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Por: Hisvet Fernández

Hisvet Fernández es psicóloga social, feminista, activista de los DDHH de las Mujeres y los Derechos Sexuales y Reproductivos, directora del Centro de Capacitación para la Vida (Cecavid). Integrante de la Alianza Salud Para Todas. Coordinadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo Lara. 
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@psicohisvetfernandez

Este 7 de abril se celebró el Día Mundial de la Salud, con el lema de Salud para todos. La OMS también celebró sus 75º años, bajo el lema 75 años mejorando la salud pública. Y es que la motivación de este 7 de abril es que todas las personas tengan acceso a la salud y que eso no signifique sacrificar otras necesidades o derechos, para lograrlo.

Cuando metemos la lupa en la salud de las mujeres que representan para 2022 el 49,5% de la población mundial, nos encontramos que aun en pleno siglo 21, año 2023, las mujeres siguen con cargas laborales extras e invisibles, solo por el hecho de ser mujeres.

Cargas como los trabajos domésticos y los trabajos de cuidados, porque aún nuestras subjetividades se construyen con base a estereotipos de género que son dicotómicos y opuestos.

Estos estereotipos de género se basan en las creencias percibidas y profundamente arraigadas y por tanto subjetivadas, de lo que puede diferenciar a mujeres y hombres.

Estos estereotipos son el argumento para la asignación de los roles sociales y atribuyen significado al “ser hombre ” o “ser mujer” que se convierten en los roles habituales para la interacción en nuestras relaciones. Y aunque los contextos e historias de vida son diferentes para las diversas mujeres, el género, como construcción social de nuestra identidad y subjetividad sigue atravesando las vidas de todas.

No es posible dejar de lado las dicotomías absolutas e incluso sutiles en los estereotipos de género de las sexualidades femenina y masculina concebidas como opuestas y/o complementarias, ya que incluyen las dualidades entre doméstico- mercado; privado-público y naturaleza-cultura, sirviendo así para ubicar y reconocer el lugar del hombre y de la mujer en todos los aspectos: psicológicos, culturales, sociales y económicos de la sociedad.

En la construcción de las identidades se encuentran: la manera de vivir con nuestro cuerpo, de concebir y vivir el amor, del ejercicio de la sexualidad, de la maternidad y la paternidad y de trabajar.

En la modernidad se ha impuesto un modelo hegemónico de feminidad que privilegia valores asociados al espacio privado-doméstico y a las funciones de madre-esposa en la familia como destino único y natural de todas las mujeres, todo lo cual termina conformando la subjetividad femenina compartida por todas.

Esto implica la distribución y asignación de espacios y papeles sociales a mujeres y hombres para ir conformando dos éticas diferentes. La Ética de la Justicia para el espacio público del mercado propia para los hombres y Ética del Cuidado para el espacio privado de la familia propia para las mujeres. Esto legitima la dicotomía entre el trabajo asalariado y el trabajo de cuidados.

Los trabajos de cuidados implican en quienes los ejercen características de docilidad, pasividad, humildad, obediencia incontestable y sacrificio que impliquen nulo o casi nulo amor propio, siempre privilegiando el amor por los otros. El núcleo del cautiverio que decía Franca Basaglia: “Ser para otros”

Como dice Fajardo Trasobares (ME 2004), el cuidado “comprende el confort, el alivio del dolor, la creación de condiciones favorables para el reposo y el sueño; cuidar es ayudar, acompañar, capacitar, escuchar, estimular, relacionar, asesorar, reconocer, significa estar con el otro cuando nos necesite y adaptándonos a las necesidades de cada momento”. Es pensar en las necesidades de los otros siempre por encima de las propias necesidades.

Es así como el cuidado es una tarea invisible, más invisible que las tareas domésticas, aunque posea una importancia social, un considerable valor económico y unas implicaciones políticas relevantes. Este cuidado se hace visible cuando no puede ser asumido por la familia y sobre todo por las mujeres. Es así cuando puede verse y reconocerse como trabajo.

Esta realidad que se oculta detrás de la construcción de las identidades y subjetividades afecta profundamente la salud integral de las mujeres, a todas como colectivo social y a una gran mayoría de ellas en lo individual por las circunstancias y contextos de vida que les toca vivir.

Según datos de OXFAM las mujeres y las niñas realizan más de 3/4 partes del trabajo de cuidados no remunerado en todo el mundo, y constituyen solo dos terceras partes de la mano de obra que realiza este tipo de trabajo de forma remunerada.

Las mujeres dedican, al trabajo de cuidados no remunerado, 12,500 millones de Horas/Día. En algunos países, las mujeres de zonas rurales dedican hasta 14 horas/día al trabajo de cuidados no remunerado.

  • En todo el mundo, el 42% de las mujeres, responsables del trabajo de cuidados, no puede acceder a un empleo remunerado y esto le sucede tan solo al 6% de los hombres.
  • El 80% de los 67 millones de personas trabajadoras del hogar del mundo son mujeres.
  • El 90% no tiene acceso a las prestaciones de la seguridad social y la jornada laboral semanal, de más de la mitad de ellas. carece de límite de horas.

Mientras esta realidad siga existiendo y siga siendo invisible para el mundo, la salud de casi la mitad de la población humana, las mujeres, sigue en entredicho.

Por: Hisvet Fernández