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Fotos: Eriscolors/Pixabay

La Ley 9 consagró el 30 de mayo a la Etnia Negra en la República de Panamá como una manera de exaltar sus valores y aportes culturales. A propósito de esta fecha, compartimos una selección de poemas, cuyos autores cantan al legado de la negritud desde diferentes latitudes de la América mestiza, diversa, mágica y afro y del continente africano


Léopold Sédar Senghor

(Senegal, 1906-2001)

(Versión al español de J.J. Arnedo)

MUJER NEGRA

¡Mujer desnuda, mujer negra

Vestida de tu color que es vida, de tu forma que es belleza!

He crecido a tu sombra, la suavidad de tus manos vendaba mis ojos,

Y en pleno Verano y en pleno Mediodía te descubro Tierra

prometida desde la alta cima de un puerto calcinado

Y tu belleza me fulmina en pleno corazón como el relámpago al águila.

Mujer desnuda, mujer oscura

Fruto maduro de carne tersa, sombrío éxtasis del negro vino,

boca que haces lírica mi boca

Sabana de horizontes puros, sabana estremecida bajo las caricias ardientes del Viento

del Este

Tantán esculpido, tantán terso que ruges bajo los dedos del vencedor

Tu voz grave de contralto es el canto espiritual de la Amada.

Mujer desnuda, mujer oscura

Aceite que ninguna brisa ondea, aceite suave en los costados

del atleta, en los costados de los príncipes del Malí

Gacela de cabos celestes, las perlas son estrellas en la noche de tu piel

Delicias de los juegos del espíritu, los reflejos de oro bermejo sobre tu piel tornasolada

A la sombra de tu cabellera, se ilumina mi angustia con los soles cercanos de tus ojos.

Mujer desnuda, mujer negra

Como su belleza que pasa, forma que fijo en lo eterno,

Antes que el destino celoso te reduzca a cenizas para nutrir las raíces de la vida.


Andrés Eloy Blanco

(Venezuela, 1896-1955)

PÍNTAME ANGELITOS NEGROS

Foto: Eriscolors/Pixabay

¡Ah mundo! La Negra Juana,
¡la mano que le pasó!
Se le murió su negrito,
sí señor.

—Ay, compadrito del alma,
¡tan sano que estaba el negro!
Yo no le acataba el pliegue,
yo no le acataba el hueso;
como yo me enflaquecía,
lo medía con mi cuerpo,
se me iba poniendo flaco
como yo me iba poniendo.
Se me murió mi negrito;
Dios lo tendrá dispuesto;
ya lo tendrá colocao
como angelito del Cielo.

—Desengáñese, comadre,
que no hay angelitos negros.
Pintor de santos de alcoba,
pintor sin tierra en el pecho,
que cuando pintas tus santos
no te acuerdas de tu pueblo,
que cuando pintas tus Vírgenes
pintas angelitos bellos,
pero nunca te acordaste
de pintar un ángel negro.

Pintor nacido en mi tierra,
con el pincel extranjero,
pintor que sigues el rumbo
de tantos pintores viejos,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

No hay pintor que pintara
angelitos de mi pueblo.
Yo quiero angelitos blancos
con angelitos morenos.
Ángel de buena familia
no basta para mi cielo.

Si queda un pintor de santos,
si queda un pintor de cielos,
que haga el cielo de mi tierra,
con los tonos de mi pueblo,
con su ángel de perla fina,
con su ángel de medio pelo,
con sus ángeles catires,
con sus ángeles morenos,
con sus angelitos blancos,
con sus angelitos indios,
con sus angelitos negros,
que vayan comiendo mango
por las barriadas del cielo.

Si al cielo voy algún día,
tengo que hallarte en el cielo,
angelitico del diablo,
serafín cucurusero.

Si sabes pintar tu tierra,
así has de pintar tu cielo,
con su sol que tuesta blancos,
con su sol que suda negros,
porque para eso lo tienes
calientito y de los buenos.
Aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

No hay una iglesia de rumbo,
no hay una iglesia de pueblo,
donde hayan dejado entrar
al cuadro angelitos negros.
Y entonces, ¿adónde van,
angelitos de mi pueblo,
zamuritos de Guaribe,
torditos de Barlovento?

Pintor que pintas tu tierra,
si quieres pintar tu cielo,
cuando pintas angelitos
acuérdate de tu pueblo
y al lado del ángel rubio
y junto al ángel trigueño,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.


Nancy Morejón

(Cuba, 1944)

LA SILLA DORADA

a la memoria de Loló Soldevilla

Foto: Eriscolors/Pixabay

Soy una mujercita sin rostro

sentada en la punta de una roca,

hacia la parte inferior de un paisaje

donde se encuentran un río y dos mares.

No puedo dejar de contemplarlos:

un río para dos mares, dos mares para un río;

hasta que el grito del alcatraz,

más allá de las nubes, los despierta.

No sé hablar ni tengo manos.

Un látigo inmemorial las fue cortando poco a poco.

Y apenas reconozco las nuevas palabras aprendidas.

Apenas tengo lengua para los buenos días

y las buenas noches.

Todo es inmensidad a mi alrededor.

Todo es inmenso como mi pelo de ciclón

y la bestialidad de mis abuelos:

Mi abuela Brígida, ahogada en la tinta de los notarios,

pero invencible, rumorosa y pequeña;

tatuada en la memoria de las codornices,

allá en Ciego de Ávila;

fija en la furia de las turbinas

donde anidara Felipe Morejón Noyola;

fija en la memoria de Aida Santana, con su hacha de miel;

fija en mi propio corazón.

Mi abuela Ángela, vapuleada y cantando,

diezmada por veinticuatro partos,

echada a los solares con su triste canción

echada a los perros,

echada a la muerte precoz e inmerecida,

como todas las muertes precoces,

pero cantando una canción sin nombre

en una comadrita, junto a María Teresa,

«con sus trovas fascinantes que me las quiero aprender».

Muertes de mis abuelas

que nunca conocí.

Muertes de mis abuelos depredadores

que nunca tampoco conocí.

El follaje de los sauces calma mi inquietud.

Los pájaros están piando.

Sentada ante esta espuma,

salpican los recuerdos del Colegio Academia Laplace:

La mejor alumna de cuarto grado

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representa a un travieso pollito negro

cuyos hermanos eran todos pollitos amarillos

pero el pollito negro era el desobediente,

el transgresor, quizás el real culpable.

Aquella misma alumna

–imposibilitada de estudiar en La Sorbona

gracias a algunos criterios adversos, sabiamente escondidos

y, sobre todo, gracias a la trampa de diversos tiñosos,

interesados en probar la inconveniencia

de que un pollito negro pudiera osar pisar París-­

nunca pudo dejar de ser,

nunca dejó de ser aquel pollito negro.

Soy una mujercita sin rostro.

Vino el viento de julio.

Me habían predestinado una escoba muy vieja y un sartén,

el último puesto en la fila,

el tapabocas y la más inconsciente sumisión.

Me dieron fuerte.

A mí también me dieron con un palo.

Benditos la escoba vieja y el sartén,

el último puesto en la fila,

el tapabocas y la aparente sumisión.

Soy una mujercita sin rostro

sentada en la punta de una roca

y aúllan los güijes en la noche

estremecidos por el viento de julio.

Soy quien soy sobre una silla dorada.


Demetrio Korsi

(Panamá, 1899-1957)

INCIDENTE DE CUMBIA

Foto: Eriscolors/Pixabay

Con queja de indio y grito de chombo,

dentro de la cantina de Pancha Manchá,

trazumando ambiente de timba y kilombo,

se oye que la cumbia resonando está…

Baile que legara la abuela africana

con cadena chata y pelo cuscú;

fuerte y bochinchosa danza interiorana

que bailó cual nadie Juana Calambú.

Pancha Manchá tiene la cumbia caliente,

la de Chepigana y la del Chocó,

y cuando borracha se alegra la gente,

llora el tamborero, llora Chimbombó…

Chimbombó es el negro que Meme embrujara,

Chimbombó es el negro de gran corazón;

le raya una vieja cicatriz la cara;

tiene mala juma y alma de león.

Y el tambor trepida! Y la cumbia alegra!

Meme baila… El negro, como un animal,

llora los desprecios que le hace la negra,

y es que quiere a un gringo la zamba fatal!

Como un clavo dicen que saca otro clavo,

aporrea el cuero que su mano hinchó;

mientras más borracho su golpe es más bravo;

¡juma toca cumbia, dice Chimbombó!…

Vengador, celoso, se alza de un respingo

cuando Meme acaba la cumbia, y se va

-cogida del brazo de su amante gringo-

rumbo al dormitorio de Pancha Manchá.

Del puñal armado los persigue, y ambos

mueren del acero del gran Chimbombó,

y la turbamulta de negros y zambos

siente que, a la Raza, Chimbombó vengó…

Húyese hacia el Cauca el negro bravío

y otra vez la cumbia trepidando está,

pero se dijera que no tiene el brío

de la vieja cumbia de Pancha Manchá…

Es que falta Meme, la ardiente mulata,

y es que falta el negro que al Cauca se huyó;

siempre habrá clientela y siempre habrá plata,

¡pero nunca otro hombre como Chimbombó!


Jaime Jaramillo Escobar

(Colombia, 1932-2021)

MAMÁ NEGRA

Cuando mamá negra hablaba del Chocó

Le brillaba la cadena de oro en el pescuezo,

Su largo pescuezo para beber agua en las totumas,

Para husmear el cielo,

Para chuparles la leche a los cocos.

Su pescuezo largo para dar gritos de colores con las guacamayas,

Para hablar alto entre las vecinas,

Para ahogar la pena,

Y para besar su negro, que era alto hasta el techo.

Su pescuezo flexible para mover la cabeza en los bailes,

Para reír en las bodas.

Y para lucir la sombrilla y para lucir el habla.

Mamá negra tenía collares de gargantilla en los baúles,

Prendas blancas colgadas detrás del biombo de bambú,

Pendientes que se bamboleaban en sus orejas,

Y un abanico de plumas de ángel para revolver el aire.

Su negro le traía mucho lujo del puerto cada que venían los barcos,

Y la casa estaba llena de tintineantes cortinas de conchas y de abalorios,

Y de caracoles para tener las puertas y para tener las ventanas.

Mamá negra consultaba el curandero a propósito del tabardillo,

Les prendía velas a los santos porque le gustaba la candela,

Tenía una abuela africana de la que nunca nos hablaba,

Y tenía una cosa envuelta en un pañuelo,

Un muñequito de madera con el que nunca nos dejaba jugar.

Mamá negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla

para pisar el agua,

Tenía una cola de sirena dividida en dos pies,

Y tenía también un secreto en el corazón,

Porque se ponía a bailar cuando oía el tambor del mapalé.

Mamá negra se movía como el mar entre una botella,

De ella no se puede hablar sin conservar el ritmo,

Y el taita le miraba los senos como si se los hubiera encontrado en la playa.

Senos como dos caracoles que le rompían la blusa,

Como si el sol saliera de ellos,

Unos senos más hermosos que las olas del mar.

Mamá negra tenía una falda estrecha para cruzar las piernas,

Tenía un canto triste, como alarido de la tierra,

No le picaba el aguardiente en el gaznate,

Y, si quería, se podía beber el cielo a pico de estrella.

Mamá negra era un trozo de cosa dura, esmaltada de risa por fuera.

Mi taita dijo que cuando muriera

Iba a hacer una canoa con ella.


Nicolás Guillén

(Cuba, 1902-1989)

NEGRO BEMBÓN

¿Po qué te pone tan brabo,
cuando te disen negro bembón,
si tiene la boca santa,
negro bembón?

Bembón así como ere
tiene de to;
Caridá te mantiene,
te lo da to.

Te queja todabía,
negro bembón;
sin pega y con harina,
negro bembón,
majagua de dri blanco,
negro bembón;
sapato de do tono,
negro bembón…

Bembón así como ere,
tiene de to;
Caridá te mantiene,
te lo dá to.


Rogelio Sinán

(Panamá, 1902-1994)

CANDOMBE

Foto: Eriscolors/Pixabay
¡Zamba, zambé, zarabanda!
¡Mi perro, la luna y tú!
¿Por qué te pones tan brava
cuando te llaman
Chombita del Curundú?


(A la luna se le puso
la cara toda de grana,
porque no quería llamarte
jamaicana.)

¡Bríndame espumas de mar
y embriágame de arreboles!
¡Azota, morena, azota,
azótame los tambores!

Te dijo el sol: «¡Chomba mala!»
y te pusiste a llorar…
¡Bonito viento, morena,
bonito pa′navegar!

¡Qué sabroso se cimbrean
los cocos de tu palmera!
¡Ay, bate, morena, bate,
ay, báteme la bandera!

¡Zape, zape, negra mala,
—Caderas de corotú—,
llorá si te da la gana
and holing you!  






Emilio Ballagas

(Cuba, 1908-1954)

PARA DORMIR A UN NEGRITO

Dormiti mi negre,
dormiti ningrinto.
Caimito y merengue,
merengue y caimito.

Dromiti mi nengre,
mi nengre bonito.
¡Diente de merengue,
bemba de caimito!

Cuano tu sia glandi
va a se bosiador…
Nengre de mi vida,
nengre de mi amor…

Mi chiviricoqui,
chiviricoco…
¡Yo gualda pa ti
taja de melon!

Si no calla bemba
y no limpia moco,
le va’ abri la puerta
a Visente e` loco.

Si no calla bemba,
te va’da ’e gran susto.
Te va’a lleva ’e loco
dentre su macuto.

Ne la mata ’e guira
te ñama siju.
Condio en la puerta
eta ’e tataju…

Dromiti mi nengre,
cara ’e bosiador,
nengre de mi vida,
nengre de mi amor.

Mi chiviricoco,
chiviricoquito.
Caimito y merengue,
merengue y caimito.

A’ora yo te acuesta
`la `maca e papito
y te mese suave…
Du’ce…depasito…
y mata la pugga
y epanta moquito
pa que droma bien
mi nengre bonito…


Gaspar Octavio Hernández

(Panamá 1893-1918)


EGO SUM

Ni tez de nácar, ni cabellos de oro veréis ornar de galas mi figura; ni la luz del zafir, celeste y pura,veréis que en mis pupilas atesoro.


Con piel tostada de atezado moro; con ojos negros de fatal negrura, del Ancón a la falda verde oscura nací frente al Pacífico sonoro.


Soy un hijo del Mar… Porque en mi alma hay -como sobre el mar- noches de calma,indefinibles cóleras sin nombre.


y un afán de luchar conmigo mismo,cuando en penas recónditas me abism
o


Javier Alvarado

(Panamá, 1982)

YEMAYÁ, LA DE LOS MARES

A Jorge Amado

I

Antes he escarbado estas huellas, estas palabras
Estas historias resueltas en la pared
Clavadas como ojos vidriosos ante una idea que tiembla
Que salta en pedazos, da un vuelco
Grita en el tiempo y muerde siempre.
Antes he escuchado a la corriente hablar
A la dulce samaritana gritándome desde el polvo
Desde la roca primera de su genealogía de arcilla
Desde los trozos de su jofaina más terrena.
Yo he grabado y he sacrificado estos animales de Altamira
La voz verde del fuego, el violeta esqueleto del verdugo.
Yo vi nacer a mi madre con los llantos de octubre,
A mi padre lo dejé crecer y lo solté de la mano
Cuando el temor enfriaba las quebradas.
He tocado los cascabeles de la gracia sin conocer el milagro;
Subo hasta el monte, reconozco al gladiador
Y penetro en la boca de su máscara,
Donde me espera el aguijón de la canción más terrible.

He dormido como un perro
Y he escuchado las olas en el mar arrastrar a sus muertos,
Llevándolos a la tranquilidad de la arena,
Allí habremos todos de esperar boca arriba
Aquello que llamamos eternidad
Oh, Iemanjá, oscura claridad del tiempo.

II

Iemanjá, la de los mares,
La de las cítaras muertas, la de las tierras de Aiocá.
Iemanjá, la madre de todos los hombres,
La madre de la espuma india, la de los corales negros,
La de las escamas y agallas
La de los ojos de los peces.

Yo he visto tus ojos desde la gran claridad humana
Y he caminado por la costa buscando los solares perdidos
Los horizontes contados desde los dedos más supremos,
Las canciones de niño que abandoné con el estruendo sordo
De los fantasmales cañones de Portobelo
O las lunas que guardé como monedas en la orfandad de mis bolsillos.

(Se oye un rumor de tambor naciendo)
o-o-o-a-a yemayá
yemayá
o-o-o-a-a yemayá
yemayá

(Voz de palmar en calma)
Iemanjá,
Virgen de Regla
Cruz de España
Mar de los moros
Mar de los cristianos,
Tabaco de Cuba.

Una vela y un tambor
Están velando mi tumba
Ooa, Iemanjá, la que los recoge a los muertos bajo el agua,
La que lleva las almas hasta el abanico austral y boreal de la tierra
Un cuerpo ha descendido al fondo de las edades,
Se cristaliza húmedamente e inicia su retorno plantando su legajo de raíces

Hoy busco un tambor
Un cuero yoruba de alga y sangre,
Un pez, una almeja, una palabra
En estas ceremonias donde la jicotea niega su nombre;
Hoy las espadas marinas dan su toque de calma
Y los cangrejos habitan el territorio de las vastedades acuáticas.

o-o-o-a-a Yemayá
Yemayá la de los mares

Una vela y un tambor
Están velando mi tumba

o-o-o-a-a Yemayá
Yemayá

Quédate por el negro
Quédate por los pobres.

III

Janaína, la de los canoeros,
Una canción, un delta de río, un instrumento
Aleta de los metales más sublimes, hacha del leñador certero.
Todo inició con el coral de la carne, el fuego en las antorchas
En las canoas donde Dios existe y se mueve con el enjambre del pelícano
El ojo de la primavera, los brazos del verano
Los pies del invierno que sostuvieron el primer mundo donde duermes los Orishas.

Iemanjá, yo te llevo en mi canoa
En todas las velas de los barcos, en las naves,
En mis embarcaciones nocturnas, en la soledad, en los saveiros
.

Todo se queda, todo se escucha
Hijo soy de Iemanjá, la de la tierra y de los mares

(Con rumor de tormenta alejándose
Entonando una copla popular del Brasil)

Yo me llamo Ogum de ley
No niego mi natural
Hijo soy del agua clara
Soy nieto de Iemanjá
Iemanjá, ven

Ven del mar


Victoria Santa Cruz

(Perú, 1922-2014)

ME GRITARON NEGRA

Tenía siete años apenas,
apenas siete años,
¡Qué siete años!
¡No llegaba a cinco siquiera!
De pronto unas voces en la calle
me gritaron ¡Negra!

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

¿Soy acaso negra?, me dije
¡SI!

¿Qué cosa es ser negra?
¡Negra!

Y yo no sabía la triste verdad que aquello escondía.
¡Negra!

Y me sentí negra,
¡Negra!

Como ellos decían
¡Negra!

Y retrocedí
¡Negra!

Como ellos querían
¡Negra!

Y odié mis cabellos y mis labios gruesos
y miré apenada mi carne tostada

Y retrocedí
¡Negra!

Y retrocedí…
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Neeegra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

Y pasaba el tiempo,
y siempre amargada
Seguía llevando a mi espalda
mi pesada carga
¡Y cómo pesaba!

Me alacié el cabello,
me polveé la cara,
y entre mis entrañas siempre resonaba la misma palabr
a

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Neeegra!

Hasta que un día que retrocedía, retrocedía y qué iba a caer
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

¿Y qué?
¿Y qué?

¡Negra!

¡Negra!
Soy

¡Negra!
Negra

¡Negra!
Negra soy

¡Negra!

¡Negra!
Soy

¡Negra!
Negr
a

¡Negra!
Negra soy

De hoy en adelante no quiero
laciar mi cabello
No quiero
Y voy a reírme de aquellos,
que por evitar –según ellos–
que por evitarnos algún sinsabor
Llaman a los negros gente de color
¡Y de qué color!

NEGRO
¡Y qué lindo suena!

NEGRO
¡Y qué ritmo tiene!

NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO

Al fin
Al fin comprendí
AL FIN
Ya no retrocedo
AL FIN

Y avanzo segura
AL FIN

Avanzo y espero
AL FIN

Y bendigo al cielo porque quiso Dios
que negro azabache fuera mi color

Y ya comprendí
AL FIN

¡Ya tengo la llave!

NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO

¡Negra soy!