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Antonio Guillem/Shutterstock

Por: Águeda Gómez Suárez, Universidade de Vigo Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Águeda Gómez Suárez, Área de Sociología Departamento de Sociología, Ciencia Política y de la Administración y Filosofía, Universidade de Vigo

En el Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer es importante analizar cómo opera la “política sexual” de las Big Tech y la expansión imparable de la misoginia digital, una de las amenazas más urgentes del entorno en línea.

La paradoja es evidente: estos espacios, diseñados inicialmente para democratizar el diálogo y fomentar la comunidad, se han convertido también canales para una toxicidad contra las mujeres cada vez más sofisticada.

Grandes titanes tecnológicos operan bajo modelos que maximizan las interacciones y las ganancias, colisionando con conceptos, principios, valores y procedimientos democráticos. Como resultado, el ecosistema virtual se ha transformado en un espacio marcado por una semiótica sexista y misógina omnipresente que permea la cultura globalizada dominante y facilita la reproducción de estereotipos sexistas, con efectos perjudiciales para las mujeres.

Investigaciones recientes han documentado la magnitud del problema: un estudio reciente en el que se analizaron 349 500 fotos de Google View reveló cómo estos prejuicios se reflejan en las imágenes mostradas en este espacio virtual, que reflejan un importante sesgo de género. En cuanto al ciberacoso y la objetivación femenina, estudios indican que un 60  % de las jóvenes en todo el mundo han sufrido ciberacoso, y en España esta cifra asciende al 80 %.

Plataformas como OnlyFans han reforzado un sistema de objetivación de las mujeres, con un 97 % de cuerpos femeninos mostrados –el 97 % de las creadoras de contenidos en OnlyFans son mujeres y solo el 3% son hombres–.

Un estudio realizado por Sensity AI en 2020 encontró que el 97 % de las imágenes deepfake eran de mujeres y niñas. Hay 700 millones de páginas web porno, 3 500 millones de visitas al mes en Pornhub, y el 99 % de las víctimas de vídeos pornográficos deepfake son mujeres.

Recientemente, en en el 70 % de las escuelas de Corea del Sur se detectaron grupos de alumnos Telegram que realizaban deepfakes sexuales con fotos de sus compañeras. En Portugal se ha detectado un chat de Telegram donde 70 000 hombres intercambian fotos de carácter sexual de mujeres de su entorno.

En efecto, el uso de inteligencia artificial ha abierto una nueva frontera para el abuso digital. La ONU ha alertado sobre el incremento de imágenes generadas por IA que simulan abusos sxuales infantiles.

Esta realidad es parte de una desigualdad estructural más amplia en el ámbito tecnológico, donde las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en las áreas STEM, así como en inteligencia artificial, con solo un 22 % de presencia en IA y un 29 % en investigación y desarrollo, impactando directamente en el desarrollo de tecnologías y en la cultura resultante.

La misoginia digital se está convirtiendo en un arma de desestabilización social. La normalización de discursos hostiles hacia las mujeres es una amenaza tangible para la seguridad global. Y en la medida en que los gigantes tecnológicos continúen beneficiándose económicamente de la viralidad de estos mensajes, la situación parece lejos de mejorar. Este “capitalismo de desastre” está erosionando la cohesión social y la calidad de las democracias.

La responsabilidad de la ‘enshittification’

El fenómeno de la enshittification, como lo llama el periodista canadiense, es un ciclo en el que los servicios en línea, en lugar de mejorar, experimentan una degradación progresiva de su calidad. En este caso, se puede concluir que asistimos a una imparable enshittification misógina del ecosistema digital.

El daño es profundo y duradero. En términos de bienestar, se ha encontrado que las personas con acceso a internet están un 8 % más satisfechas con sus vidas que aquellas que no lo tienen, salvo en el caso de las mujeres de entre 15 y 24 años, quienes experimentan una situación diferente.

Paralelamente, estamos siendo testigos de un fenómeno de fanatismo pospolítico donde la viralidad de la misoginia se ve amplificada por la alianza entre las administraciones políticas autoritarias y antidemocráticas y los líderes de grandes corporaciones tecnológicas, que utilizan su poder para erosionar,los derechos de las mujeres a nivel global.

La pregunta que surge es: ¿qué medidas podemos tomar para frenar esta amenaza en expansión? Es urgente que tanto gobiernos como ciudadanía tomen conciencia de esta situación y actúen para proteger los derechos humanos, expropiando el espacio digital de utilidad pública.

Las plataformas digitales deben asumir su responsabilidad en la creación de espacios seguros y respetuosos. Sin embargo, el problema va más allá de la tecnología: requiere de políticas globales y un compromiso colectivo para erradicar la misoginia y construir un futuro digital más compasivo, humano y justo.

Águeda Gómez Suárez, Área de Sociología Departamento de Sociología, Ciencia Política y de la Administración y Filosofía, Universidade de Vigo Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.