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Por: Hisvet Fernández, psicóloga

Hisvet Fernández es psicóloga social, feminista, activista de los DDHH de las Mujeres y los Derechos Sexuales y Reproductivos, directora del Centro de Capacitación para la Vida (Cecavid). Integrante de la Alianza Salud Para Todas. Coordinadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo Lara. 
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Gritar es una forma de comunicación habitual de nuestras culturas y por lo general no manejamos las terribles consecuencias que puede tener este “mal hábito” sobre la salud integral y emocional.

En este sentido Natalia Redondo, orientadora española, plantea que cuando se trata de niños y niñas, «gritar constantemente es querer que aprendan por la fuerza. Es una estrategia cortoplacista, pero si lo hacemos de forma continuada tiene un efecto en sus cerebros y en sus comportamientos similares a la violencia física”. Esta realidad nos hace entender que en realidad gritar es una forma de violencia y de abuso infantil, naturalizado.

Los gritos, tanto eventuales como habituales, activan señales de alarma en el cerebro generando respuestas adecuadas al peligro que supone representan. Producen diferentes sustancias como cortisol, hormona del estrés que en una cantidad muy alta implica una desregulación emocional, cuyas consecuencias son sentir miedo e inseguridad ante figuras de referencia y de protección. Muchos padres y madres confunden con respeto.

Los niños, niñas y adolescentes(NNA) tendrán aumentos en sus niveles de ansiedad y de estrés con una disminución significativa de su autoestima, al no sentirse valorados ni seguros, en presencia de sus adultos significativos.

Diferentes especialistas afirman que se debe tener en cuenta que los gritos generan malestar emocional, al disparar los niveles de la hormona cortisol e impiden pensar claramente y buscar soluciones a los problemas. Los gritos abruman a las personas en general y con mayor fuerza a NNA quienes huyen, se paralizan o reaccionan con violencia de vuelta en contravía.

Al normalizar esta forma de violencia y no ver lo grave que realmente es, NNA terminarán relacionándose de ese modo con el resto de la gente y entre ellos y ellas mismas. Porque más se aprende de lo que se observa hacer, de lo que se practica en la vida y en tu presencia, que de lo que se dice o te aconsejan. La imitación en los seres humanos, en un elemento muy importante del aprendizaje social.

Cuando se puede dialogar de forma asertiva y tranquila, la voz de la otra persona no se identifica como algo peligroso. Se percibe como un momento-espacio seguro y acogedor que invita abrirse al aprendizaje y a la comunicación en doble vía.

Tener respeto y tolerancia

Aprender a comunicarnos con respeto, tolerancia, en una escucha activa, fortalece la autoestima al sentir que se nos escucha y valora, aprendiendo a solucionar los conflictos de forma segura y calmada, sin violencia.

Filogenéticamente los primates usan los gritos para comunicar ira y miedo; los humanos gritan por más variadas emociones: ira, miedo, dolor, placer, tristeza y deleite.

Es cierto que las personas gritamos para indicar también emociones positivas como alegría y placer extremos (Sascha Frühholz, autora principal de un nuevo estudio sobre los gritos, publicado en la revista PLOS Biology). Esto nos indica que la comunicación a gritos parece haberse diversificado entre los humanos como un paso evolutivo importante, cambiando el propósito evolutivo de los gritos no solo como una señal de peligro, sino también gritando de sorpresa, alegría, cuando nos sobresaltamos o estamos muy emocionadas/os.

Pero es importante saber que los gritos siguen siendo dañinos para todas las personas, según los estudios de las neurociencias, ya que pueden modificar la estructura cerebral y originan consecuencias en la vida adulta como hipertensión y depresión, así como baja capacidad de respuestas ante instrucciones sencillas.

Por lo general, las personas gritan porque han aprendido a hacerlo desde la infancia y al tener emociones alteradas, el volumen de su voz se eleva sin tener plena conciencia de ello. Y si además, NNA viven la contradicción de que mediante gritos se les señala que no griten, la situación se torna complicada, perdiendo la capacidad de respuestas razonables.  

En nuestro cuerpo hay cambios fisiológicos ante el grito, se activan las alertas innatas de peligro, el corazón se acelera, se segrega adrenalina y las pupilas se dilatan.

El cortisol se activa ante el peligro, y a largo plazo tiene consecuencias en la estructura de los mecanismos cerebrales, repercutiendo en la conducta. No se piensa, así que, NNA no hacen lo que se les pide, solo huyen, luchan o se paralizan. También en los y las adultas la parte pensante del cerebro se desconecta ante el peligro o amenaza del grito y domina la parte de la supervivencia, la parte irracional, por lo que, o se huye y nos encerramos física y mentalmente.  

Se asume una actitud de lucha por lo que se adopta una posición combativa y se enfrenta o se paraliza ante quien grita. Ni los gritos ni el castigo físico, son métodos adecuados para cambiar conductas, o establecer una sana comunicación.

Diferentes estudios como el de la Escuela de medicina de Harvard, 2015, han demostrado que los gritos, la humillación y el maltrato verbal alteran de forma permanente la estructura cerebral infantil. Los ambientes hostiles afectan al cuerpo calloso que une ambos hemisferios cerebrales, provocando cambios de personalidad y de estado de ánimo, afectando a la atención y a la estabilidad emocional. El aumento de cortisol producido por los gritos, afecta los recuerdos y las emociones.

Otro estudio, de la Universidad de Nueva York, publicado en la revista científica Current Biology 2015, sobre la propiedad sonora del grito al impactar activando el centro neuronal del miedo en la amígdala, es distinta a lo que produce un sonido fuerte cualquiera, que afecta al cortex cerebral. Los gritos humanos con sus cambios en el volumen y la agudeza del tono de la voz humana, producido en poco tiempo produce un impacto mayor.

Cuando tanto NNA y Adultas/os están en un ambiente en el que se acostumbra a gritar, les cambia el umbral de escucha, por lo que NNA creen que los adultos solo dicen algo importante, cuando gritan y la familia se acostumbra a hablar gritando y agrediendo. NNA viven naturalizando el terror y las personas adultas viendo las amenazas que no se cumplen, no hay seguridad ni confianza en lo que se escucha desde los gritos.

Por su parte la psicóloga Mónica Serrano y la bióloga Irene García Perulero, investigan y trabajan en la atención integral a las familias sobre diferentes aspectos de las consecuencias de los gritos y los daños que producen. Explican cómo el cortisol, como hormona del estrés, está relacionada con muchos mecanismos fisiológicos, desde el control del sistema inmune o del metabolismo de los azúcares hasta la estructura del hipocampo.

Indican que el estrés crónico y prolongado, puede aumentar el riesgo de enfermedades inflamatorias crónicas en la edad adulta, con una menor esperanza de vida, ya que afecta una menor longitud de los telómeros de los cromosomas.

Podemos cambiar el hábito de los gritos, con algunas técnicas sencillas que se pueden aplicar, si te planteas el propósito de controlar el impulso de gritar y de subir el volumen de nuestros mensajes, tanto hacia NNA como en la comunicación con otras personas en general:

1. Al presentir que las emociones se agolpan en ti, utiliza la respiración consciente, inhala aire y expúlsalo despacio, así se contrarresta el impulso a reaccionar inadecuadamente, gritando ante el estrés, las contradicciones y las diferencias, o simplemente en la comunicación. 

2. Dígase a sí misma/o estas palabras: voy a escuchar sin interrumpir y no reaccionaré de manera irracional, no voy a gritar.

3. Proponga a sus familiares y amistades, el pacto de respetar que usted tome un momento para manejar sus emociones adecuadamente y no utilizar los gritos, en medio de un dialogo o conversa. Es necesario que las personas y NNA sepan de su propósito de dejar de gritar y por lo tanto de herir a las personas. Esto ayudará mucho en sus cambios positivos para mejorar su comunicación y sus relaciones, así como la salud integral de toda la familia.

Por: Hisvet Fernández