Amigos lectores:
Una cita: “Ver y admirar la obra de Marisol en conjunto es una experiencia estética que nos confronta con un canon de belleza particular, partiendo de la premisa de que todo ente activo y viviente tiene algo de ‘bello’ como parte de su estructura conceptual y estética.
Pero definitivamente el concepto de lo ‘bello’ no puede ser aceptado como un atributo lógico arbitrario, así lo consideremos de acuerdo al gusto, sensibilidad, insensibilidad o mediocridad de la época en la cual nos situemos.
En consecuencia inmediatamente surge la pregunta, ¿bello en relación a qué? En el caso de los retratos escultóricos de Marisol son bellos en relación a ellos mismos y a la artista que los ha creado. La suya es una obra que invita a la caricia siguiendo un especial ordenamiento humano del mundo visible. Estos retratos dibujados y coloreados forman parte de un cuerpo que a veces parece no pertenecerles”. La que escribe es una maestra venezolana, la crítica de arte Bélgica Rodríguez, que nos ofrece un elocuente y prístino ensayo sobre la trayectoria y la obra de la escultora venezolana Marisol Escobar (1930-2016), quien se residenció en New York a partir de 1950. Rodríguez invitó a un grupo de sus colegas –Mariela Provenzali, Alberto Fernández R., Anny Bello, Beatriz Sogbe y Juan Carlos López Quintero– a escribir sobre Marisol -así, Marisol a secas, que es como se la conoce-. El homenaje va de las páginas 1 a la 5.
Las dos siguientes páginas están ocupadas por el fragmento de un libro todavía inédito de Roldán Esteva Grillet. El fragmento se titula Dos efemérides y un falso histórico, texto que se lee al compás de las 14 fotografías que contiene, imprescindibles para acompañar la revisión que nos propone el autor. Arranca así: “El presidente Hugo Rafael Chávez Frías alcanzó a conmemorar dos efemérides: los bicentenarios de la frustrada invasión de Miranda de 1806 por el occidente del país (nunca antes oficialmente conmemorada), y de las dos fechas iniciales del proceso de Independencia, el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811. Tuvo planes para conmemorar una anterior, el juramento de Bolívar en el monte Sacro en Roma, el 15 de agosto de 1805, con un gran concierto dirigido por el rutilante director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel, pero misteriosamente, nada pasó.
Mi sospecha es que dichos planes se esfumaron al publicarse un artículo de Simón Alberto Consalvi que daba cuenta de la forma en que el juramento de marras se había dado a conocer en 1883 en un libro del colombiano Manuel Uribe Ángel, siendo para el momento Álvaro Uribe Vélez, presidente de la hermana república, el archienemigo de Chávez”.
Producto de un reciente viaje a Roma, Edgar Cherubini Lecuna ofrece, con el título de La roca que habla, un ensayo sobre el Moisés de Miguel Ángel Buonarroti: “Al detallar el Moisés, observamos al líder de Israel sujetando con fuerza las Tablas de la Ley debajo de su brazo derecho, tomando asiento ante el disgusto de ver a su pueblo entregado de nuevo a la idolatría y a la superstición.
El escultor traduce de manera magistral la indignación que lo invade, al lograr proyectar la gran tensión que presenta su figura y aún más, la de su rostro a punto de estallar en cólera. La protuberancia de las venas y la tensión en los músculos de brazos y piernas anticipan el impulso de levantarse y enfurecido despedazar las Tablas de la Ley, acción que ejecutará cuando se incorpore furioso.
La escultura resume el instante en que un hombre indignado observa con rabia y desprecio la estupidez de aquellos en quienes ha depositado su confianza y desvelo. Es un rostro que está a punto de increpar vigorosamente a quienes lo observan. Es una cólera sagrada, porque él viene de encontrarse nada menos que con Dios y recibir de él las leyes para la supervivencia de su pueblo”.
Micropaisaje y pareidolia, la primera exposición individual de la fotógrafa Elizabeth Schummer -Beatriz Gil Galería- clausura. En la página 9 concurren tres textos: un breve de la propia Schummer, otro de Johanna Pérez Daza (dedicado a Mirada inversa, libro con fotografías de Schummer y textos de Daniela Díaz Larralde) y uno de Alejandro Sebastani Verlezza: “No es el paisaje entero, ni un landscape. Todo lo contrario: una visión mínima que se expande con el lente de la cámara en el momento de imprimir. No importa por dónde pasó Schummer, vale el detalle, la fisura que captó su atención. Va como tanteando, casi adivinando, por el espacio, hasta dar con el trazo de una poética libre y espontánea”.
En las siguientes tres páginas -10, 11 y 12- se produce un cambio de registro: vamos de las artes visuales a Pablo Pulido, eminente cuya hoja de servicios al país desborda cualquier previsión: fundador de la Universidad Metropolitana, del Centro Médico Docente La Trinidad, del Hospital Ortopédico Infantil y de tantas cosas más.
Un republicano, hombre de proyectos, instituciones y logros. Ciudadano que ha vivido con Venezuela en sus pensamientos. Pues a este magnífico, la UNIMET le ha concedido el Doctorado Honoris Causa, en una ceremonia que tuvo lugar el 1 de noviembre. Sergio Dahbar le entrevista. Pulido recapitula: habla de su recorrido, de su ejercicio profesional (es médico), de la creación de instituciones, de los equipos con los que se ha desempeñado a lo largo de las décadas. Directo, ajeno a la ostentación, pedagógico. A continuación ordenamos los breves testimonios de amigos y aliados que le conocen: Adán Celis, Eugenio Mendoza, Fernando M. Reimers, Georges Bocaranda, Jacobo Rubinstein, José María de Viana, Luis Eduardo Parodi, Luis Miguel da Gamma, José Octavio Isea, Moisés Náim y Rafael Reif.
Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional