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Rogelio Sinán Foto: Cortesía Universidad Tecnológica de Panamá (UTP)

(Para Ruth Sinán, en homenaje a su padre)

Enrique Jaramillo Levi, a propósito del Día del Escritor Panameño que se celebra mañana, 25 de abril, en recuerdo del nacimiento del célebre autor Rogelio Sinán, cede de manera generosa para La Web de la Salud, en su sección Cultura, este texto, escrito de manera original en 2014 y que estudia de manera magistral La isla mágica, una de las obras fundamentales de Sinán

La isla mágica de Rogelio Sinán (Taboga, 1902 – Ciudad de Panamá, 1994) es sin duda una novela artísticamente experimental, caudalosa, irreverente, esperpéntica, sincopada, carnavalesca y a menudo surrealista en su fragmentaria construcción de escenas y personajes, a ratos francamente escatológica, en la que predomina una sexualidad rampante, descarnada, expresada en sus diversas manifestaciones, a veces gratuita,  desprovista de cualquier asomo de amor auténtico y redentor (lujuria siempre a flor de piel, masturbación, adulterio, sodomía, violación, sexo con animales). Como en las más crudas escénicas del Antiguo Testamento, y de las viejas tradiciones y mitologías del Oriente y de la Literatura Universal –el mito del Don Juan, por ejemplo—la reencarnación literaria de lo genésico, el hedonismo, la obsesiva e irrenunciable fornicación, ocupan un rol protagónico importante en esta novela bajo la férula dionisíaca del gran falo omnipresente. 

Cabe anotar que la cuarta edición de la novela, realizada con gran esmero gráfico y de impresión por la Universidad Tecnológica de Panamá, 34 años después de su primera edición, tiene 508 páginas en formato amplio. Fue merecedora en 1977 del Premio Nacional de Literatura “Ricardo Miró”, distinción que también ganara Sinán en 1943 y 1949 por sus obras “Plenilunio” (novela) y “Semana Santa en la Niebla” (poesía), respectivamente.

Introductor de la literatura de vanguardia en Panamá en 1929 con su poemario “Onda”, Sinán fue durante mucho tiempo el escritor nacional más reconocido dentro y fuera de nuestras fronteras.

Autor de sólo una treintena de cuentos, de tres farsas teatrales infantiles, de cuatro poemarios y de dos novelas, también ejerció como funcionario público, diplomático, profesor universitario, director teatral, periodista, promotor cultural y Académico de la Lengua.

Sinán vivió 92 años y disfrutó en vida de merecido prestigio y admiración. Dos importantes reconocimientos literarios llevan su nombre: el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”, fundado por mí en 1996 para la Universidad Tecnológica de Panamá, el cual se convoca cada 25 de abril, fecha del nacimiento de Sinán; y la Condecoración “Rogelio Sinán”, instituida en 2001 por el Estado panameño, y que  cada dos años honra la excelencia literaria durante toda una vida de un escritor o escritora nacional.

                Hay una gran cantidad de personajes que pueblan la isla en que acontecen las historias –Taboga-, quienes suelen conocerse e interactuar entre sí como ocurre con todos los pueblos chicos, lo cual permite que convivan formando una suerte de amplia vitrina de anécdotas que se van imbricando.

Presentados como breves relatos agrupados de diez en diez a lo largo de 10 capítulos que el autor prefiere llamar decálogos, la novela ofrece enfoques panorámicos pero más a menudo acercamientos minuciosos de cámara en los que la minucia se constituye en un arte.

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Las historias se mueven hacia adelante y hacia atrás en el tiempo y en el espacio en el ámbito de la isla –aunque también hay escenas que ocurren en Italia, país en que uno de los personajes principales se prepara para un sacerdocio que finalmente no habrá de cumplirse, así como en la ciudad de Panamá–, y están narradas tanto en primera persona gramatical por diversos personajes como en tercera persona por un narrador omnisciente, pero también alternándose estas dos técnicas en un mismo párrafo.

El manejo del lenguaje es en todo momento magistral en su cromatismo, así como en su capacidad de retratar, gracias al empleo tanto de vívidas descripciones como de sugerir sucesos mediante el llamado mágico de la imaginación; esto se logra a través de un realismo naturalista a la vieja usanza pero también mediante el uso de originales metáforas y demás figuras retóricas propias de la poesía, de tal manera que la permanente alternancia de procedimientos narrativos a lo largo de la obra le otorga una calidad estética sobresaliente.

Así, los encabalgamientos, los claroscuros, el uso de sugestivas alegorías y de pastiches cercanos a la caricatura y el absurdo signan la obra.

En “La isla mágica” abundan la ironía y el sarcasmo, los refranes, las alusiones bíblicas y mitológicas, las leyendas populares, numerosas frases significativas en latín y terminología empleada cotidianamente por la religión católica que, aplicada aquí al comportamiento desenfrenado de algunos personajes, constituye una constante burla –y por tanto una fuerte crítica- a la hipocresía del clero y a las costumbres, ritos y supersticiones cristianas, al abuso del poder y la corrupción que le es siempre consubstancial, al racismo abierto o solapado, a la hipocresía como cuartada convenenciera para obtener favores y canonjías.

Resulta obvio que para Sinán esos comportamientos en la micro-sociedad que describe y retrata son mucho más la regla que la excepción.

Sin embargo, sólo hay un personaje en la novela, Daniel Hipólito, llamado el Nazareno por sus finas facciones y rubia hermosura, que puede decirse que pertenece a la Iglesia, y ni siquiera es un cura, sino todavía un seminarista.

Isla de Taboga, Panamá Cortesía. Autoridad de Turismo de Panamá

A mi juicio, se trata de uno de los personajes mejor logrados, del cual más se ocupa Sinán como ser humano, en profundidad. Hijo de una prostituta que lo abandona casi al nacer, no logra controlar sus inclinaciones homosexuales, si bien lucha con ellas y por su inevitable claudicación al sacerdocio sufre de forma convincente, casi trágica.

El otro personaje protagónico, quien domina abrumadoramente las páginas de esta novela es Juan Felipe Durgel, uno de cuyos sobrenombres es Chompipe, antihéroe al que fácilmente uno acaba despreciando por borracho, depravado y a menudo cruel.

Lúbrico hasta cuando duerme y sueña, irrespetuoso y abusivo con prácticamente todas las mujeres, este negro representa la figura de una especie de Don Juan criollo, muy bien dotado sexualmente, sacrílego, vulgar, ignorante, pero muy práctico e intuitivo en sus cosas, a quien en general las mujeres no se pueden resistir.

En muchos sentidos, la obra gira en torno a su pequeño mundo de mezquindades, traumas que le vienen de la infancia y reiteradas aberraciones puestas en práctica sin consideración alguna hacia los demás, y para las cuales, al menos en esta obra, no hay redención posible.

Más que una novela de personajes, La isla mágica tiende a ser una novela de relaciones, de situaciones, de atmósfera. Un microcosmos multiplicado 100 veces para darnos una estampa integrada mayor.

A quienes gustan de personajes que tienen una profunda vida interior en la que se tejen ilusiones y vacíos, estos de la novela viven más bien hacia afuera, desarrollan su personalidad siendo lo que son, participando en conversas cotidianas y situaciones específicas que, o bien eligen realizar, o simplemente les toca inexorablemente vivir.

A excepción de Danilo Hipólito, el Nazareno, que sí padece un fuertísimo conflicto interior centrado en su homosexualidad antes encubierta y de pronto manifiesta, y del principal protagonista, Juan Felipe Durgel, víctima de una infancia de abandono, poca educación formal y una vida salpicada de discriminación racial, es poco lo que sabemos del mundo interior de los demás personajes, de quienes conocemos más a través de los comentarios de los demás, que de introspecciones propias.

En este sentido, sin duda habrá lectores que echen de menos una mayor densidad sicológica y de convivencia social en muchos de los otros personajes.

Sin duda, hay escenas extraordinariamente bien narradas en esta novela de Sinán, como lo es la muerte de Felipe, con geniales toques surrealistas, devorado por murciélagos en la iglesia del pueblo habiendo sido amarrado a una cruz, casi al final de la novela; al igual que la forma en que en varias escenas, anteriores en el tiempo, diversos personajes, accidentalmente o borrachos, caen al mar y son devorados por tiburones.

Sin embargo, sé de lectores a los que la novela llega a cansar, tanto por extensa, reiterativa y algo claustrofóbica, como porque consideran que le sobran numerosas páginas; es decir, que a su juicio pudo comprimirse mucho más.

Consideran que la obsesión de Sinán con asemejar la estructura de su obra con el célebre “Decamerón”, primer gran libro de cuentos de la literatura universal, de Giovanni Boccacio (1313-1375), juega en detrimento de su calidad integral.

Otros piensan, por el contrario, que lo dicho y hecho muy bien dicho y hecho están, y que las reiteraciones y amplia gama de personajes y escenas es precisamente parte de la estrategia narrativa –tipo caleidoscopio–, cumulativa y carnavalesca, de la obra; y por tanto que es deliberada y está muy bien lograda: un novedoso estilo de novelar en el Panamá de los años cuarenta del siglo pasado.

A mi manera de entender, Rogelio Sinán, junto con Ramón H. Jurado, Joaquín Beleño y Tristán Solarte (seudónimo de Guillermo Sánchez Borbón), son los cuatro grandes adelantados de la novela panameña quienes, con unas pocas obras fundamentales, renovadoras, inolvidables, enaltecen con creces la historia de nuestras Letras.

Autores de notable valía artística cuya obra debe ser estudiada a fondo y recuperada para las actuales generaciones de lectores.

Panamá, 19 de noviembre de 2014

De la autoría de Enrique Jaramillo Levi, escritor, docente e investigador