Por: Dra. Lilia Muñoz
La autora es vicerrectora de Investigación, Postgrado y Extensión de la Universidad Tecnológica de Panamá, docente e investigadora de la Facultad de Ingeniería de Sistemas Computacionales, co-coordinadora del Grupo de Investigación en Tecnologías Computacionales Emergentes (GITCE-UTP), investigadora asociada al Centro de Estudios Multidisciplinarios en Ciencias, Ingeniería y Tecnología (CEMCIT AIP) y miembro del Sistema Nacional de Investigación (SNI) de Panamá
A lo largo de una carrera universitaria se generan diferentes etapas que pueden marcar de forma positiva o negativa la vida de una estudiante. Muchos de los desafíos que enfrentan las estudiantes pueden ser complejos, principalmente por las presiones sociales, la brecha de género, falta de representación en algunas áreas, entre otras. Principalmente en carreras STEM, mayormente dominadas por hombres, las estudiantes suelen sentirse aisladas y no valoradas, generando muchos obstáculos que tienen que enfrentar.
La mentoría, que se entiende como una relación de aprendizaje, en donde una persona más experimentada o con mayor conocimiento, aconseja, guía y ayuda a otra menos experimentada o con menos conocimiento, se convierte en una herramienta que permite el crecimiento académico, personal y profesional de las estudiantes; más allá del ámbito académico transformando sus vidas.
En el contexto académico, la orientación que puede ofrecer el mentor logra ser más específica, estableciendo estrategias que permitan tener resultados más significativos; adaptando el aprendizaje a las necesidades e intereses. Todos estos elementos se logran principalmente cuando se conocen las fortalezas y debilidades del estudiante.
Los cambios que pueden lograrse van más allá de lo académico (mejoras en sus calificaciones, habilidades en el aprendizaje, descubrimiento de destrezas), permitiendo también a la estudiante generar autonomía y confianza en si misma.
Por otra parte, los cambios que se generan al entrar en la etapa universitaria crean muchos desafíos en las estudiantes: incertidumbre sobre el futuro próximo, emociones encontradas, estrés, presión de grupo, retos académicos, entre otros.
En este escenario, un mentor puede motivar a través de la escucha activa, orientar sobre cómo establecer prioridades, contribuir con el desarrollo de la empatía para con los compañeros, despertar el compromiso y la responsabilidad que la carrera amerita; a su vez, puede generar una mayor autoestima y resilencia.
Además, son varios aspectos que una mentora puede compartir en el contexto profesional: consejos sobre la profesión, conexiones con otros profesionales nacionales e internacionales, la preparación para la transición de la vida académica a la vida profesional, siendo esta última, cada vez más compleja, por el mundo tan competitivo que enfrentamos.
La generación de habilidades prácticas y habilidades blandas (liderazgo, trabajo en equipo, comunicación, etc.) pueden contribuir significativamente a la inserción de las estudiantes en el mundo laborar y a clarificar las metas profesionales.
Iniciativas como el programa de Mentoría JULIA de la SENACYT son un ejemplo de cómo a través de la mentoría podemos reducir la brecha de género en campos científicos y tecnológicos e inspirar a más mujeres a seguir carreras en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM).
Hoy, en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, fecha que se celebra el 11 de febrero de cada año, que busca reconocer y promover la participación femenina en los campos científicos y tecnológicos, es importante incentivar, reconocer y fortalecer programas como JULIA y la mentoría en las universidades, como herramientas para contribuir a un futuro más inclusivo y, de esta forma, continuar inspirando y guiando a las nuevas generaciones científicas panameñas.
Por: Dra. Lilia Muñoz