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Convertirme en abuela 40 años después de que se sancionara la ley que ampara la explotación minera en Panamá es una sensación agridulce. Te recibe un país muy distinto al país en el que yo crecí; en el que merecías crecer tú también

Texto por: Leila Nilipour publicado de manera original en Indomables

Leila Nilipour es periodista, millennial y tiene un hijo en edad preescolar. Lanzó en 2018 Indomables junto a Melissa Pinel, el primer podcast narrativo de no-ficción en Panamá.

Bienvenido al mundo. Me apena que seas parte de esta primera generación con menos niños que adultos en Panamá. La primera generación con menor expectativa de vida que sus padres. La primera generación que crecerá —en muchos casos— sin conocer el abrazo de una abuela. 

Ya lo habían advertido nuestros científicos en el 2023: que seguir deforestando indiscriminadamente en nombre de la minería nos llevaría a niveles de contaminación y calor insostenibles para la salud y la vida de los más vulnerables; niveles que afectarían negativamente la fertilidad humana y la viabilidad de los embarazos .

Ya lo habían dicho los ambientalistas: que sin árboles nos quedaríamos sin lluvia, sin ríos limpios, que sin naturaleza nos quedaríamos sin polinizadores y sin cultivos locales, que sin anfibios (¡teníamos más de 200 especies!) volverían las pestes del pasado, que sacrificaríamos nuestra soberanía a cambio de suelos tóxicos, que pasaríamos de llamarnos “líderes azules”, a tener mares estériles, sin vida.

Sin embargo, hace 40 años, un grupo de políticos avariciosos le dio la espalda a nuestro patrimonio natural y firmó un contrato minero, reprimiendo violentamente a los miles de panameños y panameñas que se manifestaban pacíficamente en su contra en las calles de todo el país. Así que ahora estamos aquí, rodeados de tierra árida y ardiente, de aire sucio, de agua acidificada, de campesinos enfermos, de adultos que raramente llegan a la tercera edad. 

No siempre fue así. Hubo una época en que Panamá sorprendía a los viajeros con su verdor. El escritor español Vicente Blasco Ibáñez describió su asombro durante su paso por aquí a inicios del siglo XX.

Hay otros países donde parece que todo queda dicho con anotar que su color es verde. En Panamá, esta palabra resulta pobre, inexpresiva, débil. Hay que repetir sin cansarse: verde, verde, verde, verde…

…Nunca creí que un mismo color pudiera descomponerse en tantas graduaciones. Veo el verde amarillento y charolado de las hojas de los plátanos; el verde obscuro y metálico de otros árboles y arbustos. Hay verde de óxido, verde luminoso de piedra preciosa, verde suave de mar adormecido, verde dorado, como debió ser el de ondinas y sirenas.

«¡Oh, Panamá la Verde!»…

La abundancia de verde sostenía la vida en esos paisajes, una vida exuberante y tan avasalladora que era imposible de ignorar. Miles de científicos llegaron desde muy lejos durante más de un siglo para tratar de entenderla.

Antes de que nos saqueara la empresa minera, éramos uno de los diez países con mayor biodiversidad del mundo por kilómetro cuadrado . Y nuestros bosques eran una pieza crítica del Corredor Biológico Mesoamericano, un pasadizo natural para el movimiento de especies entre Norte y Sur América, tanto por tierra como por aire.

También nos visitaban grandes cantidades de turistas que solo querían salir a la naturaleza a observar aves. Aunque no lo creas, en el mundo entero existían 10 mil especies y en Panamá —uno de los países más pequeños del mundo— vivían más de mil. Y es que en este pedacito de tierra teníamos más especies de aves y plantas aquí que en todo Canadá y los Estados Unidos juntos .

Una de mis aves favoritas desapareció cuando yo estaba joven: la guacamaya verde (Ara ambiguus) . La recuerdo muy bien, porque la misma selva se quedaba muda para admirarla cuando extendía sus alas. Yo la hubiese llamado guacamaya arcoíris, porque solo era verde cuando estaba quieta. Al alzar el vuelo revelaba un plumaje intensamente azul que parecía hecho con pinceladas del fondo de un mar limpio, pero además era amarilla, era roja, era celeste. Era irremplazable.

Pero, ¿cómo hago para describirte en palabras lo que era un mar limpio, una selva virgen, un río prístino o un bosque nuboso, ahora que está todo gris? Nuestra tierra era abundancia de mariposas, de peces y corales, de flores, de murciélagos, de hongos, de plantas, de insectos. ¿Cómo te enseño acerca de todos esos colores que ya no existen aquí?

Si regresara Vicente Blasco Ibáñez, ¿qué diría de nuestro paisaje? Quizá sería algo así:

Hay otros países donde parece que todo queda dicho con anotar que su color es gris. En Panamá, esta palabra resulta pobre, inexpresiva, débil. Hay que repetir sin cansarse: gris, gris, gris, gris…

…Nunca creí que un mismo color pudiera descomponerse en tantas graduaciones. Veo el gris polvoriento de los suelos explotados; el gris obscuro y metálico de las rocas extraídas. Hay gris de naturaleza muerta, gris luminoso del fusil de la policía, gris suave de río contaminado, gris desolador, como debió ser el de nuestras peores pesadillas.

«¡Oh, Panamá la Gris!»…