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Hay coyunturas históricas que requieren una relectura de nuestros libros más importantes, aunque la repercusión de estos nos parezca más bien poca (por desidia nuestra la mayoría de las veces). Queremos compartir, este primer Viernes Cultural después de lo que hemos vivido, reflexionando sobre la educación, y lo hacemos reproduciendo el capítulo 11 de A pesar de la educación, de la escritora Praxda Zohara. Libro de 2017 (para que entiendan su contexto), sigue teniendo vigencia, y apunta a la gran necesidad de nuestro país: educación de calidad, educación en los valores fundamentales. Les recomiendo ampliamente su lectura.

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]

Hacia la luz, del libro A pesar de la educación de Praxda Zohara

Praxda Zohara


Praxda Zohara (Panamá, 1983) es docente universitaria, doctora en Medicina, psicóloga y escritora. Es autora de libros Sobre tus hombros: cartas a un padre, Abrazos de oso, y Sin anestesia. Crónica de un insensible, y ha participado en varias publicaciones. Sus obras, de una lucidez sobrecogedora, iluminan varios de nuestros senderos más oscuros, y haremos bien en escuchar sus propuestas. A pesar de la educación (2017), un libro capital en estos momentos, requiere que lo consideremos más que nunca.

Hacia la luz

El siempre acertado William Ospina, periodista colombiano, en su libro La lámpara maravillosa, describe quién es el maestro:

«Yo creo que en todos nosotros tiene que haber un maestro, así como en todos tiene que haber un alumno. Es tanto lo que hay por aprender que nadie puede darse el lujo de ser solo el que enseña, y nadie puede darse el lujo de ser solo el que aprende. Estamos en tiempos difíciles, estamos en tiempos sombríos, por eso tampoco podemos darnos el lujo de pensar que solo hay unos sitios especializados llamados escuelas donde se enseña y se aprende. El país entero es la escuela, el mundo entero es la escuela, y un buen maestro debe ayudarnos a aprender también las lecciones que nos dan los ríos cuando se desbordan, las selvas cuando son taladas, la industria cuando no tiene conciencia de sus responsabilidades y los políticos que, en lugar de cumplir con la noble misión de administrar los recursos públicos para el beneficio económico, se abandonan a la corrupción y el egoísmo».

La escuela es un mundo aislado del que espera al estudiante fuera de sus aulas. Con lamentable frecuencia es una burbuja donde parece que el tiempo se detiene, que la realidad no nos toca cuando, de hecho, es un sitio donde es importante acoplar el estudio a lo que pasa en el mundo real. Recuerdo con orgullo cuando Irving Saladino, atleta panameño, ganó una medalla de oro en los Juegos Olímpicos, en la disciplina de salto largo. Lo que más me impresionó, fue que en las escuelas los docentes tenían televisores para presenciar en vivo ese momento con sus estudiantes.

Cuando un atleta está dejando en alto a su país, el evento se convierte en asunto de todos. Fue muy valioso que los colegios dieran la relevancia adecuada a dicho acontecimiento y le prestaron la atención que a veces ofrecen a otras situaciones y festividades que son de muy poca importancia en el país. Probablemente uno de esos chicos que vio a Saladino lograr esa hazaña se inspire a seguir una carrera deportiva, a pesar de las dificultades o de su lugar de procedencia.

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Esta es una sola de las formas en las que la escuela tiene que adaptarse al mundo real y enseñarle al estudiante que lo que va a encontrar no es fácil, pero se les dará la mayor cantidad de herramientas para enfrentarse a esos obstáculos, sin importar cuáles sean sus metas.

Reza un conocido himno que el docente pone «la luz de la vida en el alma de la juventud». Esto no deja de ser cierto para los profesores universitarios. Lamentablemente, poco se preocupan porque estos se entreguen a su labor como una misión de iluminar a los futuros profesionales. El papel de docente facilitador sigue siendo la norma, la despersonalización abunda en numerosas carreras y las nuevas tendencias de aprendizaje a distancia y aula virtual se usan de forma incorrecta como justificación al desapego del docente con su trabajo.

No hay mejor modo de iluminar a otros que ser fuente de luz. El educador puede contagiar con su actitud, su optimismo, su perseverancia en cada jornada y sus palabras. Tanto el contenido de su discurso como el tono con el que lo comparte determinan el efecto sobre los alumnos. Puede iluminar mostrando una curiosidad constante por mejorar sus conocimientos, interesándose por conocerlos como personas, y utilizando oportunas dosis de humor, cuando las condiciones lo ameritan.

Existe un trabajo que ningún mecanismo tecnológico puede hacer mejor que los mismos docentes: humanizar. Es una equivocación cederle el centro de atención en el desarrollo de la clase a las herramientas de apoyo audiovisual. La imagen que se repite en muchos centros de enseñanza superior es la de los estudiantes mirando diapositivas en lugar de interactuar con el educador. Más ridículo aún, que el docente exija el estudio de su material de apoyo y que éste sea una transcripción de su clase. Nunca falta el profesor desubicado que se ausenta a una sesión de clase y envía un documento de diapositivas para que éste sirva de reemplazo a su trabajo.

Nadie puede predecir cómo será el mundo en ese momento. Hace diez años estábamos apenas conociendo las redes sociales y la conectividad, la mensajería instantánea, y ahora son parte de nuestra vida como si fuera el asunto más normal con el que hemos convivido todo el tiempo. Hay una nueva generación de muchachos que está creciendo con esa realidad, y tenemos la obligación de orientar la educación para que sirva a sus propósitos, logren su sueño y encuentren su verdadero elemento, donde se desempeñen felices y realizados.

Lo planteado por Ospina, cierto, pero es una ilusión. Esa utopía ni siquiera sucede en las universidades, otro defecto compartido entre el colegio y la institución superior. Todo el que alguna vez fue estudiante recuerda haberle comentado al profesor algo que leyó o escuchó mientras llegaba a la escuela o la universidad, o ahora con las redes: «pasó esto, lo vi en Twitter», y el profesor, en su afán de control y aislamiento del aula responde, «volvamos a lo nuestro», sin reparar y la trascendencia de la información o la oportunidad creada para un debate provechoso.

Iluminar también implica enseñar la información sin tergiversar los acontecimientos según intereses de terceros. ¿Por qué la escuela no está enseñando la historia como debe ser? Porque la historia se modifica con base a quien está en el poder. Educarse en los años finales de la dictadura puede tener efectos sobre el curso de las lecciones. Si el grupo que está en el poder se opone totalmente a la dictadura militar, en las aulas se impartirán lecciones sobre sus nefastas consecuencias, cuando un par de años antes ni siquiera se hablaba del tema. Lo mismo sucede en muchos lugares en los cuales figuras de poder se valen de la enseñanza de la historia como una manera de mantener el control de la población e idealizar su propia figura.

La educación adecuada no puede sufrir los sesgos del momento histórico. Tiene que enseñar lo que sucedió y dejar a los alumnos opinar y cuestionar lo que está pasando en el presente, tiene que dar los pasos para que un niño de diez años se levante y pregunte por qué su vecino de al lado no tiene con qué desayunar, pero él sí, y por qué hay personas presas que en algún momento estuvieron en el poder, o porque hay agua potable en casa, pero al ir de paseo a provincias centrales ve lugares donde no existe acceso al recurso.

De la misma manera, la educación universitaria distorsiona la realidad cuando utiliza información viciada para sus propósitos publicitarios en el caso de las instituciones privadas. Son populares las cuñas televisivas en las que se monta un escenario de aprendizaje que parece sacado de una película de ciencia-ficción. Pantallas táctiles transparentes, recursos que en realidad no posee la institución, grupos de tamaño limitado que transmiten la idea de atención personalizada cuando no es lo que realmente sucede, carreras que no están aprobadas y demás publicidad engañosa que confunde al joven y susceptible aspirante.

Se puede hacer publicidad honesta, pero si se examina como objetividad, la universidad vende más de lo que ofrece. En ninguna fachada universitaria se advierte al postulante que su éxito depende de un sinfín de factores, la mayoría independientes de la universidad o carrera que elija. Es más, algunas universidades se jactan de vender éxito garantizado y oportunidades inmediatas de trabajo para sus egresados. A menos que al final de la carrera sea la misma universidad la que les ofrezca un puesto de trabajo, esta clase de promesa son incorrectas.

No podemos aislar el aula, porque la misión de la educación es que todo el que atraviese el proceso tenga una oportunidad afuera, sea una persona funcional, adaptada, que aporte a su entorno y cuestione lo que sucede. Que entienda que el respeto a la patria también implica el respeto a nuestras libertades, al estado de derecho, a la Constitución, a las leyes, al bien común, a la igualdad y oportunidad para todos.

Hay que darle espacio a la generación que está educándose, a niños y adolescentes, para que cuestionen lo que sucede. Pero tenemos miedo, desconocemos qué clase de desobediencia se puede desencadenar por sembrar en estas mentes la semilla de la duda, aunque es la semilla de la duda la que germina en la planta del saber.

Capítulo 11 del libro A pesar de la educación


Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameñ[email protected]

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.