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Danny Clovis
Desde Panamá, en el recuerdo que no tiene edad ni fronteras, con destino, hacia el supremo arte de la música

Por: Mario García Hudson

El autor es investigador, encargado del Centro Audiovisual de la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero R.

Genio irrepetible de la percusión. Usted, sin duda, se encuentra desde el otro lado armando la rumba. Lo imagino marcando el compás con ese swing inconfundible, rodeado de redoblantes, congas y repiques que hacían hablar al cuero como si contara secretos antiguos.

Allá deben escucharse la cumbia, el tamborito y la tamborera: nuestras, del alma, parte esencial de una identidad construida en la resistencia. Son más que ritmos de fiesta: es legado vivo, memoria en movimiento, latido compartido.

De una tierra que, aunque Ricardo Miró llamó “pequeña” desde lejos, sabemos que es vasta en espíritu, luminosa en su gente, inmensa en cultura. Solo un país así pudo dar vida a talentos como usted, Danny. Transformó cada golpe en palabra y cada interpretación en un idioma sin fronteras.

De cuclillas: Pablo Vega, Máximo Rodríguez y Ángelo Rodríguez. De pie: Mane Nieto, Tomás Espinosa, Danny Clovis y Manito Johnson

Como maestro del ritmo, no solo ejecutaba: transmitía saberes, abría caminos, inspiraba. Impartió lecciones fuera del aula. Su escuela fue el escenario, los ensayos, las esquinas donde el tambor guiaba el alma. Con ese sabor inconfundible y la humildad de los verdaderamente grandes, acompañó a leyendas de aquí y de allá, dejando en sus presentaciones el sello de su esencia caribeña y su raíz afro panameña.

Hoy lo imagino tocando aún, en otro plano, con la misma pasión de siempre. Afinando cueros, alineando metales, vibrando entre cuerdas junto a ese grupo de estrellas que partieron, pero nunca se han ido del todo.

Esa constelación suena poderosa: Víctor Boa, con su tumbao sereno al piano; Clarence Martin, templando acordes e imponiendo maestría en arreglos; Manito Johnson, marcando compases e impostando la voz con su perfección característica; los ReggieJohnson y Boyce—, compartiendo sonrisas entre armonías y soplando sus instrumentos con un sabor único; Máximo Rodríguez, con su maestría intacta… y las voces eternas de Violeta Green, Betty Williamson, Marta Estela Paredes, Nelly Barreto y Bárbara Wilson, llenando el firmamento de melodías inolvidables. ¡Qué conjunto el del más allá!

Máximo Rodríguez y sus Estrellas Panameñas. En la batería, Danny Clovis

Siga tocando su batería, Danny Clovis. Sembrando alegría en ese espacio de calma donde la música no muere, solo se transforma. Desde este lado del mundo, donde aún suena su repicar y su nombre vibra, recordamos aquella frase suya: Soy tan feliz.”
Y nos queda claro que la felicidad, a veces, también tiene ritmo.

Aquí, en esta tierra que lo vio nacer y brillar, su legado sigue vivo en cada joven que aprende el arte con respeto y alma, siguiendo su ejemplo. Porque no fue solo músico: es vínculo entre generaciones, raíz firme, tambor que hablaba sin pedir permiso.

Gracias por tanto, maestro.
Por llevar a Panamá en cada golpe de tu arte. Su ritmo vive.

Con respeto y admiración,

Mario García Hudson

Por: Mario García Hudson