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En la era digital, los emoticonos han dejado de ser simples adornos visuales para convertirse en una forma legítima de comunicación

Por: Magíster Nathalie Carrasco, especialista en Neurocomunicación y Comunicación Científica



Hay algo profundamente inquietante —y a la vez fascinante— en el hecho de que hoy podamos sostener una conversación completa con alguien sin escribir ni una sola palabra. Basta un emoji. Una carita sonriente, un pulgar arriba, un corazón roto o un fueguito. Todos creemos entender lo que dicen. O creemos que el otro entiende lo que queremos decir. Pero… ¿y si no?

En la era digital, los emoticonos han dejado de ser simples adornos visuales para convertirse en una forma legítima de comunicación. Funcionan como atajos emocionales en un ecosistema donde prima la rapidez y lo instantáneo. Pero, como todo atajo, también tienen su costo: simplifican lo complejo, generalizan lo matizado y, muchas veces, reemplazan conversaciones que deberían ser incómodas, profundas o simplemente humanas.

Los emojis han pasado de decorar frases a ser el mensaje. Una carita que llora de risa ya no acompaña el chiste: es el chiste. Un corazón no reafirma una declaración de cariño: la sustituye. Y cuando eso ocurre, no estamos solo cambiando símbolos, estamos cambiando el modo en que pensamos, sentimos y nos vinculamos.

Del lenguaje verbal al visual: un cambio de paradigma

El lenguaje evoluciona. Eso no es nuevo. Pero lo que ocurre hoy con las redes sociales y los emoticonos no es solo una evolución: es una migración. Pasamos del lenguaje verbal al visual, de lo explícito a lo simbólico, de la complejidad emocional al ping de una reacción automática.

Este cambio tiene consecuencias profundas. Por un lado, permite que millones de personas se comuniquen más allá de las barreras idiomáticas. Por otro, plantea preguntas serias sobre la precisión, la intención y la profundidad de lo que decimos (o dejamos de decir).

En el ámbito profesional, por ejemplo, una respuesta con un 👍🏼 puede ser leída como aprobación, indiferencia o incluso sarcasmo, dependiendo del contexto, la relación entre las personas y el canal en que se usa. La ambigüedad está servida. Y cuando la ambigüedad reina, la comunicación falla.

¿Estamos perdiendo la capacidad de nombrar lo que sentimos?

Nombrar es comprender. Y comprender es conectar. Cuando los emoticonos sustituyen sistemáticamente nuestras palabras, corremos el riesgo de perder matices fundamentales para la empatía, el pensamiento crítico y el entendimiento profundo.

La psicología del lenguaje ya ha comenzado a estudiar el fenómeno. Se sabe que el uso de símbolos visuales activa áreas cerebrales distintas a las que se activan cuando leemos palabras. La pregunta no es si eso es bueno o malo. La pregunta es qué impacto tiene en nuestra manera de pensar, relacionarnos y tomar decisiones.

Comunicar no es solo emitir un símbolo: es generar significado compartido

En el corazón de toda comunicación efectiva está la capacidad de crear un terreno común, un espacio de sentido compartido entre emisor y receptor. Los emojis, aunque útiles, no siempre garantizan ese entendimiento. A veces, incluso lo erosionan.

¿La solución? No se trata de eliminarlos, sino de usarlos con conciencia, sin perder de vista que el lenguaje es una herramienta de conexión humana, no solo de eficiencia digital.

Hablemos más. Escribamos más. Expliquemos mejor. Pongamos palabras donde hoy hay solo símbolos. Porque si hay algo que las máquinas no pueden replicar aún, es la profundidad humana de una buena conversación.

¿Tú qué piensas? ¿Crees que estamos empobreciendo el lenguaje o que solo estamos transformándolo? Me encantaría leerte.

La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá. [email protected] www.natycarrasco.com En Instagram: @soynatycarrasco