Una persona de cada cinco sufre soledad no deseada en España, pero ¿qué es exactamente? ¿Qué consecuencias puede tener? ¿Quiénes la sufren más?
Por: SMC España
El Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada [Soledades] la define como “la experiencia personal negativa en la que un individuo tiene la necesidad de comunicarse con otros y percibe carencias en sus relaciones sociales, bien sea porque tiene menos relación de la que le gustaría o porque las relaciones que tiene no le ofrecen el apoyo emocional que desea”.
La soledad no deseada es diferente al aislamiento social. Este se refiere a la falta sustancial de contactos sociales, puede medirse de forma objetiva y no supone necesariamente emociones negativas. Sin embargo, la soledad no deseada implica un sentimiento subjetivo de no tener la cantidad o calidad deseada de relaciones sociales.
Como explica al SMC España Elvira Lara, profesora del departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la Universidad Complutense de Madrid y experta en este campo, el apellido “no deseada” se aplica porque “la soledad en sí misma no es algo negativo, ya que también puede ser elegida o buscada. Estar solo no es lo mismo que sentirse solo”. Además, se está promoviendo el término de “soledades” porque “permite dar cuenta de todas las situaciones y vulnerabilidades que caben, que son muchas. Es una situación que nos puede afectar a todos”, afirma.
¿Qué consecuencias puede tener?
Además del sufrimiento que conlleva, la soledad no deseada se asocia con un mayor riesgo de problemas de salud mental, como depresión, ansiedad o ideación suicida. También supone un factor de riesgo de enfermedades cardiovasculares, problemas de sueño, deterioro cognitivo o demencia. Aunque los mecanismos exactos por los que actúa no están establecidos, la soledad se asocia con estilos de vida menos saludables y con mayores niveles de estrés. En general, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que “conlleva un riesgo equivalente, o incluso mayor, de muerte prematura al asociado con otros factores de riesgo más conocidos, como el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol, la inactividad física, la obesidad y la contaminación del aire”.
¿Cuál es la situación en España?
La principal fuente de información es el Barómetro de la soledad no deseada en España, realizado desde el Observatorio Estatal. Según los datos de 2024, el 20 % de la población en España sufre soledad no deseada y son las mujeres quienes más lo reconocen (un 21,8 % frente al 18 % de los hombres). Casi el 50 % de las personas afirman haberla sentido en algún momento de su vida.
Aunque el sentimiento de soledad puede ser dinámico y estar asociado a situaciones puntuales de cada biografía, dos de cada tres personas que sufren soledad dicen llevar así desde hace más de dos años, lo que indica que existen numerosos casos de larga duración, más preocupantes. Desde un punto de vista económico, se ha estimado que el coste anual de la soledad no deseada en España es de 14.141 millones de euros (el 1,17 % del PIB), teniendo en cuenta los costes sanitarios, la reducción de productividad y las muertes prematuras.
¿Qué grupos de personas son los que más la sufren?
A pesar de que suele asociarse el concepto de soledad no deseada con personas de edad avanzada, tanto el barómetro como otros estudio internacionales encuentran mayores proporciones en los jóvenes. En concreto, el informe español cifra en un 34,6 % el porcentaje de personas de entre 18 y 24 años que se sienten solas. Las gráficas suelen seguir una forma de U, según la cual los porcentajes van descendiendo a medida que avanza la edad hasta que vuelven a aumentar pasados los 75 años.

Además, la soledad no deseada es mayor en personas con discapacidad (50,6 %), en las personas migrantes (32,5 %) y en las personas LGTBIQ+ (34,4 %). Casi la mitad de las personas con problemas de salud mental la sufren. Entre los jóvenes en soledad, el 58,1 % dicen haber recibido acoso escolar o laboral.
También la clase social influye, pues la pobreza aumenta el riesgo de soledad. “La vulnerabilidad económica aumenta la tensión y el riesgo de desestructuración familiar, dificulta el acceso a servicios y disminuye las posibilidades de ocio”, explica Lara.
El hecho de ser mujer podría considerarse que aumenta el riesgo, según los datos de las encuestas, a pesar de que sus relaciones sociales suelen considerarse más íntimas y afectivas.
Sin embargo, hay factores que pueden explicar estos números. Por un lado, las mujeres mayores son en bastantes casos cuidadoras, lo que “puede afectar a su identidad”, comenta Lara. Además, sus expectativas respecto a sus relaciones pueden ser mayores (lo que también puede aplicarse a los datos entre países) y “son capaces de reconocer que se sienten solas más que los hombres, que tienden a vivir la soledad como un estigma a esconder”.
Ser mujer podría considerarse que aumenta el riesgo, a pesar de que sus relaciones sociales suelen considerarse más íntimas y afectivas
Otros factores de riesgo asociados son el hecho de que una persona viva sola y, según los datos del barómetro, también el vivir en una ciudad de tamaño medio. Además, hay numerosos eventos vitales y comunes que predisponen a la soledad, como los cambios de trabajo o mudanzas, las separaciones o el fallecimiento de seres queridos.
Se dice que estamos viviendo una epidemia de soledad. ¿Es correcto hablar en esos términos? ¿Podemos asegurar que están aumentando las cifras?
“No nos gusta y no es recomendable hablar en términos de una epidemia de soledad”, subraya al SMC España Ana Belén Sánchez, psicóloga de la intervención social en los servicios sociales del Ayuntamiento de Ávila y vocal-presidenta por Ávila del Colegio Oficial de Psicología de Castilla y León. “No lo es, en primer lugar, porque medicaliza una situación que, aunque pueda estar influida por cierta vulnerabilidad y por experiencias individuales, es ante todo un problema social”, añade. Además, el término lleva a pensar en que está habiendo un gran aumento de casos, algo que con los datos actuales no se puede concluir.
Los estudios disponibles comprenden diversas limitaciones. Para empezar, “es difícil conceptualizar el fenómeno de la soledad”, reconoce Lara. Es una situación compleja de medir, donde mucha información se puede perder en encuestas de tipo dicotómico (sí/no) y en las que puede haber un sesgo de participación: al ser normalmente voluntarias, las personas que no responden pueden tener características diferentes que los estudios no recogen. Pero, sobre todo, “faltan datos que puedan compararse”, explica Sánchez. Es decir, hay pocos estudios que se hayan repetido a lo largo del tiempo, cuyos números puedan relacionarse y que permitan observar con nitidez la evolución del problema. “En España tenemos muchas fotos pequeñas y locales diferentes entre sí”, reconoce Lara.
Estos son algunos de los estudios disponibles que permiten obtener información al respecto:
- Un trabajo a partir de encuestas a adolescentes recogidas en el informe PISA concluyó que la soledad no deseada aumentó de forma muy significativa entre el 2012 y el 2018 en 36 de los 37 países estudiados, llegando incluso a duplicarse en muchos de ellos. Uno de los países era España, donde, sin embargo, no se apreció un aumento si se consideraba el periodo 2000-2018.
- Una revisión de estudios en personas jóvenes que durante décadas completaron la escala de soledad de la Universidad de California en Los Ángeles (EEUU) estimó que la sensación de soledad había aumentado entre 1976 y 2019, pero alertaba de que “el término frecuentemente usado ´epidemia de soledad´ parece exagerado”.
- Otro trabajo realizado entre universitarios y estudiantes de instituto en Estados Unidos aplicó la misma escala y concluyó, por el contrario, que los casos de soledad habían disminuido entre 1978 y 2009.
- Dos estudios más pequeños realizados en Suecia no apreciaron cambios en la sensación de soledad en personas mayores desde 1992 a 2014 ni desde el año 2000 al 2012 en diferentes poblaciones, aunque la proporción de personas en soledad era muy alta, de cerca del 50 % en todos los casos.
- Un estudio realizado en España y coordinado por Elvira Lara siguió desde 2011 y durante 12 años a más de 4.000 adultos de todo el país. Aunque no estaba diseñado para estimar la evolución de la presencia de soledad, esta parecía aumentar ligeramente en todas las franjas de edad.
- Un trabajo en adolescentes de 28 países de bajos y medios ingresos no europeos analizó datos de un tipo de encuesta de la OMS y encontró que en 16 de ellos la percepción de soledad no había cambiado entre 2003 y 2017. En seis aumentó y en otros seis disminuyó. Sin embargo, los autores reconocían que era un fenómeno global.
- Un estudio en Dinamarca halló que la percepción de soledad en adultos aumentó en unos 8 puntos porcentuales desde el año 2000 hasta justo antes de la pandemia por covid-19.
- Otro trabajo en Alemania analizó datos de niños y adolescentes y no encontró grandes diferencias en la sensación de soledad entre los años 2006 y 2017, aunque las cifras se dispararon con la pandemia y en 2024 se mantenían aún por encima que en el periodo inmediatamente anterior.
“La pandemia puso encima de la mesa este problema”, asegura Sánchez, lo que, añadido al hecho de que en los últimos años se hable más de los problemas de salud mental, especialmente entre los jóvenes, “puede hacer que los números en las encuestas crezcan también porque hay más autopercepción, lo que es malo para las cifras, pero en el fondo es algo positivo, porque el reconocimiento permite la toma de decisiones”, explica Lara.
Aunque las dos expertas aseguran que con los datos disponibles no es posible asegurar que haya un claro aumento en los casos de soledad, ambas coinciden también en que se aprecia cierta tendencia y que su sensación subjetiva en el contexto actual es la de que “algo está pasando”. Y que, en cualquier caso, la magnitud del problema ya es muy importante independientemente del posible incremento.
¿Los problemas de soledad en jóvenes tienen relación con las redes sociales? ¿Cuáles son sus causas?
El estudio mencionado que encontró un aumento de la soledad en jóvenes en 36 de los 37 países analizados subrayaba y especificaba que “el bienestar psicológico de los adolescentes de todo el mundo comenzó a disminuir después de 2012, junto con el aumento del acceso a teléfonos inteligentes y el mayor uso de internet”. Uno de los firmantes era Jonathan Haidt, un psicólogo conocido por afirmar que las redes sociales y las pantallas están causando una epidemia de enfermedades mentales en los jóvenes. Sin embargo, en el mismo trabajo (del año 2021) reconocían que, “sin embargo, no se puede probar la causalidad y más años de datos proporcionarán un panorama más completo”.
No existen aún datos que permitan probar esa afirmación. Las expertas consultadas coinciden al considerar que ni las pantallas ni las redes sociales son perjudiciales per se, sino que sus consecuencias dependen del uso que se les da, y que no se trataría ni mucho menos de la única variable responsable. Incluso hay estudios que describen que pueden ser positivas para personas introvertidas o con ansiedad social. En el Barómetro del Observatorio Estatal aparece que “el 50,1 % de la población española piensa que la tecnología ayuda a que las personas se sientan más y mejor acompañadas y el 82,15 % que es una herramienta de conexión social cuando estimula el establecimiento de relaciones fuera de internet”.
Ni las pantallas ni las redes sociales son perjudiciales per se, sino que sus consecuencias dependen del uso
Sin embargo, “es una variable que puede ser perjudicial si su uso es problemático”, indica Lara. “Las redes sociales pueden funcionar como alimento de un modelo de sociedad individualista, consumista y cortoplacista donde se oculta y banaliza el sufrimiento. En ese sentido sí pueden hacer de caldo de cultivo para sentir una mayor sensación de soledad”, alerta Sánchez.
Otros estudios no ponen el foco del problema en las redes sociales sino en los cambios continuos y la inestabilidad prolongada que tienden a sufrir los jóvenes actualmente. Un trabajo muy reciente en Estados Unidos concluye que no se trata tanto de un periodo de aislamiento como de transición. Los jóvenes encuestados no parecían tener falta de amigos o de oportunidades sociales, pero los frecuentes cambios, la incertidumbre y el retraso en alcanzar cierta estabilidad característico de las sociedades en las últimas décadas les impide afianzar rutinas y hace que muchos se sientan a la vez “solos y conectados”.
Los participantes del estudio que mostraron un mayor bienestar social tendían a ser mayores, estar menos estresados y llevar vidas más predecibles. Aunque tenían menos amigos que los adultos jóvenes, sus redes sociales eran más estables. Es lo que en el estudio llaman “seguridad ontológica”: una sensación de previsibilidad y pertenencia que permite proyectarse en el futuro y que sustenta el bienestar social. Sin ella, según los autores, incluso una vida social plena puede resultar frágil.
Para Lara, “es un concepto muy interesante”, porque las rutinas y los entornos “sirven como sostén estructural”. Sánchez valora también muy positivamente este enfoque, ya que conecta con que “los grupos de edad en los que más soledad se detecta son también aquellos donde más preguntas existenciales se formulan: la juventud y la vejez. Es algo en lo que habría que trabajar más, y no solo en lo que podemos llamar soledad emocional”.
¿Qué tipo de intervenciones deberían aplicarse para mejorar la situación?
La magnitud de la situación se puede ver reflejada en que algunos países como Reino Unido o Japón hayan creado un Ministerio de la Soledad. En España se está preparando un Marco Estratégico Estatal frente a la Soledad que está aún pendiente de aprobación y que, según Lara, “debe servir como guía y debería ir dotado con recursos suficientes”. Para Sánchez, ahora mismo “hay mucha diferencia en la atención según las comunidades, pero la calidad de las respuestas debe salir de iniciativas públicas y particularmente de los ayuntamientos”. “Para hacer algo grande, hay que hacerlo pequeño”, completa Lara.
Ambas expertas coinciden en que las intervenciones han de ser transversales y estructurales. “Hay variables suficientemente complejas que obligan a abordarlo como una responsabilidad global, lo cual no significa que la persona no pueda ser también un agente activo”, explica Lara.
Estas son algunas de las intervenciones propuestas por las expertas:
- Realizar campañas de desestigmatización, identificación y sensibilización. Es necesario que las personas afectadas puedan reconocer su situación y facilitar su acceso a espacios de ayuda. Además, conviene aumentar la percepción del problema por parte de la ciudadanía, que puede actuar también como agente activo.
- Crear espacios de encuentro en las ciudades y municipios que faciliten la mirada presencial. “La gente los reclama y responde de una forma muy rápida cuando están disponibles”, reconoce Sánchez.
- Establecer redes, tanto de personas como de entidades sanitarias, sociales y del tercer sector.
- Dada la amplitud y las ramas del problema, y más allá de planes específicos, “es necesario adoptar una mirada que contemple la soledad en todas las políticas”, resume Lara.
A la hora de informar, Lara recomienda “darle el lugar que le corresponde al problema sin reducirlo a una lectura extrema o reactiva. La soledad es algo que conviene trabajar desde la acción, la aceptación de algunas situaciones y ofreciendo herramientas”.
Recursos para informar e informarse sobre soledad no deseada
- Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada.
- Servicio “Te acompaña” ofrecido por la Cruz Roja frente a la soledad no deseada.
- Prevención de la soledad no deseada del Ayuntamiento de Madrid.
- Información sobre la soledad no deseada del Ayuntamiento de Barcelona.
- Araba a Punto, una iniciativa de enfoque comunitario puesta en marcha por la Diputación Foral de Álava con información sobre este problema.
Por: SMC España

