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Por: Hisvet Fernández

Hisvet Fernández es psicóloga social, feminista, activista de los DDHH de las Mujeres y los Derechos Sexuales y Reproductivos, directora del Centro de Capacitación para la Vida (Cecavid). Integrante de la Alianza Salud Para Todas. Coordinadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo Lara. 
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@psicohisvetfernandez

Siempre el dolor crónico lleva consigo malestar emocional. No es posible para una persona vivir con dolores permanentes y que esta situación no cause sufrimiento y con ello una serie de efectos psicológicos que marcan su vida.  

En la gran mayoría de los caos el dolor crónico viene acompañando otros padecimientos, no siempre conocidos y diagnosticados a tiempo para que no ocurra, en medio de la desinformación y la ignorancia sobre sus causas.

La identidad femenina por estar asociada con los cuidados hacia otros, está configurada para no atender adecuadamente sus propios malestares.

Las mujeres suelen dejar de último la atención a sí mismas ya que deben responder como las “grandes cuidadoras” que deben ser y que necesitan ser, para su autorrealización como “mujeres” y como “madres” aún sin tener hijos/as biológicos.

Dedican su tiempo y energía al cuidado de otros y a ser el soporte de los dolores de otros y no de sus propios dolores.

Cuando las mujeres expresan sus dolores y malestares por lo general son catalogadas de exageradas, hipocondríacas, dramáticas, flojas y mucho más, entre otras maneras de obligarlas a callar y no demostrar lo que sienten, para que sigan cumpliendo su rol de cuidadoras.

Todo dolor, y mas aún cuando es crónico, implica sufrimiento emocional generando psicopatologías frecuentes como depresiones y trastornos de ansiedad. Que no por casualidad, son más comunes en las mujeres que en los hombres.

Cuando el dolor crónico es acompañante de Enfermedades Raras o poco conocidas eso se convierte en un gran riesgo psicosocial para mantener la cronicidad del dolor, ya que elementos como la falta de información, el desconcierto, la incertidumbre, el que la familia no crea en el sufrimiento de la persona generan en estas; desesperanza, confusión, frustración, ansiedad anticipatoria, desconcierto, estrés, tristeza, y todo un conjunto de emociones y sentimientos negativos que amplifican la sensopercepción del dolor lo que detona la angustia y el mantenimiento del dolor crónico, en un círculo vicioso.

Las personas que padecen enfermedades raras que conllevan dolor crónico ven así afectada su salud emocional y su desempeño social de una manera discapacitante.

La tensión constante que genera el dolor, sostenido en el tiempo, produce lo que se denomina fatiga crónica y afecta el sueño resultando en insomnio, con jornadas diarias extenuantes y agotadoras.  

Entre ellas se escuchan expresiones como: “estoy devastada”, “reventada”, “agotada” “fundida”. La cotidianidad se convierte en un acumulado de memorias de dolor, no solo físico sino también emocional que son el telón de fondo de la vida de estas personas. 

 “…los trastornos del estado de ánimo, la falta de comprensión de los demás y sobre todo de sí mismo y sus padecimientos, el grado de dependencia para poder realizar ciertas actividades, el preguntarse por qué un día pueden hacer todo lo que planearon y hasta más, mientras que la siguiente jornada puede resultar incapacitante para desempeñar ciertas funciones que “ayer” parecían muy sencillas, es natural que esto genere incertidumbre y ansiedad anticipatoria, en ocasiones pueden mostrarse más irritables e incluso puede provocar que la persona manifieste agresividad”… (Fishbain, 2000)

Esta situación genera sentimientos de culpa, vergüenza y autocastigo, afectando la propia valoración de sí mismas y su autoestima, lo que contribuye a que se perciba con mayor intensidad el dolor.

Por el contrario cuando las personas en estas situaciones, tan adversas, pueden aceptar que las condiciones le han hecho diferente, que tienen derecho a vivir con las condiciones que le permitan moverse y actuar desde sus propias capacidades, sean muchas o pocas, y luchan para exigirlas, cuando son conscientes que tienen derecho a vivir en correspondencia con sus propias facultades y que para ello deben expresar lo que sienten y viven, y explicarle al mundo para que comprenda y les abra espacios adecuados.

 Estas personas son las que van abriendo caminos y haciendo los espacios para que otras, que vienen detrás, tengan mejores posibilidades de vivir plenamente. Para esto las mujeres se hacen críticas de su propia identidad y se salen de ese molde que las obliga a callar.