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Por: Dra. Marta Illueca

La autora es médica investigadora y teóloga. Este artículo fue publicado de manera original el 21 de mayo en el diario La Prensa de Panamá, sección Opinión

La Organización Mundial de la Salud define la salud mental como “un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad.” La salud mental es un “derecho humano fundamental.”  

Si bien es cierto que gran parte de nuestra salud mental descansa en las manos de las tendencias y costumbres de nuestra sociedad, también es cierto que cada uno de nosotros jugamos un papel íntimo y crucial en asegurar nuestro estado de balance y estabilidad interior en este respecto.

Si revisamos las directrices mundiales de la Organización Mundial de la Salud, en ellas se recomiendan pautas para afrontar los riesgos asociados a la salud mental, como la carga de trabajo, los sentimientos negativos y otros factores que causan estados de angustia en los sitios de trabajo.

El reciente surgimiento de las corrientes que circulan alrededor de la Psicología Positiva, nos indica la importancia de ciertos estados de ánimo y prácticas mentales que cultiven sentimientos constructivos, y por ende sirvan para contrarrestar el estrés crónico.

Este último es un síndrome que merma a nuestra sociedad día a día. Para explicarme, paso a compartir puntos sobresalientes de un reciente programa educacional en el cual fui invitada panelista para abordar el tema de la “Gratitud y Salud Mental.” En este espacio pude compartir con colegas y autores de libros de psicología y auto ayuda.

Las sociedades industrializadas, como en los EEUU., adolecen de preocupantes tendencias que en años recientes indican la creciente tendencia de vulnerabilidad hasta entre personas de estratos más privilegiados en edad reproductiva en quienes los porcentajes de mortalidad sobrepasan los de cualquier otro estrato social.

Reconocidos economistas de la prestigiosa Universidad de Princeton, Anne Case y el premio Nobel de Literatura, Angus Deaton, en Estados Unidos han recopilado datos de interés en su libro “Muertes por desesperación” (“Deaths of despair” por su título en inglés).

En su estudio demográfico del 2015, recientemente actualizado, se destaca la alta vulnerabilidad de clases sociales consideradas privilegiadas y su creciente mortalidad asociada al estrés.

La fuente sencillamente se define como la “pérdida de la esperanza”. Los autores reportaron que las causas crecientes de muertes eran el suicidio, sobredosis de drogas y alcoholismo.  Actualmente en solo los EE.UU. las muertes por consume de drogas se mantienen en casi 100,000 defunciones por año. Sería importante hacer estudios similares en nuestro medio.

El estrés crónico es causa científicamente confirmada de efectos deletéreos para la salud, incluyendo presión alta, obesidad, ansiedad, depresión y trastornos del sistema inmune.

La ciencia ya ha dilucidado los mecanismos de protección que tiene el cerebro para contrarrestar el estrés crónico, causa subyacente de varios problemas de salud como los infartos, la diabetes y la depresión. Los estímulos que sirven de gatillo para la producción de la hormona del estrés, el cortisol, se localizan en la región central del cerebro llamada el hipotálamo.

Estudios realizados con la tecnología de la resonancia magnética funcional (fMRI por sus siglas en inglés) han revelado que el estímulo principal para el estrés crónico reside en el área “hipotalámica” del cerebro, dentro de su corteza central, mientras que los estímulos calmantes de estas reacciones hormonales de estrés residen en el área de la corteza prefrontal del cerebro.

No pretendo confundirles la mente a los lectores con términos científicos, pero sí intento indicarles que los misterios intangibles del estrés y su antídoto natural cerebral ya han sido bastante definidos y se han hecho visible científicamente. Puedo sugerir, sin miedo a equivocarme, que prácticas que conduzcan a sensaciones de paz y relajamiento, incluyendo la meditación, la oración y la gratitud activan las regiones anti-estrés del cerebro lo cual es visible con estas tecnologías médicas de imágenes.

Podemos concluir, en resumidas cuentas, con una recomendación para motivar a los lectores a hacer un espacio en su día a día para actividades constructivas como ejercicios de relajación, yoga o para los creyentes, momentos de oración y contemplación.

Así mismo, las ciencias psicológicas en las últimas dos décadas están reportando data valiosa sobre los beneficios de practicar la “gratitud”, al punto de que se están desarrollando programas para hacer intervenciones enfocadas alrededor de la gratitud, como escribir cartas de agradecimiento o hacer listas de los dones o beneficios de los cuales gozamos en esta vida, ya sea en salud, prosperidad o relaciones sociales.

La epidemia de COVID nos ha dejado estragos físicos, sociales y mentales. El COVID prolongado adolece de efectos neuropsiquiátricos a largo plazo que van mermando nuestras capas sociales en su edad más productiva. Aunque no pretendo imponer citas bíblicas, aquí vale la exhortación de “el que tenga oídos para oír que oiga.”

Por: Dra. Marta Illueca