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Xaquín Villar Somoza

Estas letras, en su recuerdo, para que la desmemoria no borre su legado

El entierro de Xaquín Villar Somoza, médico rural de la Comarca del Deza (Galicia, España), fue una verdadera manifestación de gente; como pocas se recuerdan en ese tiempo.

Murió el 13 de diciembre de 1975 a la edad de 71; un año después de jubilarse.

Cinco años luego de su muerte lo seguían recordando. Le hicieron un emotivo homenaje y le dedicaron una placa en su casa natal, en Merza (ayuntamiento de Vila de Cruces, provincia de Pontevedra, Galicia, España) de la cual nunca llegó a marcharse.

La placa que recuerda el agradecimiento de Merza a su médico

Sus pacientes se encargaron de mantener en pie su memoria y, cuando ya no pudieron seguir contando, quedaron hijos y familiares más jóvenes que se encargaron de perpetuar su fama de buen médico.

Quienes fueron atendidos por él, hablaban con mucho respeto y cariño de su persona, y si se conseguían con algún familiar, lo miraban de una manera especial, en tributo a su legado.

Dedicarse a la medicina rural tenía mucho de heroicidad en aquellos tiempos y más teniendo cinco hijos.

La forma de pago podía ir de unas lechugas a un par de pollos.

Nunca cobraba a los pacientes (así acudieran a su consulta “privada”, que en realidad era una prolongación de su ejercicio como médico de la sanidad pública), por ética y porque conocía las carencias y la extrema miseria en la cual vivían los vecinos de la zona en esa época.

En las fechas señaladas le llevaban jamones, capones, corderos, conejos, perdices, truchas, patatas, pasteles, empanadas…lo que podían los pacientes, muy humildes, que atendía.

La consulta, además de gratuita, muchas veces incluía que le pagaba al paciente las medicinas o el viaje a Santiago de Compostela cuando ameritaba operación.

En otras ocasiones, era “doña Pepita”, su esposa, quien le daba comida a aquellos pacientes que llegaban de lejos a su consulta.

Con su esposa, doña Pepita

De médico a médico

Nació en 1904, en la época del reinado de Alfonso XIII (1902-1931); vivió la dictadura de Primo de Rivera y la caída de la Monarquía (1923-1931); la Guerra Civil española (1931 -1939) y el régimen del general Franco (1939-1975).

Murió en 1975, cuando comenzaba la transición y la democracia en España.

Hijo de doña Amalia Somoza Armesto, parienta de la escritora y gran pensadora Emilia Pardo Bazán, y del Dr. Joaquín Villar Cajide.

Fue el menor de trece hermanos de los cuales solo contrajeron matrimonio los hombres.

En el libro, Por terras do baixo Deza, a parroquia de Sta María de Meza e os seus contornos, autoría de su hijo ya fallecido, Xaquín Villar Calvo, hace referencia a la casa Villar-Somoza, donde nació, murió e hizo vida profesional el Dr. Xaquín Villar.

Inscrita en el catálogo del Patrimonio Histórico-Artístico de Galicia, conserva la arquitectura fundamental del siglo XVI, si bien fueron incorporadas construcciones del siglo XVIII y del XIX.

En esta casona funcionó también el consultorio. Se conserva instrumental que es una reliquia para la historia de la medicina y libros incluso heredados de su padre, Dr. Villar Cajide, quien fue un médico muy reconocido, con varios artículos publicados en revistas científicas. Sanaba neurosis o tics nerviosos, recurriendo a la hipnosis.

El Dr. Xaquín Villar Somoza estudió en la Universidad de Santiago de Compostela, una de las más antiguas del mundo, en su Facultad de Medicina, de las mejores de España.

No viajó ni quiso formar parte de la medicina que se ejercía como negocio en Compostela y que la mayoría de sus amigos abrazaron.

El médico rural

Fue médico rural por vocación. Titular de Silleda (Pontevedra, Galicia), atendía también muchas otras parroquias cercanas, y no tan cercanas a Merza, en el ayuntamiento de Vila de Cruces, comarca del Deza.

Entonces, a diferencia de la actualidad, la seguridad social era escasa y le correspondía atender toda la zona.

También lo tenían en gran estima los presos políticos del franquismo, que trabajaban en las minas de wolframio de Fontao, pueblo próximo a Merza.

Cuando regresaba de noche, en su caballo, solo, por aquellos montes, al sentir movimientos o ruidos raros, inquietantes… una voz que salía de la espesura le susurraba:

«Don Xaquín, vaia tranquilo que somos nós».  En muchas ocasiones había librado o curado de muchas palizas de la guardia civil a esos anónimos NÓS que surgían de las sombras.

El pueblo de Carbia le regaló un caballo para que una vez al mes pasase consulta en el pueblo.

Su bisnieta, Ainoha Leis Villar, conserva el bocado o freno del caballo del Dr. Xaquín Villar, con el cual se trasladaba a visitar a los pacientes y les llevaba sus medicamentos

Era blanco para que se viese bien y desde el cual ya diagnosticaba sin apearse.

El Cuco era su sombra, ya casi le hablaba y consultaba, como el del escritor y periodista Álvaro Cunqueiro.

Alguna vez se dormía y el caballo lo llevaba al portalón de casa y ahí se quedaba hasta que despertaba.

Tal vez ese día el parto que había estado atendiendo habría sido difícil…

Otra vez se despertó con un fuerte ruido, espoleó al caballo que se negó a dar un paso: estaban al borde de la cascada del río Toxa, de unos cien metros de desnivel.

Tenía fama de buen médico y a su consulta llegaba gente, incluso de Astorga o Zamora, o bien para que les destaponase los oídos o para solucionar parálisis faciales con un rústico aparato heredado de su padre.

Consistía en una pequeña plataforma con pilas de linterna que producía pequeñas descargas eléctricas, aplicadas con una especie de pincel de alambres.

Un sabio de su tiempo

Salía a toda hora, y en cualquier época del año, si era una urgencia.

Atendía partos, fracturas, enfermedades comunes, hacía de psiquiatra, sicólogo, confesor…

Después del caballo tuvo un coche antiguo, pero por temor casi no lo usaba. Prefería, en todo caso, desplazarse en moto. Tuvo nueve.

Manejaba algunas teorías sobre las enfermedades, muy acertadas y adelantadas para su tiempo. Por ejemplo: estaba convencido que el cáncer lo producía un virus.

Hoy en día se sabe que muchos tipos de cáncer son provocados por virus y, en otros casos, hay grandes sospechas de esta vinculación.

Siempre antepuso la escucha activa de los problemas del paciente y su entorno familiar y laboral antes que los dogmas rígidos que se aprendían en la Facultad de Medicina, en particular en aquellos tiempos.

De igual modo, era un gran defensor del ambiente, del bosque gallego que siempre lo acompañó en sus días de consulta a caballo.

Cuando se jubiló se le fue acabando la vida porque los pacientes seguían acudiendo y él ya no podía atenderlos.

Su funeral se convirtió en una sucesión de agradecimientos en homenaje al gran médico que fue y cuya memoria honramos por su legado a Galicia, a su historia y a su gente; a nosotros.

Por Jorge Villar Liste/Violeta Villar Liste; nietos, con la ayuda de memorias ausentes y presentes