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Imagen | Cortesía

Después de una dura semana de trabajo, nada mejor que arrancar el fin de semana con el “viernes cultural”, esa reunión de amigos en las esquinas del barrio presagiando ya el descanso y la fiesta. Esta sección pretende hacer eso, arrancar nuestro fin de semana desde esta esquina virtual con cuentos y poemas de autores panameños para que los conozcan y los disfruten. Así que, ¡feliz fin de semana!, con sabor a literatura panameña de la buena.

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]
Diseño: Carlos García Ponte

Una tal Juliana; cuento de Bertalicia Peralta

Bertalicia Peralta


Bertalicia Peralta (Panamá, 1939), es una de las grandes maestras de la poesía y el cuento panameño. Su cuento Guayacán de marzo, fue incluido en Vindictas. Cuentistas latinoamericanas. Muchos de sus libros como Canto de esperanza filial (1962), Un lugar en la esfera terrestre (1971), Barcarola y otras fantasías incorregibles (1973), Himno a la alegría (1973), Libro de las fábulas (1976), Zona de silencio (1987), Puros cuentos (1988), o Leit-Motiv (1999), son considerados clásicos de nuestras letras.

Una tal Juliana

Con una mezcla de desenfado y agresividad, contoneando rítmicamente el cuerpo al son de la música dulzona que emite una orquesta melancólica formada por un saxofón alto que toca un viejo negro y flaco, una trompeta soplada por un sambito con un pelo que le adorna como un sombrero la cabeza, un piano, un bajo y una batería, la estrella resuelve con pasos felinos el pequeño espacio del escenario de la boite. Un escote en punta deja ver el nacimiento de los senos y cuando da la vuelta enciende a los parroquianos con una espalda tersa y suave como la pulpa de un melón. Su cabellera, negra azabache, refulge como los estallidos de los spots de colores de revientan sobre ella a cada instante. Coge el micrófono con las dos manos y en tono sensual estremece a la audiencia:

“Aaamado amaaaaante…

Amaaaado amaaaaante…

…amadoooooaaaamante

Amadoooooaaaamante…”

El público, entre trago y trago, embebido por la forma en que Juliana masculla cada palabra y la suelta como una cosa mágica, aplaude y pide más, más. Juliana crece en escena, es la estrella del show y lo demuestra. Las luces, hábilmente manejadas, producen un efecto, y el súbito cambio de la orquesta anuncia el clímax de la función, el strip-tease final en la cual Juliana, con un arte magistral, ofrece el mejor regalo de la noche, un cuerpo aceitunado, de suaves líneas y turgentes redondeces, del cual resbala el nylon transparente con un elocuente punto final de batería. Antes de que alguien logre salir del impacto, Juliana es una forma en el recuerdo. El piano continúa doblando acordes acompasados rítmicamente con el bajo y los meseros empiezan a recoger y reponer vasos con hielo, botellas y sodas.

-2-

Jimmy abre los ojos a un cansado y mira el reloj. Son las tres y media de la tarde y el calor lo hace sudar como un pescado cocido. De un tirón levanta la sábana y se queda en calzoncillos. Se seca el sudor del cuerpo con una punta de la sábana. Pasea la mirada lentamente, primero por el techo del cuarto, y observa las manchas que las goteras han ido produciendo con los años y tras las lluvias constantes en la blancuzca pintura que el casero puso allí hace quién sabe cuántos siglos. Sigue y distingue las paredes verde-claras, el cuadro gigante de La Lupe que preside la pared izquierda, sonríe un poco al rememorar una actuación de la cantante en que se desbarataban con una salsa que no la pedía prestada a nadie. Cierra los ojos con pereza, se estira y cambia de posición. Sigue haciendo calor pero no tiene ganas de levantarse. Hace un inventario de cosas que debe ejecutar. Aprovechará el resto de la tarde para hacerlas. Antes de que anochezca. Debe apurarse

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—Jimmy, mijo, tienes dos dólares

—Hummjú —contesta, asintiendo.

La madre entra y

—Tás muy flaco, Jimmy, es ese trabajo de noche, eso no es bueno, debes conseguirte algo de día, descansá, comé a tiempo, si no te vá a enfermá, mijo…

—Hummjú —dice Jimmy y se levanta definitivamente.

Su vieja es buena gente. Lo quiere. Él sabe que lo quiere y se preocupa de él. Si no fuera por ella que lo levantó a costa de todo, sola, haciendo sus sacrificios, quién sabe lo que sería de él, sin porvenir ni nada. A Jimmy le da gusto poder darle cosas a su madre, pagar la casa, cambiar los muebles, comprar las cortinas, el tocadiscos, y su vieja se siente orgullosa de él, aunque a veces se ponga pesada. Debe ser la menopausia. Dicen que eso pasa con las mujeres. Se ponen achacosas, insoportables, a veces. Su madre se pone un poco pesada solamente, pero total, él se larga a la calle y santo remedio.

Antes de que enciendan nuevamente las luces y el animador anuncie el siguiente show “con la presencia estelar de Juliana, la reina de strip-tease”, un hombre se ha acercado al administrador y le anuncia que no podrá seguir con la función y deberán cancelar el espectáculo. Se hace un breve pánico entre el público, algunos protestan, los menos, y casi todo el mundo empieza a evadirse con disimulo. Las artistas desaparecen en sus camerinos y se establece un cuchicheo nervioso. No hay por qué preocuparse dice el administrador. Mañana arreglaremos la situación.

-3-

Juliana se limpia el maquillaje del rostro, lentamente, con un papel suave. Luego, empieza a quitarse las pestañas postizas, una a una. Piensa con angustia en el futuro, en el día de mañana y el siguiente y el siguiente. Necesita el trabajo. Le ha costado mucho esfuerzo y mucha dedicación llegar a esa posición. Le ha costado enfermedades y disgustos y malentendidos y enemistades. Le ha costado noches y noches de interminable entrenamiento. En un costado del biombo chino que hace las veces de camerino hay un póster gigante de La Lupe, y la observa con envidia y admiración. Tuvo suerte La Lupe, no cabe duda, hay quienes nacen con estrella y quienes nacen estrellados. La Lupe pudo. Se los clavó a todos. Tiene su estilo y se los clavó.

Juliana se siente desfallecer, de pronto. Cree que está envejeciendo. Ahora que todo empieza a salir bien, que podía pagar la casa por lo menos, y hacer descansar un poco a la vieja. “Todo se arreglará”, había dicho el administrador, muy serio, “ánimo”. Pero Juliana conocía bien toda esa fraseología bonita que usaban los administradores cuando veían que el barco se iba a pique. Podía engañar a los demás, pero no a Juliana. Tenía experiencia. Conocía el ambiente. Sabía que eso terminaría mal. Y, sobre todo, tenía miedo de volver a empezar. Eso, nunca.

-4-

Jimmy con sus pantalones blancos de polyester, sus zapatos igualmente blancos, y una camisa azul turquesa, se peinó silbando alegremente. Nadie iba a destruirle a él. Nadie, después que había llegado hasta donde había llegado. Se sentía optimista después del baño y el frescor que la colonia había esparcido por su cuerpo. Iría hasta el final. Ahora nadie iba a detenerlo. Ni siquiera la idea del homicidio sería capaz de detenerlo. Estaba dispuesto a llegar hasta el final. Ahora tenía por qué luchar, tenía qué defender, tenía un nombre, una posición, un prestigio con el que había soñado largo tiempo. Estaba en lo mejor de su vida y no lo iba a desperdiciar. Ese tipo no se saldría con la suya.

Consultó su reloj, le dio cuerda, y se lo puso en la muñeca derecha. Las seis y veinte. Tenía tiempo para ver a un par de amigos antes. Iría al “Ánfora” y tomaría un café. Perdería un poco el tiempo. Hablaría con la gente. Eso siempre era agradable, refrescaba. “Higiene mental”, decía Isabel, que era estudiante universitaria de pedagogía. Ella sabía por qué lo decía. Sí, hacía mucho bien conversar con la gente, ver otras caras, reír chismear, comentar los últimos acontecimientos, ver qué traía el periódico de la tarde y las columnas de “chismes” y sobre todo, la cartelera cinematográfica y los cambios que se producían en los shows de las boites. Sí iría al “Ánfora”. Terminó de peinarse y tiró la peinilla sobre la mesa de noche. Pasó una última mirada alrededor de la habitación; sintió un poco de vergüenza por el desorden que siempre dejaba el salir, desorden que él sabía que su madre repararía con paciencia infinita, con cariño, y con esa admiración profunda que sentía por su hijo, por su cachorro como recordaba haberle oído decir tantas veces en su infancia, especialmente cuando, compungida, quería que le dispensara el complejo de culpa después de haberle propinado algún castigo corporal con la vieja correa de plástico negro que guardaba colgada de un clavo detrás de la puerta del excusado.

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Juliana apretó los dientes y cerró los ojos en un intento de concentrarse. Se relajó, lentamente, como hacía siempre antes de cada función. Ahora no se trataba de una actuación más. Tenía que pensarlo detenidamente, medir cada detalle, cada posibilidad. Tenía que estar decidida y luego afrontar para siempre una situación muy distinta a la que había sido su vida hasta el día de hoy. No podía darse el lujo de empezar todo nuevamente, desde abajo, “desde la lama”, como había oído decir tantas veces en el local. Sonrió al evocar el rostro redondo y frívolo de su madre. Ella estaba contenta ahora. Al fin tenía un desahogo, podía ahora darse ciertos lujitos, y la vieja no tenía que matarse sudando la gota gorda como hizo durante tantos años durante su infancia.

Juliana se movió bruscamente. Estaba decidida. Empezó a arreglarse con manos seguras, sin ningún nerviosismo. Puso una capa de crema blanca sobre su rostro. Dejó que se secara. Luego lo cubrió con el make-up “natural” y su rostro adquirió una viveza extraordinaria. Colocó sombra alrededor de los ojos y el brillo resplandecido en el espejo que devolvió su figura espléndida. Luego adhirió las pestañas postizas y se calzó la peluca que permanecía a la espera sobre un maniquí en el tocador. Lentamente se incorporó y eligió un vestido color fresa salvaje y se lo echó encima. El traje hizo resaltar la esbeltez de su cuerpo. Se miró al espejo y quedó satisfecha. Seguía siendo la estrella, la mejor, la única. Nadie osaría usurparle su sitio. Nadie tenía derecho a desbaratar de un pequeño y cínico golpe un porvenir que había logrado con tanto trabajo, con tanta pasión, con cada una de las gotas de sudor que noche a noche arrancaba a su cuerpo y a su actuación. Tomó el bolso y como ambas manos se cercioró de que todo estaba en orden. Salió, altiva, y sonrió serenamente al administrador.

—Regreso temprano para el primer show —dijo, y el hombre no entendió.

-6-

Jimmy regresó temprano y sudoroso. Más sudoroso que nunca. No encendió la luz, y en la penumbra, cuando sus ojos se hubieron acostumbrado, recorrió la habitación y divisó a la madre durmiendo plácidamente, de medio lado, como siempre. Y, como siempre también, el radio transistor funcionando, emitiendo un débil sonido porque su madre todas las noches, ponía ese programa que tanto le gustaba, “Música y Poesía” donde entre poesía y poesía tocaban boleros de la vieja guardia que le traían recuerdos sentimentales. Jimmy comprendía y sentía cierta divertida compasión por su madre. Apagó el radio como siempre y sin encender la luz abrió el armario. Buscó con sus manos conocedoras un par de vestidos, palpándolos, sintiéndolos, eligiéndolos al tacto. Cogió también un par de zapatos que al sacarlos y colocarlos sobre los vestidos relucieron levemente. Hizo un envoltorio con otro vestido de gasas transparentes que traía en una bolsa y los guardó. Cerró el armario y con los vestidos colgados de la percha, luego de dar un vistazo a su alrededor, salió rápidamente.

Cuando despertó al día siguiente, a las tres y media de la tarde, sudando como un pescado cocido, se quitó la sábana y se limpió ágilmente con una punta. Lentamente fue reconociendo el cuarto, primero el cielo raso con sus manchas amarillas de las lluvias acumuladas allí por años y años, luego las paredes verde-claras y fijó por último la vista en el retrato de La Lupe con sus brazos abiertos como dándolo todo. Se estiró con pereza. Los ruidos de voces del vecindario fueron enronqueciendo la habitación, creciendo, creciendo hasta despertado definitivamente. Se levantó. Oyó a su madre trajinando en la cocina. Se secó el cuerpo desnudo, cubierto como siempre con sus calzoncillos blancos. Hizo alegremente unos minutos de ejercicio antes de bañarse y cuando atravesó la cocina, vio a su madre limpiando aún cosas del mediodía.

—Prepárate vieja, que nos vamos de aquí. Para siempre.

Su madre no dijo nada. Sabía por el tono de su voz que no había nada que decir. Cuando su hijo tenía ese tono en la voz era que todo estaba hecho ya. Y se alegró. En su fuero interno se alegró porque siempre había estado esperando ese momento en que Jimmy le dijera “nos vamos de aquí”, y empezó a sentir una cosa que sonaba dentro de ella, y ni siquiera se acordó de decirle a Jimmy del escándalo que había en el vecindario porque la noche anterior un “travestista” del “Royal Palace”, había asesinado, según decían, a un policía que quería extorsionar a los artistas cobrando una comisión por “permitir” el show.

Tomado de Puros cuentos

Coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña:
Pedro Crenes Castro

[email protected]
(Panamá, 1972), es escritor. Es columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.
https://senderosretorcidos.blogspot.com/