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Las escritoras Consuelo Tomás Fitzgerald y Ela Urriola han sido electas como académicas correspondientes de la Academia Panameña de la Lengua. Esta dignidad suma a la causa amorosa de la lengua, al cuidado de un patrimonio colectivo e inmaterial:  la substancia de la palabra. Este diálogo a dos voces, sobre la estructura de idénticas interrogantes, es una evocación de la palabra desde territorios múltiples: el propio. El nosotros que se nombra y se reconoce colectivo. La escogencia de la Academia ha sido un acierto. También, para ellas, un compromiso, con sus propios territorios y la palabra, esa rebelde con causa llamada a provocar.

Violeta Villar Liste

Ela Urriola, defender la libertad que brinda la educación y la lectura

Escritora, filósofa y pintora. Investigadora de Estética, Bioética y Derechos Humanos. Doctorado en Filosofía Sistemática en la Karlová Univerzita, Praga. Dicta las cátedras de Estética en la Facultad de Bellas artes en licenciatura y maestría, y Filosofía, Ética, Bioética y Derechos Humanos en la Facultad de Humanidades. Es miembro del Comité de Bioética de la Universidad de Panamá. Desde 2009 participa en la Feria del Libro con conferencias de Filosofía, Literatura y Estética; así como en los Congresos científicos y literarios dentro y fuera de la Universidad.
Ha participado en recitales y homenajes a poetas latinoamericanos y europeos, y en disertaciones sobre literatura y exilio. Su incursión en la poesía la realiza siendo estudiante, formando parte de la Antología de novísimos poetas panameños (INAC, Editorial Mariano Arosemena, 1999). Ha participado en colectivas de pintura: con PuntoySeguido en conmemoración del Centenario del Canal de Panamá (2014), Mujeres pintoras en Panamá (2007), Pintores panameños contemporáneos (2006) y expone en Arte y docencia con colegas de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Panamá (2006 – 2015), entre otras. En la República Checa realizó exposiciones individuales en Praga (2000) y colectivas en Mladá Boleslav (1999). Obtuvo menciones honoríficas en el Concurso Municipal de Poesía “León A. Soto” (2002) con la obra Noemas, el Concurso Universitario de Poesía “Demetrio Herrera Sevillano” (1997) con la obra Modus vivendi, y en Cuento “Darío Herrera” (1996) con la obra El grito y el silencio. En 2014 obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Ricardo Miró” con su obra La nieve sobre la arena. Forma parte de los poetas seleccionados para conformar la Antología poética panameña, edición bilingüe español-ruso, Poesía de Panamá (Universidad de Panamá, 2015). Ha colaborado en diversas antologías poéticas y de narrativa, y su obra ha sido traducida al inglés, portugués y checo. En 2015 gana el Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez” con su obra Agujeros negros. En 2018 obtiene, por segunda vez,  el Premio Nacional de Poesía “Ricardo Miró” con el poemario La edad de la rosa. En el 2020 obtiene el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil “Carlos Francisco Changmarín” con su obra Las cosas de este mundo. En 2021 gana el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró en cuento con la obra Carosis.
Biografía tomada de www.elaurriola.com

-El primer acto de la vida es el de ser nombrados: ¿a qué se parece su nombre y cómo el llamarnos de una manera nos significa y será significante como académica de la lengua?

Mi nombre está compuesto por tres letras: dos vocales y una consonante. Eso es lo que queda cuando se pronuncia, pero en el fondo hay una historia de irreverencia, amor por la música y libertad.

Es mi padre quien me nombra y lo hace en honor de una maravillosa cantante afroamericana, la reina del jazz: Ella Fitzgerald. De niña, cuando vivía en Praga, mi nombre no llamaba especialmente la atención, a pesar de que hay una distancia entre Ela y los nombres eslavos que ostentaban las otras niñas; sin embargo, al llegar a Panamá, cambió la historia.

Cuando se tienen ocho o diez años, o cuando se transita la adolescencia, resulta complicado explicarle a los demás las razones por las  que se tiene un nombre tan corto e inusual.

Las otras chicas tenían nombres de flores, nombres femeninos y simpáticos, de cantantes o actrices de la época: Jennifer, Alicia, María Sofía, por mencionar algunos, en tanto que mi nombre parecía la terminación de alguna palabra. 

Creo que, explicando mi nombre, empecé a familiarizarme con la enseñanza, con el ejercicio didáctico y la argumentación, porque hay que defenderse cuando un corrillo de niñas le preguntan a uno: ¿y por qué te llamas así? 

Entonces les hablaba de esa música que siempre sonaba en mi casa, de la potente voz de aquella mujer que debía defenderse por serlo, y también por el color de su piel.

Mi nombre era también eso: el estar siempre del otro lado de la mayoría, por las experiencias que nos tocaron vivir. Años después se lo agradecí a mi padre: me dio la posibilidad de entender la importancia de la música para el mundo, pero también me hizo comprender la necesidad de luchar contra la indiferencia y la discriminación. Estas han sido dos premisas que me han marcado como persona y, seguramente, lo seguirán haciendo por el resto de mi vida.

-¿Cuál fue la primera palabra del asombro?

Platón, Aristóteles, Kant, Schopenhauer coinciden en que el asombro es el origen del conocimiento, de la filosofía:  éste último plantea que somos la única criatura que se sorprende de su propia existencia.

Esto significa que el asombro es la razón por la que hemos evolucionado y transformado el mundo, porque avanzamos al asombrarnos; tras el asombro, somos capaces de construir conocimiento. Si tuviera que explicarlo desde mi experiencia, el asombro lo experimenté cuando comprendí la complejidad del vuelo de las aves, y también el vuelo del humano, con los múltiples artefactos que ha creado para volar, artefactos que sigue perfeccionando, desde luego.

La segunda experiencia “asombrosa”  que recuerdo fue cuando estuve en el mar. Después de algunos años fuera, en un país sin mar, llegamos a una tierra cuyas costas las bañaban el Atlántico y el Pacífico. Procesar eso en una mente infantil es algo que me hizo pensar muchísimo.`

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-La palabra preferida; la que siempre quisiera y debiera ser nombrada…

Paz. Sobre todo hoy, ahora. Y mañana también.

-La palabra que no debería existir; aquella que se debería desterrar…

Violencia. Especialmente la violencia infantil, además de todo el espectro que alcanza: violencia contra la mujer, contra la naturaleza y los animales; violencia contra las expresiones artísticas y culturales, el conocimiento; violencia contra lo distinto, contra lo desconocido, contra los otros, contra uno mismo.

-Digo poesía, novela, ensayo, literatura… ¿qué pasó cuando esas palabras la habitaron?

Crecí. Crecí leyendo poesía, novela, ensayo, literatura, y sigo creciendo. Sigo leyendo.

-¿Somos las palabras que nos han contado y que nos hemos creído?

Somos eso y todo lo demás: lo que no hemos visto, ni escuchado, ni mencionado, somos, como dice Ortega y Gasset, nosotros y nuestras circunstancias. Aquí me gustaría mencionar a Siri Hustvedt, esa escritora cuya infancia se parece a la mía: entre dos países, entre dos lenguas (en su caso, el noruego y el inglés).

Para ella, hablar dos idiomas equivale a la certeza de que existen al menos dos formas de ver el mundo, algo que comparto plenamente. Somos esas palabras que nos han contado, las palabras con las que contamos, pero también las preguntas que surgen, cuando contrastamos la narrativa de un mundo, la perspectiva de una sociedad, con lo que desconocemos. Por eso resulta imprescindible atender las diferencias y comprender el poder de la palabra, que, a fin de cuentas, tiene el sabor de la libertad.

-¿Llegar a la Academia Panameña de la Lengua es un triunfo de la mujer, de la palabra que se nombra en femenino, de la constancia en honor a la palabra o todo más otras añadiduras?

Marta Sanz, en ocasión de una reseña de libro y hablando sobre la narración, menciona que existen “cosas arbitrariamente calificadas como pequeñas que conformarían lo femenino”. 

Esta es una cuestión que me interesa mucho: abordar las diversas interpretaciones, argumentos y disquisiciones que se derivan del hecho de ser mujer, de serlo en una sociedad en la que abundan las omisiones y la racionalización (en el sentido de justificar la culpa o de sustentar las acciones equivocadas), y no de  abocarse a la transformación y los cambios que realmente necesita. 

 El haber sido educada como una mujer consciente de que lo distinto no debe ser sinónimo de desigualdad, me lleva a trabajar, en todos los escenarios, para que otras mujeres también lo comprendan. 

Puedo ver a la Academia Panameña de la Lengua situada en el siglo XXI como una institución que entiende su papel en la sociedad, y por ello promueve iniciativas que conjugan, y seguirán conjugando, todas las aristas de esta pregunta.

-La llegada a cualquier sitio es siempre, también, un inicio: ¿Qué significará este nuevo inicio en favor de la investigación, la divulgación y la construcción del lenguaje?

Yo diría que representa grandes retos: obliga a mirar el presente y el devenir en esta colectividad plural que coincide y habita el lenguaje convencional, pero también los otros canales expresivos, las grietas y los abismos en las relaciones con los otros y con el lenguaje.

Inspira a investigar, aunque parezca una dicotomía en apariencia, como el arte y la ciencia;  con seguridad, aprenderé muchísimo de los colegas a quienes respeto y leo. Lo veo como un compromiso y una distinción que acepto con humildad, mirando a lo que pueda aportar a nuestro país o más allá.

-La lengua, que es nuestra, académica pero también cotidiana, ¿cómo cuidarla de los extremos, del mal hablado, del trajinar de la modernidad y, al mismo tiempo, ganarla a la vida?

Con conocimiento, criterio y empatía. O dicho de otro modo: con la mente y con el corazón. El conocimiento es una vía para amar y defender muchas cosas, incluyendo la lengua.

La heredamos, la descubrimos, la analizamos, la cuestionamos; y ya conociéndola, logra asombrarnos todavía. Humanizar la educación, desarticular la lectura como imposición, asumirla como ritual o cultivo tiene un potencial mágico; así, como cuando pequeños descubrimos el mundo. Y comprender que el mundo se mueve, esto no se puede obviar. Solo desde el conocimiento y la fascinación por la lengua, podremos salvarla de nosotros mismos.

-En este hacer, ¿cómo construir un espacio, también, para las palabras que se escriben en el viento y crean la literatura de la oralidad?

Existe un importante trabajo de rescate y valoración de la oralidad que amerita apoyarse, promoverse. Los colegas Luz Graciela Joly y Aiban Wagua que acaban de ingresar a la Academia conmigo, constituyen una referencia importante, también los académicos Emma Gómez y Rafael Candanedo, desde la institución.

En otros escenarios, activistas como la profesora Digna Caraballo y el escritor Carlos Fong, han realizado un encomiable trabajo, entre muchas otras iniciativas que se siguen desarrollado en nuestro país, incluso, es importante destacarlo: Panamá cuenta con una pléyade de jóvenes activistas que defienden la oralidad y la tradición, que se hacen sentir en los últimos años. Y eso hay que celebrarlo.

-Un adelanto, ¿ya hay título para el discurso de incorporación?

El título es lo último que pongo a mis discursos y lo primero que pongo en mis cuentos. No hay título, pero sí tema, uno donde el lenguaje sea materia prima y la conciencia de habitarlo sea una meta.

-¿Con cuál palabra espera que la recuerden?

Libertad. He vivido mi vida con la consciencia de que la libertad es un derecho y un deber, y que hay que preservarlo a toda costa. Empezando con la libertad que brinda la educación y la lectura; entender esto es la llave que abre las puertas y ventanas hacia un mundo impredecible pero nuestro, el mundo que habitamos, el mundo que creemos y el que, desde los diversos quehaceres, creamos. Libertad sería la palabra. Y antes de partir me gustaría ver  que también es posible un mundo más libre del que tenemos hoy.


Consuelo Tomás, hacer de la lengua instrumento efectivo de comunicación para la paz y el crecimiento humano

Consuelo Aurora María Tomás Fitzgerald (1957, Bocas del Toro, Panamá). Poeta, narradora, comunicadora social. Ha ganado el premio literario Ricardo Miró en, poesía, cuento, novela y teatro. Invitada a una pluralidad de encuentros literarios en Europa, Centroamérica, América del Sur, Cuba, Puerto Rico, México, y República Dominicana. Incluida en una pluralidad de antologías y traducida al inglés, francés, holandés, sueco, alemán, rumano, portugués y macedonio y bengalí. Ha publicado en poesía: Confieso estas ternuras y estas rabias (1984); Las preguntas indeseables (1985); Apelaciones (1992); Motivos Generales (1992) Agonía de la reina (1995,2000); El cuarto Edén (1995); Libro de las propensiones (2000, 2002), Escrito en Piedra (2014). En cuento: Cuentos Rotos (1992); Inauguración de la fe (1995, 2000); Pa´na´ma quererte (2007). Ha publicado en teatro: Evangelio según San Borges (mención honorífica en el concurso Ricardo Miró de 2003) En novela: Lágrima de dragón (2010, 2013, 2019).
En agosto de 2020 se hizo acreedora al primer premio municipal de poesía León A. Soto con el libro Breve recuento de sucesos, pendiente de publicación.  Ha trabajado como editora de revistas culturales y se ha desempeñado en proyectos de equidad de género, juventud y en rescate de patrimonio cultural inmaterial.  Llevó por varios años programas culturales de promoción literaria en radio Crisol FM (SERTV). Forma parte del equipo organizador del Festival Internacional de Poesía Ars Amandi Panamá y del Consejo Editorial de la Biblioteca Nacional. Participa como gestora cultural en la Asociación Cultural AlterArte y como dirigente comunitaria en Asociación Pro mejoras de Miraflores.

-El primer acto de la vida es el de ser nombrados: ¿a qué se parece su nombre y como el llamarnos de una manera nos significa y será significante como académica de la lengua?

Heredé el nombre de mi abuela española. Ella nació en el siglo XIX y en España eran muy comunes nombres como Amparo, Concepción, Caridad, Piedad. Me pusieron su nombre para tenerla presente en el amor que mi papá le tenía.  Pero no sé si he sido el consuelo de algo o alguien, aunque siempre trato de que nadie se sienta mal cuando está conmigo.  Espero que esta intención se ratifique en el trabajo con la Academia.

– ¿Cuál fue la primera palabra del asombro?

No te la puedo decir, porque es palabra proscrita. Las palabras proscritas son las mejores para el asombro, la ira, el espanto, y hasta para la alegría. Pero no se les deja entrar a toda fiesta o velorio.

-La palabra preferida; la que siempre quisiera y debiera ser nombrada…

Pues no tengo palabra preferida porque son muchas y todas son necesarias y ocupan un lugar. Pero creo, que para estos tiempos debería ser un sencillo monosílabo: paz.

-La palabra que no debería existir; aquella que se debería desterrar

Definitivamente: culpa. Sobre todo, en el imaginario de las mujeres.

-Digo poesía, novela, ensayo, literatura… ¿qué pasó cuando esas palabras la habitaron?

Se convirtieron en textos y en afortunados casos, en libros.

– ¿Somos las palabras que nos han contado y que nos hemos creído?

En parte. Pero afortunadamente existe una cosa que se llama duda y otra que se llama curiosidad. Ellas dos nos llevan (o nos deben llevar) a descubrir la verdad oculta detrás de todo lo dicho.

– ¿Llegar a la Academia Panameña de la Lengua es un triunfo de la mujer, de la palabra que se nombra en femenino, de la constancia en honor a la palabra o todo más otras añadiduras?

Hay un largo y pesado camino que han recorrido las mujeres que pelearon para hacerse un lugar en instituciones de corte evidentemente patriarcal como las Academias. No solo de la Lengua, también de la Ciencia, de la Historia entre otras. Para que nos consideren, las mujeres hemos tenido que demostrar con trabajo y constancia, el merecimiento, pero también con presión.  

A las mujeres, en el campo del reconocimiento público, todo nos cuesta el doble. De hecho, yo acepté porque siento que hay un debate pendiente en el terreno de la lengua (que es y será ideológico y político) en este asunto de nombrar lo femenino. Y la cosa se complica con las nuevas identidades. Mucho qué hacer. Espero sobrevivir en esos intentos.

-La llegada a cualquier sitio es siempre, también, un inicio: ¿Qué significará este nuevo inicio en favor de la investigación, la divulgación y la construcción del lenguaje?

Pues, yo me he movido en el mundo del arte, que suele ser libre, fuera de tiempo, obligado y a la vez desobligado, irreverente, pero siempre entre la duda y la curiosidad. O “entre el espanto y la ternura” como dice Silvio Rodríguez. Mi relación con la lengua ha sido como la del entomólogo con sus bichos. Pero ahora estaré en la mira de quienes todo lo ven con lupa, los eternos partidarios del rigor. Y es bueno que sea así. Es una oportunidad y una responsabilidad. Tengo que peinarme y ponerme los zapatos.

-La lengua, que es nuestra, académica pero también cotidiana, ¿cómo cuidarla de los extremos, del mal hablado, del trajinar de la modernidad y, al mismo tiempo, ganarla a la vida?

La lengua revela nuestra forma de pensamiento, creencia, el idiolecto en el que nos movemos. Es imposible que todos hablemos o la manejemos de la misma manera y no puede constituirse en otra de las formas en las que nos paremos para discriminar o segregar.  De alguna manera también es parte del llamado “contrato social”. Lo que conviene es hacer de ella un instrumento efectivo de comunicación para la paz y el crecimiento humano. Considerando todas sus formas y niveles.

-En este hacer, ¿cómo construir un espacio, también, para las palabras que se escriben en el viento y crean la literatura de la oralidad?

En un principio, toda literatura fue oral. El inicio de la poesía, la narrativa, las bases de la Historia dependían de grandes palabreros con extraordinaria memoria y mejor imaginación. Afortunadamente, en Panamá, eso sigue vivo. Ese espacio está, solo hay que saberlo identificar. Darle valor.

-Un adelanto, ¿ya hay título para el discurso de incorporación?

Todavía. Apenas me acomodo a la designación y pienso en las tareas que tendré que realizar para justificarla y darle la razón a quienes confiaron en mí.

– ¿Con cuál palabra espera que la recuerden?

Consuelo.