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Por: Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional

Amigos lectores: Hace un mes, 2 de junio, el documental del cineasta cubano Pavel GiroudEl caso Padilla, inició su andadura en salas pertenecientes a circuitos comerciales, en distintas ciudades de España. Antes de esto, el documental hizo un recorrido por festivales en Estados Unidos y de Europa, en los que ha recibido siempre un doble reconocimiento: premios de los críticos y el sonoro aplauso del público.

Aunque durante años El caso Padilla ha sido un tema recurrente en mis conversaciones con Vasco Szinetar, solo cuando vi el documental entendí la dimensión de lo ocurrido, y por qué los hechos que tuvieron lugar la noche del 27 de abril de 1971, en La Habana, guardan una repercusión que sigue viva y que nos concierne: viva como la dictadura castrista que la originó.

Mínima recapitulación: luego de 37 días en la cárcel, a Padilla lo liberan la noche del 26 de abril. Las fuerzas de seguridad del régimen convocan a escritores, artistas e intelectuales a la sede de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. El encuentro se produce bajo un severo control policial: la convocatoria, la lista de invitados, la confirmación, el acceso. Lo que ocurre en la sala es filmado hasta en sus más mínimos detalles. A las 9 de la noche, en una atmósfera de tensión, el húmedo bochorno del trópico, y los rostros entre temerosos y perplejos de los citados, Heberto Padilla entra, se sienta, y luego de la breve presentación realizada por el intelectual-funcionario José Antonio Portuondo, se acerca al micrófono y habla durante 50 minutos.

Esos 50 minutos se constituyeron en un parteaguas: a partir de ese momento, numerosos compañeros de viaje, artistas e intelectuales, tomaron distancia, adoptaron una posición crítica con la Revolución o rompieron con ella. Se desató un debate en América Latina: cartas firmadas colectivamente, comunicados, declaraciones de una parte y otra. Buena parte de los autores de mayor proyección, de las revistas literarias y culturales, y de diarios del continente, participaron en la contienda. Aquello fue una confrontación de carácter continental, que resultaría reveladora no solo de posiciones políticas del momento, y hasta de la personalidad de algunos escritores, sino que mostraría, ante la complejidad de los asuntos en juego, el sentido anticipatorio, la visión de horizonte político que mostraron escritores como Octavio PazMario Vargas Llosa y Adriano González León, entre otros.

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¿Qué hay en esos 50 minutos? La escenificación, entre grotesca y denigrante, del poeta Padilla auto inculpándose por contrarrevolucionario, pero también levantando su dedo acusador en contra de su esposa y en contra de amigos, ella y ellos presentes en la sala. De algo estoy seguro: todo lo que pueda decirse, incluso con prosa elocuente, palidece ante el impacto de ver a Padilla, de escuchar a Padilla, de seguir, palabra a palabra, el circunvalar, el deambular de Padilla, sus gestos y sus pausas, su verbosidad enfática y florida, que incluye elogios a los esbirros del castrismo. Le hablo al lector que se interese por el contenido del dosier que ocupa las páginas 1 a la 9: en cuanto tenga oportunidad, debe ver el documental. En él está volcado el objetivo estructural de cualquier revolución -porque el antecedente del caso Padilla no es otro que los llamados Procesos de Moscú, el festín de falsos juicios y falsas confesiones, el teatro de la muerte organizado por Stalin entre 1936 y 1938-, que consiste en la anulación de lo individual, en la borradura de lo que hay de libre, de aspiración a una vida libre, en la condición humana.

Trae el dossier, fragmentos del libro de memorias que publicaría Padilla años después, durante su exilio en Estados Unidos; poemas de Fuera de juego, uno de los factores detonantes de su enfrentamiento con Fidel Castro (porque de eso se trataba en realidad, de la lucha desigual entre un poeta y un tirano omnipotente); dos textos, uno de Armando Durán y otro mío, así como un amplio recorrido por el caso, cuatro páginas ordenadas cronológicamente, constituidas por fragmentos, citas, narración de algunos de los hitos del expediente, en el que están consignadas las opiniones de los que vieron en la degradación de Padilla el síntoma de una dictadura; de los que dijeron que Padilla no era más que un episodio que se utilizaba para agredir a la Revolución; y los que bailotearon de una posición a otra, le dieron vuelta a la cosa, para acomodarse en una especie de limbo y evitar pronunciarse ante las contundentes evidencias.

Ana Julia Carballo (1996) es Licenciada en Letras, recientemente graduada en la Universidad de Los Andes, con una tesis sobre el escritor César Aira. A él está dedicado Una narración tramposa, el ensayo que viene en la página 10: “Cada una de las novelas del escritor argentino -y aquí, como dice Alberto Giordano, no vale la pena repetir una vez más lo prolífico que es- contiene una especie de manifiesto literario y estético; sin embargo, estos son independientes unos de otros al punto de contradecir a los anteriores y los siguientes. Esta  dificultad de clasificación que impone el autor se suma a la mezcla de géneros dentro de las novelas, y Varamo no es la excepción: fantasía, ficción, realismo, novela histórica y hasta ciencia ficción se combinan sin criterio aparente”.

A continuación, Viviana García Hoyos, estudiante de Letras de la misma ULA, comenta Chicas en tiempos suspendidos, el último libro de la poeta y ensayista argentina Tamara Kamenszain (1947-2021), largo poema-ensayo, escrito durante los meses de la pandemia.

En la parte superior de la misma página 11, hablo de Sarmiento, novela de Martín Caparrós, escritor y periodista argentino residenciado en España. Mi nota arranca con esto: “Habla Domingo Faustino Sarmiento (o eso creemos). Nos habla desde 1874. Específicamente, desde el 11 de octubre de 1874, un día antes de dejar la presidencia de Argentina, ejercida durante 6 años. Tiene 63 años. Su voz es la de un sosegado cansancio. El primer párrafo de la novela de Martín Caparrós, que lleva el lacónico título de Sarmiento, dice: “Ya está: mañana se termina. Estoy dejando atrás todo eso que alguna vez me pareció, de tan lejano, inalcanzable. Pasé toda mi vida tratando de ser lo que ahora soy y mañana ya no. Lo fui seis años: pasado mañana será como si no lo hubiera sido”.

Cierra esta entrega del PDF del Papel Literario, con un singular reportaje de Juan Carlos Zapata -persistente en su pasión por la vida y obra de García Márquez-. Se titula Cuando Graham Greene y García Márquez fueron agentes secretos y narra el episodio que condujo a los dos escritores a actuar ante la guerrilla salvadoreña, a finales de los años setenta, y realizar diligencias para preservar las vidas de dos víctimas de un secuestro. Cuenta García Márquez: “Dos banqueros ingleses habían sido secuestrados por la guerrilla de El Salvador. Para la liberación de ambos, Ian Massie y Michael Chaterton, pedían 50 millones de dólares. De acuerdo al ultimátum de los secuestradores, los dos hombres habrían sido ejecutados si en un plazo de veinticuatro horas, no era pagado el rescate. Mi viejo amigo, Omar Torrijos, me llamó entonces para pedirme que hiciera algo en favor de esos dos hombres. Transmití un mensaje a los guerrilleros a través de intermediarios. Les pedí que no ejecutaran a los rehenes y me comprometí, personalmente, a lograr que las conversaciones se reanudaran. Los guerrilleros me respondieron que aceptaban. Entonces llamé por teléfono al novelista inglés Graham Greene que estaba en Antibes. Fue él quien se puso en contacto con la parte inglesa. Las negociaciones duraron cuatro meses” (por cierto, que el más reciente libro de Juan Carlos ZapataChávez a la hora y en la hora de su muerte, ya comenzó a circular -Amazon-).

64 años, respetables lectores. 64 años tiene la dictadura castrista en el poder. Sobrecoge pensar cuánta muerte, cuánto sufrimiento, cuánta destrucción. Cuánto horror. Cuánto error.

Nelson Rivera, director del Papel Literario

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