares, Narcisa García, Néstor Rojas, Ophir Alviárez, Oriette D’Angelo, Patricia Van Dalen, Pedro Plaza Salvati, Rolando Peña y Tulio Hernández.
III.
El dossier Sobre los seres y las cosas que dejé en Venezuela ha sido ilustrado por Claudia Leal, artista, editora y diseñadora venezolana residenciada en Madrid. Quizá los lectores recuerdan un trabajo anterior suyo para el Papel Literario, cuando ilustró la edición completa de Memorias del paladar, uno de los especiales que publicamos en noviembre de 2023, para celebrar los 80 años de nuestra publicación. El conjunto, textos e ilustraciones, se despliega en las páginas 1 a la 6.
IV.
Copio, a modo de bocado, el texto de Enza García Arreaza, que se titula Tuqueques:
“Dejé atrás los discos de música académica comprados en mi adolescencia. En el inmortal ahogo de tener trece años aquello era de las peores cosas que podían acontecer, emocionarte con esa “música de funeral” y que nadie quisiera hablar contigo, salvo para un solo chalequeo. De Salserín a Mahler. De Juan Gabriel a Tchaikovsky, y mis ganas de tirarme por la ventana, que ya no me persiguiera la voz de Marta Colomina a todas partes, que por fin llegáramos a país de primer mundo como nos habían prometido en tercer grado de primaria. A veces, cuando odio estar aquí entre quesos de plástico y advertencias de tornado, cuando añoro mi cuarto y mis discos, pongo el cuarteto americano de Dvořák (que también vivió en Iowa) y me vuelve la paciencia, lo perdono todo. Otras veces suena Inocente Carreño o Paul Desenne (y Los melódicos o Las chicas del Can) y me invade una esperanza arrolladora, casi inexplicable: el sol brilla en un vaso, puedo oler unas empanadas, hay ventarrones, cigarras, olas, mis hermanas bailan y gozan un puyero, por poco nos hemos olvidado del dolor y la miseria. ¿Será, Enza Carolina? ¿Será que este es el año? Los compases del futuro son una matraca de huesos y cenizas, son pausas y alaridos, son la melodía del amolador y del carrito de helados, los atraviesa el repique del telefonito gris Cantv y la risa de mis sobrinos ya graduados del bachillerato. Dejé atrás los tuqueques, esos seres sinfónicos y nocturnos, que protegen las casas y nuestras horas de sueño. Por eso a veces me despierto y no sé dónde estoy”.
V.
En las páginas 7 y 8 la edición da un giro: Carlos Colina nos ofrece una versión de su ensayo Las falacias de la contracultura, adaptado al espacio del PDF (el texto completo está disponible en la sección Papel Literario de www.el-nacional.com). La revisión de Colina se interesa por aspectos semánticos, culturales, sociológicos, históricos y hasta políticos de la contracultura. Resulta un ordenado ejercicio crítico que recompensa con creces el tiempo que le dedique el lector:
“Esta corriente antioccidental también participa del exotismo y reivindica lo supuestamente “auténtico”, como sinónimo de lo no industrial, no comercial y premoderno. Coincidencialmente, la idea del buen salvaje atraviesa a no pocas contraculturas.
Ahora bien, a pesar de su matizado antioccidentalismo, los fenómenos contraculturales emergieron, entre otros factores, porque las sociedades estadounidense y europeas eran abiertas y pluralistas, en el marco de una globalización mediática incipiente, sobre todo televisiva. Un pluralismo que permitió integrar en USA, la cultura liberal, el ascetismo protestante e incipientes manifestaciones orientalistas. Es difícil, sino imposible, pensar que las contraculturas hubiesen podido surgir detrás de la cortina de hierro o en el seno de las autocracias islámicas. La tradición liberal occidental y los derechos concomitantes, han sido el contexto que posibilitó la emergencia de dichos fenómenos. Asimismo, las principales corrientes culturales-ideológicas que los atravesaron eran intrínsecamente occidentales, a saber, el culturalismo estadounidense y la denominada nueva izquierda”.
VI.
Desde que lo leí en 2022, esperaba el momento de publicar el reportaje que Hugo Montana (1955-2022), escribió sobre el debatido caso de Emir Rodríguez Monegal, la revista Nuevo Mundo y la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, CIA (por cierto que Montana, poeta, narrador y periodista, no llegó a ver su reportaje publicado: falleció súbitamente en enero de 2022, meses antes de que la Revista de la Biblioteca Nacional de Uruguay, en una edición homenaje a Rodríguez Monegal, circulase).
VII.
Rodríguez Monegal (1921-1985), quien vivió un corto tiempo en Venezuela, fue un prolífico crítico literario nacido en Uruguay. Lector de muchas literaturas y épocas, Biblioteca Ayacucho le dedicó un volumen con su Obra selecta, preparado por Lisa Block de Behar, probablemente la mayor experta en la obra de Rodríguez Monegal. Casi seis décadas del escándalo y sus consecuencias, muchas de las tensiones en debate siguen allí, vivas e irresueltas, solo que ahora, en una atmósfera de noticias falsas, redes sociales y siniestras campañas de distorsión de la realidad, la polaridad de aquella controversia, con Rodríguez Monegal sumido en la perplejidad, luce hoy como una escena de candorosa simpleza.
VIII.
El texto de Montana arranca así:
“A fines de 1965 Emir Rodríguez Monegal partió desde Montevideo rumbo a París. Llevaba como objetivo fundar una revista que diera cuenta de las nuevas voces de la literatura latinoamericana, y que además consolidara un canon con algunos escritores ya consagrados en el continente, pero apenas conocidos en Europa. Su intención era también la de transformarse en vocero y guía de un nuevo corpus narrativo, como ya lo había hecho en su país desde la jefatura de las páginas literarias del semanario Marcha y la llamada Generación del 45 que él mismo integraba. La propuesta de crear una revista que habría de llamarse Mundo Nuevo se la había hecho el editor valenciano Benito Milla, quien a su vez lo había puesto en contacto con el belga Luis Mercier-Vega, responsable del Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI) con sede en la capital francesa, un organismo recientemente creado, dependiente del Congreso por la Libertad en la Cultura.
Hasta entonces Milla había sido protagonista de una vida azarosa: nacido en Villena en 1918, antes de cumplir veinte años había integrado la legendaria Columna Durruti en los inicios de la Revolución española. Tras el triunfo de Francisco Franco, había comenzado un intrincado periplo que lo llevó a Francia, donde editó algunas publicaciones de sesgo anarquista, luego a otros destinos europeos y finalmente a Buenos Aires en 1949, adonde llegó con uno de sus grandes amigos, el escritor José Carmona Blanco. Pero ninguno de los dos se adaptó al gobierno de Juan Domingo Perón y en 1951 llegaron a Uruguay”.
Páginas 9, 10 y 11.
IX.
A modo de cierre, copio un fragmento del texto de Joaquín Marta Sosa: “al emigrar somos unos y al comenzar a orientarnos para sobrevivir en esa nueva tierra (nuevas gentes, nueva cultura, nuevos paisajes), tenemos que hacernos otros en alguna medida. Construimos una nueva individualidad que, sin dejar de ser propia, es diferente pues en un hábitat vital, con nuevas condiciones y desafíos, ya no sirve el futuro que habíamos imaginado, sino otro que nos lo impone de manera ineluctable y hasta esencialmente necesaria esa realidad disímil”.
X.
Hasta la próxima semana.
Todo lo mejor, Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional