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Es necesario para sostener relaciones sanas y mejorar las que tenemos, trabajar en el autoconocimiento y la posibilidad de alcanzar conciencia plena sobre lo que somos, sentimos y cómo actuamos

Por: Hisvet Fernández

Hisvet Fernández es psicóloga social, feminista, activista de los DDHH de las Mujeres y los Derechos Sexuales y Reproductivos, directora del Centro de Capacitación para la Vida (Cecavid). Integrante de la Alianza Salud Para Todas. Coordinadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo Lara. 
@psicosexualhisvetf  [email protected] @psicohisvetfernandez

Muchas personas se vanaglorian de ser sumamente “sinceras” porque dicen lo que sienten sin cortapisas, hablan “claro y raspao” y no andan “adornando” lo que sienten sobre alguna persona o sobre lo que hace. Confunden la sinceridad con la agresión verbal y el irrespeto. Sueltan sus emociones y pensamientos sin ningún filtro y quienes reciben sus palabras deben aceptarlas y “respetar” su manera de expresarse. Pero además se debe valorar su “sinceridad y claridad” al hablar.

Al inicio de cada año, las personas tienden a prometerse enmendar algunos comportamientos y cambiar. Considero que este comportamiento tan generalizado, debería ser corregido por quienes lo practican regularmente.

Es importante reflexionar si realmente es adecuado decir, sin filtros, todo lo que en un momento dado, sentimos, como reacción, sobre la manera de ser y actuar de otra persona. Y esta reflexión pasa por entender un principio humano primordial, ya que nos referimos a un intercambio entre dos personas, y por lo tanto no sólo se trata de lo que sentimos, sino también y muy importante, hay que tomar en cuenta lo que siente o puede sentir la otra persona ante el efecto de nuestras palabras y acciones.

Los seres humanos, por ser humanos, siempre estamos actuando en relación con otras personas o situaciones referidas a otras personas. Y esta premisa, no podemos olvidarla ya que sería disminuir nuestra condición humana-relacional. Somos con otros y en relación con otros. Somos seres sociales y relacionales.

Es necesario para sostener relaciones sanas y mejorar las que tenemos, trabajar en el autoconocimiento y la posibilidad de alcanzar conciencia plena sobre lo que somos, sentimos y cómo actuamos.

Alejandro Celis (2000), en su artículo sobre el legado de Carl Roger, brinda una explicación que bien puede servir para esta necesaria reflexión.  Alcanzar un proceso de reconocimiento y aceptación legítima de todo lo que ocurre en nuestro interior, así como aceptarlo como existente aún, cuando no lo aprobemos, cuando lo rechacemos, cuando sea inadecuado, es muy necesario para conectar con nosotras/os mismas/os.

Aceptar no es igual que aprobar. Aceptar incluye ese sentimiento de desaprobación hacia algunos de nuestros sentimientos, esa voz crítica que nos llama la atención.

Dice Celis: “La verdadera aceptación es un proceso dinámico que genera movimiento, y no es en lo absoluto una resignación o un quedarse estático”. Por eso menciona tres niveles a reconocer, tres instancias o niveles que debemos tomar en cuenta, que además toda persona tiene y de los cuales debe tener conciencia, pero conciencia plena.

Un 1er nivel básico, casi “animal”, aquí guardamos sentimientos de destrucción hacia las demás personas, si es necesario, porque lo importante, aquí, es lo que queremos, nuestro deseo. Aquí están:  la ira, temor, celos, posesividad, territorialidad, impulsos de destrucción de quien sea percibido como rival u oponente. Sentimientos básicos de sobrevivencia, atavismo de la especie, de manera original, sin filtro cultural, sin humanidad.

Un 2do nivel, donde guardamos lo realmente humano. Aquí están nuestros sentimientos de solidaridad, que representan nuestro verdadero interés por las demás personas: la empatía, el interés desinteresado por otros, la auténtica generosidad, lo que llamamos compañerismo, la sororidad y lo que conocemos como una ética realmente humana de la justicia. Sentimientos humanos mediados por la cultura y por tanto por la historia que nos elevan de la rivalidad animal y los atavismos.

Y un 3er nivel, en el cual se sitúa la verdadera armonía interna, la síntesis dialéctica de lo que somos como humanidad, el amor incondicional, la compasión por las demás personas, por otra humanidad más allá de la nuestra, el amor por la naturaleza, el desapego, el verdadero éxtasis de la felicidad que es compartida. Aquí se trasciende la mente, se alcanza la consciencia y se trasciende la dualidad, la polaridad, la rivalidad y por lo tanto el conflicto. Se hace comunidad. Se es realmente humano-humana.

La consciencia debe dirigir nuestras vidas, aceptando todos nuestros niveles, todo lo que somos y seleccionando para ser y actuar lo más elevado o sensible. Conectarnos profundamente con lo que somos, aceptarlo y optar por la alternativa más elevada, responsable y amorosa que conozcamos en nosotros.

El proceso de autoconocimiento implica, por ser un proceso auténticamente consciente, en distinguir nuestra verdadera humanidad dentro de lo que somos, elevarnos de la animalidad. Porque al alcanzar el autoconocimiento personal y la consciencia, nos va resultar, casi imposible, dañar intencionalmente a otras personas.

Hay que dejar muy claro que esos arranques de “sinceridad” explosiva y sin filtro no son más que desahogos de nuestro nivel de animalidad y por lo tanto son insultos y ofensas hacia otras personas por nuestra incapacidad de filtrar lo que sentimos y poder expresarnos de manera adecuada, respetuosa y humana. Incapacidad de actuar de manera ética. 

Insultamos, gritamos y ofendemos cuando vemos a la otra persona como enemigo, rival, oponente, al ubicarnos en nuestro nivel más animal, le vemos como culpable de nuestros sentimientos negativos y nuestras reacciones. Pero es muy importante tener consciencia y desde nuestro nivel de humanidad relacional, entender que la percepción que tenemos, de la situación que nos molesta, es nuestra responsabilidad, así como la gestión de esa situación y la reacción que manifestemos. 

Reaccionar con agresividad, es una forma de ejercer violencia verbal y psicológica contra las demás personas, en particular cuando se trata de quienes se relacionan afectivamente con nosotras/os y por lo general sobre las que podemos ejercer alguna influencia o “autoridad”. Las reacciones inadecuadas, hacen más daño en la medida que los lazos de afectividad son más cercanos: Parejas, descendientes, padres, madres, hermanos, hermanas, amistades.

Hacer conciencia que no es la persona quien te molesta, sino que son tus interpretaciones de la situación, siempre te puede ayudar a buscar en tu nivel más humano para tener reacciones apropiadas y asertivas. Tenemos la capacidad de gestionar nuestras emociones ante situaciones determinadas dentro de nuestras relaciones, porque no es una condena la ira y la violencia. La “sinceridad” sin filtro, suele ser una forma de maltrato encubierta y una agresión, que hoy tipificamos, incluso, como delito.

Recordemos que las violencias siempre dañan, en doble vía, a las personas quienes la ejercen y a quienes la reciben. Es tiempo de cambiar y mejorar nuestras relaciones.

Por: Hisvet Fernández