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Hoy al conferirme este reconocimiento en su Paraninfo, la Universidad de Panamá quiere simbolizar el agradecimiento de la patria por los actos heroicos que iniciaron nuestra total independencia nacional. Por ello pido un vigoroso aplauso a las compañeras y compañeros de generación que hoy, como ayer, me escoltaron en las planicies de Ilión

Por: Dr. César Augusto Villarreal

El Dr. César Augusto Villarreal, reconocido filósofo e investigador científico, fue galardonado con el máximo reconocimiento de la Universidad de Panamá, el Premio Universidad. En este espacio se publica su discurso, pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Panamá, el 7 de octubre de 2024. Es un documento para la ciencia, la historia y la memoria

Sea mi primer gesto, agradecer a las autoridades de esta augusta institución el haberme otorgado el Premio Universidad 2024, expresión que me honra, toda vez que me preceden figuras connotadas de nuestra cultura, iniciando con el nombre de Rogelio Sinán y atravesado, hasta hoy, una miríada de insignes figura del derecho, la historia, las artes, la literatura, la tecnología y las ciencias naturales. Quiero consignar también las muestras de mi sincero amor y agradecimiento a mi compañera de cincuenta y siete años, fiel testigo de los eventos y experiencias que paso a relatar.

Gracias Mayra.

Inicio este convivio entre amigos para narrarles grosso modo el camino que me trajo aquí, el mismo se inició hace exactamente sesenta años, cuando cruzaba el pasillo que se bifurca a pocos metros de la entrada izquierda de este recinto.

Allí me detuve y reflexioné entre cuál de los dos caminos que me abrió el Instituto Nacional al conferirme, el para entonces, espectacular certificado de Bachiller en Ciencias. A mi derecha la fascinante carrera en Filosofía e Historia y a siniestra la carrera en Ciencias. Tomé la ruta siniestra que, aunque despertaba mi imaginación, tenía a su haber, según sabias palabras de Isidoro mi hermano mayor.

Según él, el profesorado secundario me aseguraba, por aquellas fechas, el fabuloso sueldo de $ 275.00 al mes y tres meses de libertad absoluta, que podía dedicar a la actividad por mí más adoraba, la lectura. Más adelante, al cruzar el dintel de la Facultad de Ciencias había decidido matricularme en la Escuela de Biología y Química, la más adecuada a mí gusto y prometí que una vez comprendido qué era el darwinismo regresaría sobre mis pasos.

Ingenuamente pensaba que los filósofos se enredan con aquello del ser en tanto que ser, cuando el ser es tanto que elementos químicos, átomos y especies en constante proceso de cambio como afirmaba atinadamente Heráclito.

La idea de estudiar ciencias venía con el bono de que los egresados de la Facultad de Ciencias comenzaban a trabajar desde el tercer año de estudios.

No me engañó el hermano mayor; en efecto, al finalizar el tercer año comencé a enseñar por algunas horas en un colegio secundario.

Al año siguiente, la profesora Francisca de Sousa me invitó a unirme al cuerpo de asistentes de la Facultad. Me preguntó entonces: «¿Tienes un título universitario?»; saliendo a relucir mi Bachillerato en Pre-Medicina y comenzó este viaje.

El tercer año de estudios fue muy importante, allí cursé la asignatura de Evolución obteniendo la máxima calificación. Había pues llegado el momento de redirigir mis pasos hacia la Facultad de Humanidades, pero ya me había enamorado perdidamente de la Biología, y, ¿qué nadador se regresa al punto de partida una vez a cruzada la mitad del río?

El cuarto año, en cambio, me descubre las bases fisiológicas de la conducta animal o etología. Eso me recordó mi primer año en el Instituto, cuando mi tío César, en vano intento persuadir a mi padre de lo indebido de mi decisión de matricularme en ese colegio, exclamando al respecto: «¡Pero si se queda absorto viendo volar una mosca!» No contraargumenté.

¿Cómo explicarle que era más interesante ver volar una mosca de la forma mágica como lo hace o de entender como un pez nada sin tener brazos, a tener que escuchar a muchos de mis soporíferos profesores? La explicación por mi parte podía provocar que mi padre desistiera definitivamente de permitir continuar mi sueño. Así que callé. Y he aquí que descubro, en el cuarto año de la carrera universitaria, que hay gente que se les paga por ver volar las moscas y nadar a los peces.

Me dirigí entonces en la dirección de la Fisiología y preparé mi tesis de licenciatura sobre el efecto de la ritmicidad de luz y oscuridad sobre la conducta de formación de cardumen en la Tilapia mossambica o más correctamente Oreochromis mossambica.

No sabía entonces que me enfrentaría a la contradicción epistémica existente entre la Fisiología Animal y la Biología Evolutiva que se ignoraban mutuamente; contradicción que pesaría sobre mis espaldas hasta bien entrada la década de 1990. La razón del equívoco era que la Teoría Sintética de la Evolución o Neodarwinismo, que apenas acababa de entender, no incluía en su seno, ni a la Fisiología ni a la Etología.

La década de los 1970, enfrentó a los panameños a la realidad representada por una educación universitaria en agigantados procesos de masificación y la responsabilidad de tomar en sus manos la administración y explotación del canal de Panamá luego de la firma de los Tratados Torrijos-Carter.

Para enfrentar tales propósitos la universidad negoció un acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo, con el cual financió el llamado Programa UNIPA-BID que permitió que muchos jóvenes pudiéramos cursar estudios de posgrado en el extranjero.

De esa generación partió un pequeño grupo formado por los hermanos Mayra y Raúl Amores, Adalberto Alguero y por mí, quienes formamos el núcleo alrededor del cual se formaría el actual Departamento de Fisiología y Comportamiento Animal. Mientras que los colegas Edelmira Mayta de Fanilla, Eduardo Durán y Deyanira Barnett harían otro tanto para el Departamento de Zoología y Luis D’Croz para el de Departamento de Biología Marina.

Hice mi Maestría en la UNAM, donde trabajé en problemas relacionados con la neuroendocrinología de la conducta reproductiva de mamíferos.

A mi regreso, dirigí mis pasos a las oficinas de la Escuela de Biología, donde esperaba se me asignara mi horario de asistente en la Cátedra Biología para la Facultad de Medicina, mi nicho natural. Me recibió la profesora Teresina de Pinzón, mi antigua maestra de Evolución, quien sentándome en un taburete a la entrada del despacho de la directora la profesora Mireya Correa, misma que también fue reconocida con este Premio algunos años atrás.

A su salida de la oficina me indicó que entrara a hablar con la directora quién me explicó: «Teresita ha renunciado hoy a su Cátedra y solicitó fueras su remplazo». Gracias a la profesora Pinzón he dictado, desde aquella fecha y por cincuenta años de forma casi ininterrumpida la Cátedra de Biología Evolutiva.

Unos años después, obtuve una beca para estudiar en Gran Bretaña, supuestamente en Biología Ecológica de Peces.

Solicité entrar a las instalaciones de Madingley, Cambridge, donde se estudia conducta de peces. Para mi decepción se me envió al Laboratorio de Acuapatobiología de la Universidad de Sterling, ubicada en la húmeda, fría y ventiscosa Escocia.

No sabía entonces, por fortuna, que el sistema de posgrado más exigente de Gran Bretaña es el escocés y que en el siglo XVIII habitaron en su capital, Edimburgo, más genios que en toda Europa con excepción de la Atenas de Pericles.

Con paso triste, me dirigí a la entrevista con mi tutor en la Universidad de Sterling, este se reunía simultáneamente con gringo escocés. Al final de la conversación el tutor me confesó que no tenía nada que proponerme como tesis doctoral.

El gringo, a quien había ignorado a todo lo largo de la entrevista en mi afán de impresionar al tutor y que hablaba tan raro como los ingleses sin ese áspero y rudo acento escocés, me interrumpió para preguntarme si conocía a Thomas Zaret; mi contestación fue cortante «¡No lo soporto! Él afirma estar seguro de no sé qué cosa sobre el ocelo de Chicla ocellaris, porque le vio saltar un buen día de abril. ¡Un solo día, eso no es ciencia!»

El gringo escocés soltó una estrepitosa carcajada y me propuso trabajar con él, si sabía algo de reloj biológico, histología y bioquímica. Soy su hombre contesté. Se presentó entonces como John Thorpe a la sazón la más alta autoridad en biología de peces de las islas británicas; al instante dejó de ser gringo y pasó a ser solo un escocés iniciándose una amistad que perduró hasta su muerte hace tres años.

Con John inicié un proyecto que consistió en estudiar la histología de la pituitaria, las gónadas y del músculo y de la síntesis de ARN por parte de la musculatura estriada de una población de salmones del Atlántico (Salmo salar) juveniles, todos de la misma camada.

No os cansaré narrándole mis vicisitudes en la patria de Robert de Bruce y William Wallace: como las veces que se me congelaron los dedos al coger, a mano limpia, el toro por la cola. Llaman toro a un salmón adulto de poco más de un metro de largo, capaz de saltar contracorriente y hasta una altura de12 metros y, por supuesto, partir la muñeca de un humano adulto. La faena de domar el toro fue aplaudido por mis compañeros del criadero de salmones que saludaron diciendo que en un año estaría redactando al disertación doctoral, pero que a mis oídos sonó como… ¡Torero! ¡Torero! ¡Torero! Y finalmente pasar un invierno de menos 20° C con nieve hasta la rodilla que me hizo exclamar por tercera vez en mi vida «¡Negrito que haces aquí!»

En Escocia aprendí varias cosas importantes: primero que el doctorado le prepara a uno para realizar investigación independiente. Segundo, se puede hacer ciencia elevada con un mínimo de recursos y tercero, la investigación científica es siempre una actividad colectiva.

Con mi flamante título de Doctor en filosofía debajo del brazo, regresé a la patria con la sensación profunda de que nada había cambiado, ni en mí ni en el entorno. Mamá, dichosa, organizó una reunión con abierto rechazo de mi parte. Al anochecer, cuando regresé al humilde hogar de doña Beni donde me recogía. Ésta me tomó del brazo y me guio al porche y presentándome ante los amigos, vecinos y familiares dijo estas dulces palabras «Les presento a mi hijo el doctor» Nunca el título me ha parecido más grande que cuando mi madre me lo confirió.

El regreso a la república me permitió trabajar con un pequeño círculo de colegas que siempre me ha iluminado con su amistad y perseverancia. Así, entre muchos, comenzamos el proyecto de estudio de la biología del guapote al cual los zoólogos llaman Dormitator latifrons. Nos interesamos en este pez, por ser susceptible de colonización, de hecho, es cultivado en gran parte del Pacífico americano. Y segundo, porque parecido al salmón puede migrar del agua de mar al de río y viceversa.

Aunque, a diferencia de este puede hacerlo en cualquier etapa de su ciclo de vida. Esta habilidad de traspasar libremente de una forma de vida acuática a otra le hizo especialmente atractivo pues en aquella época se discutía la posibilidad de salinizar lago Gatún para poder transportar barcos de gran calado de un océano a otro. Debíamos, pues, prepararnos para estudiar el impacto que ejercería sobre la vida silvestre semejante cambio ecológico. El estudio de los procesos de osmorregulación y de engorde y crecimiento del guapote nos pareció la selección adecuada.

En el transcurso de nuestros estudios descubrimos que guapote presenta adaptación instantánea al pasar de un medio a otro. Se conocen pocas especies, aún en los casos del salmón o el esturión, que puedan realizar tal hazaña. Pues la gran mayoría de peces diádromos deben tomar un tiempo muy largo de aclimatación, cuando menos de días, para pasar de un medio a otro.

Nos maravillamos al descubrir que gapote puede perder tanto como un 40% de su peso en agua sin desfallecer, el hombre, en cambio, solo puede perder, fatalmente, un 14% de humedad corporal. Según uno de mis exestudiante, guapote es pues un camello acuático. Este animal audaz, ha provocado numerosos estudios sobre todo de acuicultura en nuestra América mestiza, pero mi última revisión demuestra que los estudios fundamentales de fisiología y comportamiento del guapote están muy por hacerse y nosotros somos la vanguardia.

El acúmulo de experiencias científicas se vio enriquecida por la participación de un número cada vez más abundante de estudiantes que compartían con nosotros los laboratorios de Fisiología y preparaban sus tesis de grado hasta sumar un número de 18 tesis en biología del guapote y 10 de ellos han publicado trabajos científicos de forma conjunta con nosotros. Esta incesante actividad académica y experimental motivó a alguno de nuestros alumnos a seguir nuestros pasos y hoy forman parte del cuerpo de profesionales de la Fisiología que imparten la materia en el Campus Central y en las extensiones universitarias.

Reconozco que hoy día los jóvenes que han pasado por nuestras manos no se conforman con una maestría en biología, he podido contar en los últimos 15 años a no menos de 25 PhD formados durante nuestra guardia. A lo largo de los últimos 10 años mi actividad experimental ha descendido grandemente, hecho que puedo asociar a que la propia profesión de fisiólogo, que, por su propia naturaleza empírica, exige de nosotros habilidades físicas muy elevadas.

No obstante, en mi caso, la tendencia a disminuir mi producción experimental se vio substituida por la dedicación a la Historia y Filosofía de la Biología.

La misma nació gracias a visita que hiciera a nuestra patria el ya desaparecido biólogo e historiador cubano Pedro M. Pruna Goodgall, quien llegó a estas tierras intentando descubrir: ¿Qué sabía Darwin de Panamá y Panamá de Darwin?

A la primera pregunta contestó que 75 según información recogida en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales; yo la extendí a 760 si revisamos la biblioteca del barco HSS Beagle, a bordo de la cual Darwin hizo su viaje de circunnavegación por el mundo. Sobre el Darwin de Panamá, Pruna solo encontró Síntesis del transformismo, escrito por Federico Calvo y publicado en 1925.

Durante una reunión de sobremesa, previa a su presentación en la Facultad de Ciencias en la cual yo sería el introductor, me preguntó extrañado sobre la ausencia de Darwin en Panamá «¿Doctor, conoce usted algún pensador panameño del siglo XIX interesado en Darwin?» Mi respuesta fue un avergonzado no. Me prometí entonces que nunca un biólogo panameño pasaría otra vez por tal bochorno. Ocho artículos sobre historia de la biología, Historia Natural y Filosofía de la Ciencia atestiguan que mi promesa ha sido parcialmente satisfecha.

El relato hecho hasta aquí indica a las claras que el círculo de mi carrera académica está cerrado, tomé el camino de izquierda y regreso por la derecha, camino que debo agradecer a mucha gente que hoy me permiten estar ante ustedes, no como un biólogo, sino como historiador y filósofo.

La Gesta del 9 de enero

Saltando un poco al tercer considerando que justifica el otorgamiento del Premio Universidad de este año, notamos que atañe a la Gesta del 9 de enero.

Intuitiva, y al parecer históricamente, la Ilíada fue escrita por Homero primero que la Odisea. Después de todo, en el valle fértil de Ilión se mataron a los semidioses y se vieron nacer miles de héroes. Yo he comenzado mi rapsoda de forma inversa, he contado mi odisea hasta llegar a Ítaca, la historia y la filosofía. Cuando, como en todos los mitos, los héroes de los pueblos nacen en las planicies de Ilión antes de comenzar su viaje a Ítaca.

Así dice otra rapsoda:

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La patria se fue, como siempre se ha ido,

con su camisa blanca

y la corbata azul de adolescencia,

con el civismo juvenil de su paso

y el fértil batallón de sus arterias

a enarbolar el vuelo allí donde cortaron

las alas tricolor de sus emblemas

Soberana Presencia de La Patria

Diana Morán

El mentor de nuestra generación fue indudablemente el maestro Carlos Arrieta de la Hoz a quien con cariño llamábamos en vida, Rector de Rectores. Este insigne maestro llegó a nuestras vidas luego de organizar con su compañera, de toda la vida, Magda Predes y demás miembros del Departamento de Estudios Sociales del Instituto Nacional, una extraña y aburrida asignatura denominada: Panamá en el Mundo Americano.

El nombre y la presencia intimidante de Arrieta le precedía. Cubierto de un vestido de doble abotonadura que asemejaba a un detective privado del cine negro, levantó su mano huesuda indicando en un mapa finamente dibujado en el pizarrón la irresistible expansión yanqui por todo el continente norteamericano. Finalmente, fijó su dedo huesudo sobre Texas y su anexión luego de la malhadada guerra Mexicanoamericana de 1845, y siempre indicando el mapa dijo que los yanquis saltaron más tarde a la isla de Cuba, siguió Puerto Rico en 1898 y Panamá en 1903.

Con voz firme y vigorosa exclamó el maestro «en 1911 el expresidente Teodoro Roosevelt afirmó arrogantemente: ¡I took Panama!»

La exposición fue electrizante, desde esa primera clase, Panamá dejó de ser, para nosotros, una republiquita incrustada en la cintura de América para convertirse en su principal recurso, su posición estratégica.

La revolución de nuestro pensamiento fue tal que cada evento que iba recontando sobre nuestra historia dejó de ser una enumeración cronológica o la descripción magra de una figura heroica mítica. Transformando a Panamá y su historia, en el sitio y el momento dónde los destinos de gran parte del mundo americano estaban en juego. Con la toma de Panamá, EE. UU. cerró el arco del gran Caribe, transformándolo en el mare Nostrum norteamericano.

El año siguiente, impartió Geografía Política de Panamá y repasó la teoría de la nacionalidad, el significado de la bandera señalando finalmente: Una bandera indica que en aquel lugar donde ondea allí la nación es soberana. Cómo no reconocer que en el territorio zoneíta no ondeaba nuestra bandera y por ende no éramos allí soberanos.

El 9 de enero de 1964 cristalizó las enseñanzas, que iniciara dos años atrás el maestro. Aquel jueves, no solo terminábamos el año lectivo, el lunes venidero, se iniciaría el período de exámenes finales. Por aquellas fechas, era dado presentar exámenes que resumían el contenido completo de las asignaturas cursadas.

A lo largo de las vacaciones navideñas los periódicos locales no cansaban de expresar el descontento nacional por la poca atención que las autoridades zoneítas mostraban para con los acuerdos firmados, un año antes, por los presidentes Roberto F. Chiari y John F. Kennedy; de acuerdo con los cuales, las banderas de ambas naciones ondearían en todos los edificios públicos de la zona canalera. Aunque las causas de la posición intransigente de los zonian tenían como causa remota la existencia del Tratado Hay-Bunau-Varilla que cedía al estado norteamericano, como si fueran soberanos, la ocupación y administración de la franja canalera a perpetuidad.

Como de costumbre, llegué al colegio a las 2:00 p.m. encontrándome con la sorpresa de que mis compañeros de estudio, congregados en el vestíbulo del Instituto, organizaban una marcha a los predios del Colegio Secundario de Balboa como protesta por el incumplimiento de los acuerdos pactados. Rápidamente me informaron de algunas de las actividades ya realizadas por otros compañeros.

Era costumbre que los eventos que implicaban participación estudiantil fuera de los confines del colegio fueran guiados por la Asociación de Graduandos. La lógica implícita consistía en la asunción de que, siendo los graduandos los estudiantes más maduros, ejercieran las acciones con mayor cordura.

Debo indicar, sin embargo, que diversos grupos políticos dentro del colegio, tales como la Asociación Federada del Instituto Nacional (AFIN) que acababa de celebrar sus elecciones; exigían, por tanto, su cuota de participación.

Aunque medidas de simple apreciación política e ideológica, evitaron que la dirigencia de la gesta tomara en consideración cualquier apreciación extra soberanista como parte de su organización.

Este comentario pone en relevancia el hecho de que la gesta del 9 de enero de 1964 no puede ser interpretada fuera del contexto social y político internacional que existía en aquel momento; signado por la nacionalización del Canal de Suez y la guerra fría entre las dos grandes superpotencias, la URSS y los EE. UU.

Nosotros, y la dirigencia política, así lo entendimos, y no dejamos que consideraciones estratégicas de mayor alcance, nos alejaran de nuestro humilde propósito; asegurar que el emblema patrio ondeara en el territorio colonial. Hecho que se evidenció, cuando nuestra dirigencia exigió de nosotros no utilizar, a lo largo de la marcha, frases como por ejemplo «¡Soberanía o Muerte, Venceremos!» que pudieran ser asociada con movimientos nacionalista tan en boga durante dicho periodo.

Propósito vano, ya que como evidencian los documentos desclasificados de la administración Lyndon B. Johnson demuestran que el gobierno norteamericano inmediatamente consideró el movimiento espontáneo de los institutores como orquestado desde La Habana.

Ya en el vestíbulo del Instituto se acercó al pequeño grupo del que formaba parte, el compañero presidente de la Asociación, Rogelio Hilton, quien nos informó que se escogerían cuatro estudiantes con el propósito que llevaran la bandera del colegio a la vanguardia de la marcha.

Cuál no sería mi sorpresa cuando, quince minutos después, Hilton nos informó que los estudiantes seleccionados eran: Alcibíades A. Picota, Inocencio García B., Luis A. Vergara y quien les habla. Minutos después, los convocados, en compañía de Hilton, entramos al despacho del señor Rector Dídimo Ríos quien nos hizo entrega de la enseña. La misma se guardaba en una vitrina de cristal ubicada a un lado del escritorio del Rector.

El profesor Ríos, nos describió el valor, que, para los institutores, tenía el pendón patrio. Había precedido las marchas de protesta en contra del oprobioso convenio de bases Filós-Hines de 1947, y guardaba entre sus pliegues, como mancha indeleble, la sangre de uno de los héroes de aquella lucha patriótica, el estudiante institutor Sebastián Tapia. El profesor Ríos, miró con atención aquella mancha y exclamó finalmente: «Les entrego esta bandera que deberán defender como si fuera su propia vida». Lejos estaba el profesor Ríos de prever el significado fatídico que guardaban sus palabras.

La marcha se realizó en perfecto orden y en silencio, hasta alcanzar las alturas de Quarry Heights donde se encuentra ubicada la antigua casa del Gobernador de la Zona del Canal.

Una vez allí, hicimos un alto y entonamos el himno nacional. Terminado el gesto patriótico proseguimos hasta arribar al Edificio Administrativo de la Zona alcanzando su escalinata.

Una vez más hicimos un alto, con el propósito de posar para una fotografía. En ese momento, me percaté que nos acompañaban algunos fotógrafos de la prensa. Al proseguir la marcha, pude notar que al final de las escalinatas se había establecido un retén policial localizado frente al Monumento Ingeniero Goethals.

La marcha hizo un alto, mientras los compañeros de la dirigencia negociaban con las autoridades policiales la mejor forma de realizar nuestro acto de protesta. Minutos después, se nos informó que un acuerdo había sido alcanzado, consistente éste en que los cuatro que guardábamos la bandera y un grupo muy reducido de acompañantes seríamos conducidos al pie de la asta de la bandera del Colegio Secundario donde desplegando la bandera cantaríamos el himno nacional. Justo es reconocer, que todo el acuerdo me pareció absurdo.

Entre otras razones, implicaba enfrentar en solitario un grupo desbordado de estudiantes engreídos y sus padres que consideraban la zona como de su propiedad absoluta.

En pequeño séquito nos dirigimos al colegio y comprendimos que estábamos solos. Y por segunda vez me pregunté «¡Negrito que haces aquí!» En realidad, la situación era más feroz de lo que mi imaginación había previsto. Había estudiantes por todas partes de la escuela y rodeando el asta donde ondeaba la bandera yanqui. Pude ver algunos mozalbetes que gesticulaba desde las balaustradas del plantel mientras nos insultaban en un idioma que no entendíamos.

No obstante, el tono de sus voces y los gestos que producían transmitían un ominoso significado. Los cuatro designados nos apretamos hombro con hombro intentando proteger, como una joya, la bandera nacional al ser rodeados, como por un anillo, lo que a mis ojos y oídos parecía el mundo entero. Una multitud de gringuitos nos empujaba, gritaba e insultaba, mientras nosotros intentábamos iniciar el canto del himno nacional. Y el mundo se hundió a mis pies. Los insultos se hicieron empellones; los policías, que por primera vez noté nos acompañaban, nos empujaban fuera de los predios de la escuela.

En la confusión, no podía entender el por qué los policías me golpeaban en los costados con sus macanas. Uno de los golpes infringido por uno de los policías finalmente rasgó la bandera.

Los insultos continuaron mientras los policías nos arrastraban fuera de los predios del plantel. Cuando atravesamos la marquesina que rodea el mismo, pude notar que un gran número de estudiantes encaramados en sus alturas, también proferían insultos. El más hiriente de ellos quedará grabado indeleblemente en mi memoria. Un chico exclamó claramente: «¡Go home!»

Era una exclamación incongruente, el invasor no solo ofendía la enseña nacional, sino que me expulsaba ignominiosamente de mi patria. El resto de los compañeros, quienes nos esperaban ansiosamente al otro lado de la calle, trastocaron sus expresiones de alivio en alarma al vernos regresar. Una compañera pregunto: «¿Villarreal qué pasó?» Infinitamente avergonzado, airado y con lágrimas en los ojos solo pude contestar: «¡Nos rompieron la bandera!»

Mi regreso a las paredes del Instituto, no solo me dio la protección que solo el regazo de una madre ofrece, sino la voz amiga capaz de mitigar mi vergüenza. No recuerdo quién tomó la bandera, pero me aseguró que sería devuelta al Rector.

Siendo aproximadamente las seis de la tarde regresé airado a lo que desde ese anochecer sería conocida como la Avenida de los Mártires; contemplando con sorpresa, que ya ardía un carro volteado por turbas tan indignadas como yo. El impacto que este acto solidario tuvo en mí permanece imborrable en mi memoria. ¿Cómo se había enterado el pueblo panameño de la afrenta que la lumpenería colonialista había infringido a nuestra bandera? La respuesta parsimoniosa que emergió a mi conciencia fue la de que el hombre y la mujer panameña estaban indignados por el comportamiento deshonesto de los norteamericanos. Mucho más tarde, me enteré de que las vibrantes y vigorosas voces de Thelma King Harrison y Homero Velásquez desde Radio Tribuna había estado, desde el primer momento, informando todos los acontecimientos que aquella tarde ocurrían al otro lado de la cerca zoneíta

Lo demás literalmente es historia patria; yo quiero, sin embargo, narrar las aventuras y desventuras de la bandera ultrajada en aquella tarde fatídica.

Yo perdí contacto, de forma directa, con el pabellón hasta que unos días después me enteré por la prensa que había sido presentada al presidente Roberto F. Chiari en forma de testigo mudo de la agresión yanqui.

El trayecto de la bandera desgarrada hasta su arribo a manos del presidente permaneció ignorado por mí, hasta que unos años más tarde, el compañero José Francisco Llamas me narró lo ocurrido, el relato actual ha sido corroborado independientemente por el compañero Guillermo Más Calzadilla. La bandera fue transportada, por un grupo de compañeros del cual Llamas formaba parte, a las instalaciones de RPC-Canal 4, ubicadas en el Edificio Chesterfield en la avenida Nacional. Allí intentaron convencer a los periodistas del canal que mostraran el estado lastimero de la enseña patria, pero fueron echados de allí acusándoles de comunistas agresores.

Entristecidos e indignados marcharon con la insignia hasta alcanzar la plaza 5 de mayo, mostrándola a los transeúntes. Una vez allí, decidieron guardar la bandera en un lugar seguro. Para tal propósito, la llevaron a casa de varios compañeros, pero ninguno de los padres aceptó guardarla. Finalmente, un compañero, la llevó al apartamento de sus padres, ubicado en el barrio de Calidonia. Afortunadamente, su madre recogió el maltrecho símbolo patrio y le cobijó en una rústica cajeta de zapatos. Dos madres durmieron abrazadas una con la protección de la otra hasta la mañana siguiente, cuando sería removida para ser presentada al señor presidente. Hoy, restaurada, luce orgullosa para siempre en el Museo del Canal de Panamá.

El momento histórico de la marcha de los jóvenes héroes. En la imagen siguiente, la Bandera restaurada que se muestra en el Museo del Canal Fotos | cortesía Museo del Canal

En este mismo recinto donde se reunió, por varios meses, el Comité de Rescate y Defensa de la Soberanía Nacional, que tuvo como presidente al doctor Jorge E. Illueca y sus diversos secretariados por los estudiantes Víctor Ávila, secretario general de la Federación de Estudiantes de Panamá, Eligio Salas presidente de la Unión de Estudiantes Universitarios y Federico Britton presidente de la Unión de Estudiantes Secundarios, respectivamente y por los profesores Gustavo Tejada Mora y Ricardo Arias Calderón, entre otros, quienes en conjunto con los diversos comités de la soberanía locales unificaron criterios que más tarde servirían de base para la negociación final de los Tratados Torrijos-Carter.

Hoy al conferirme este reconocimiento en su Paraninfo, la Universidad de Panamá quiere simbolizar el agradecimiento de la patria por los actos heroicos que iniciaron nuestra total independencia nacional. Por ello pido un vigoroso aplauso a las compañeras y compañeros de generación que hoy, como ayer, me escoltaron en las planicies de Ilión.

Muchas gracias.

Panamá 7 de octubre de 2024.

Por: Dr. César Augusto Villarreal