Por: Carlos Fong
Carlos Fong (Panamá, 1967), es escritor, cuentacuentos y promotor cultural. Este artículo fue publicado de manera original en el diario La Prensa (28/10/2024)
Desde las relaciones públicas de la minera se realizó una campaña por los medios que dice: “Con datos, se acaba el relato”. Con esta consigna se quiere dar a entender que los argumentos de los sectores que están en contra de la minería están basados en ficciones, en relatos o narraciones sin fundamento, frente a los datos de la minería que benefician a la población.
Sin embargo, hoy se escribe un nuevo relato en las calles. Es un relato de lucha y de resistencia. Es una narrativa que escriben los jóvenes con sus voces, con su valor y su coraje. Ellos, los jóvenes, los que siempre criticamos de muchas formas, son los que están en las calles de día defendiendo los derechos de todos.
Este relato que escriben los jóvenes hoy lo hacen desde distintas dimensiones de la ciudadanía.
La dimensión civil, que permite ejercer el derecho y deberes de los ciudadanos sustentada en la igualdad y la libertad; la dimensión política, que se basa en los derechos de asociación y de participación política para ser parte de las formas democráticas que permiten la toma de decisiones; una dimensión social, donde asisten los derechos y los deberes relacionados al derecho de justicia social y a la garantía de un nivel digno de vida; una dimensión cultural, donde las identidades, la pluralidad y la diversidad son parte del patrimonio cultural de una sociedad saludable que se expresa desde la multiculturalidad. Incluso, desde una dimensión económica que posibilita a los ciudadanos como sujetos responsables en las decisiones económicas que afectan a la sociedad.
Entonces, estamos ante una juventud que tiene claro sus derechos desde distintos espacios de reflexión y que tiene un concepto claro de la noción de soberanía; una palabra que parecía que habíamos conquistado, pero que vuelve a estar en riesgo porque la minería es otra forma de enclave colonial que atenta directamente contra el patrimonio natural. Estamos ante una juventud que reivindica el valor de la libertad y este no es un dato de ficción ni es mero romanticismo, sino una puntual y firme conciencia social y ambiental.
Si bien es cierto que las manifestaciones y protestas están conformadas por una población heterogénea, no es menos cierto que la juventud se ha destacado con una muestra de civismo que solo tiene un antecedente inmediato en el año de 1964, cuando la juventud salió a la calle a defender la soberanía nacional.
La juventud se construye desde diversas articulaciones de la realidad social, pero muchas veces no es escuchada, porque para algunos sectores los jóvenes no constituyen formas de participación colectiva y, en muchos sentidos culturales, sus voces no son tomadas en cuenta como debe ser por las instituciones oficiales.
Las identidades juveniles son construcciones históricamente situadas y significadas y la historia inmediata lo ha demostrado. Los jóvenes influyen y son influidos por procesos que expresan los cambios que viven nuestras sociedades y hoy día esos cambios afectan directamente sus vidas y por eso tienen el derecho de participación. Las juventudes son construcciones heterogéneas y lo hemos visto en las calles, son identidades vulnerables y al mismo tiempo con una fuerza capaz de resistir y validar sus derechos.
Las acciones de la juventud en el contexto de la discusión de la minería a cielo abierto construyen nuevos significados de ciudadanía y plantean la posibilidad de que retomemos el tema de la educación desde tres escenarios.
El primero es que debemos ampliar nuestra mirada de la formación en ciudadanía más allá de la educación en valores y empezar a educar en la formación en política. Es decir, la ciudadanía como expresión de lo político. Los jóvenes están demostrando que la conciencia política es vital en sociedades democráticas.
Otra mirada es la incorporación de metodologías y de estrategias para el reconocimiento de los verdaderos valores del desarrollo sostenible y poder educar para rescatar el diálogo con la naturaleza y salir del analfabetismo ambiental en el que estamos inmersos y del cual se valen empresas extranjeras para comprar el país y explotar sus recursos
La última mirada es rescatar una educación para el reconocimiento de la diversidad porque en la medida en que miremos la otredad y la pluridiversidad de identidades, podremos, desde las distintas colectividades, respetar el derecho de opiniones; sobre todo, a reconocer la participación del otro que, a la hora de la hora, es la mejor forma de que todos se sientan representados al momento de defender los mismos derechos.
En un estudio de varios autores titulado “Ciudadanía juvenil: una breve revisión”, se cita a Jorge Benedicto Millán: “Los jóvenes, por tanto, se hacen ciudadanos cuando irrumpen en la esfera pública, ejercen los derechos que van adquiriendo y reclaman su participación en la toma de decisiones colectivas; es decir, realizan una serie de prácticas que van dando forma a una peculiar experiencia cívica”. Tal vez esas experiencias cívicas de nuestra juventud se resumen en un dato que sí construye un relato: Panamá vale más sin minería.
Por: Carlos Fong