Los cuentos y las hadas, lo infantil que parece inocente (la antología de los Grimm es brutal, durísima para la infancia), ofrece la experiencia vicaria que la literatura pone al alcance de los lectores, grandes o pequeños
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]
Del cuento. De hadas
Reseña por: Pedro Crenes Castro
Esta mentira de la calandria para ser liberada me hizo pensar en El rey sapo o Heinrich el Inflexible (cuento de la antología de los hermanos Grimm), en el que la princesa miente para que el sapo le devuelva la pelota de oro que perdió en el pozo
Del cuento. De hadas
«¿Acaso no le corresponde a la magia del arte revertir un cuadro cruel que oprime lo humano? ¿Y arrancar de los reductos sagrados, de la zona que tiene el inconsciente como guardián, los símbolos, las metáforas, las alegorías que garanticen que lo humano es una trampilla donde flotan las palabras al son de las cuerdas de un violín estridente?»
«Sí, por su puesto», le respondo a Nélida Piñón, escritora brasileña, a lo que dice en su espléndido libro La épica del corazón, una suerte de testamento literario en el que reflexiona sobre el oficio de leer y de escribir rindiendo homenaje a los grandes maestros latinoamericanos, y poniendo negro sobre blanco sus propios caminos dentro del oficio narrativo.
Esa magia del arte se encuentra en los cuentos, en la tradición oral de los mismos, o de allí parte, por lo menos, y esta frase (la de Nélida) acuerpa una de esas reflexiones sobre narrar que uno recibe sin querer, como si unas hadas de la biblioteca te trajera la memoria y la bibliografía para pensar, otra vez, en el cuento, en la oralidad y, en este caso, en los cuentos que se cantan, especialmente por los «Combos Nacionales» (con sus mayúsculas distintivas de nostalgia de algo grande en nuestro medio), que escuché en los ochenta en un cassette de la marca Maxell.
El cuento en cuestión, la canción, es La Calandria, que, como todos saben, estaba colgada en una jaula de oro en un balcón. Un gorrión se acercó y ella, «cantando su dolor», le dice que si consigue liberarla se iría con él. Enamorado a estas alturas del cuento/canción, el gorrión, como pudo, rompió los barrotes. Ella, al verse libre, «voló, voló y voló». El gorrioncillo la siguió «a ver si así cumplía lo que le prometió», pero ella le dijo, malvada, «a usted no lo conozco, ni presa he sido yo». El gorrión, al final, llora su pena en aquella jaula de oro.
Esta mentira de la calandria para ser liberada me hizo pensar en El rey sapo o Heinrich el Inflexible (cuento de la antología de los hermanos Grimm), en el que la princesa miente para que el sapo le devuelva la pelota de oro que perdió en el pozo. El cuento, con varias versiones (alguna de dudosa moral que nunca publicaron los antólogos alemanes), tiene un final feliz, pero en La Calandria, el gorrión/héroe «lloró, lloró y lloró». Los cuentos, como se ve, no siempre tienen un final feliz, y menos los de hadas.
Pero el asunto es que, en esta reflexión cruzada sobre la mentira y los cuentos de hadas, que me vino releyendo primero La bruja debe morir, de Sheldon Cashdan, y luego por una cita de este, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, de Bruno Bettelheim, y de allí a los hermanos Grimm y de allí a Los Mozambiques y La Calandria, la mentirosa calandria —como la princesa del cuento—, que resulta que no es original de los panameños, sino una ranchera mexicana, popularizada por el mismísimo Pedro Infante. El autor es Manuel Hernández Ramos, y yo creyendo toda la vida que era una historia panameña: Internet y su apisonadora de falsos recuerdos de cassettes.
Los cuentos y las hadas, lo infantil que parece inocente (la antología de los Grimm es brutal, durísima para la infancia), ofrece la experiencia vicaria que la literatura pone al alcance de los lectores, grandes o pequeños, para dejarnos en el camino miguitas de criterio que nos permitan volver a la razón, a la perspectiva amplia y sana de lo que debe ser la vida.
Como dice Bruno Bettelheim: «Este es precisamente el mensaje que los cuentos de hadas transmiten a los niños, de diversas maneras: que la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana; pero si uno no huye, sino que se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar todos los obstáculos, alzándose, al fin, victorioso».
Esta es la magia de la que Nélida Piñón nos hablaba al principio, la que revierte el cuadro cruel que nos oprime.
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña y Viernes Cultural | [email protected]
Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990