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Por: Hisvet Fernández

Hisvet Fernández es psicóloga social, feminista, activista de los DDHH de las Mujeres y los Derechos Sexuales y Reproductivos, directora del Centro de Capacitación para la Vida (Cecavid). Integrante de la Alianza Salud Para Todas. Coordinadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo Lara. 
@psicosexualhisvetf  [email protected] @psicohisvetfernandez

Este 10 de octubre fue el Día Mundial de la Salud Mental y es propicia la ocasión para hablar del doble tabú que significa la combinación de la sexualidad y la enfermedad mental.

Nuestras sociedades aún trasmiten valores y creencias cargados de tabúes y mitos, que paulatinamente el conocimiento científico ha ido derribando de la mano de hombres y mujeres estudiosas de la verdad verdadera y científica. Sin embargo, el llamado “sentido común” se impone con su carga de ocultamientos y misterios que envuelven, aún, muchas de las verdades ya develadas y comprendidas por el conocimiento de las ciencias naturales y sociales.

Elementos vitales en los seres humanos como la sexualidad y las enfermedades mentales (EM) siguen bajo los mandatos del pensamiento más conservador y religioso y de la cultura tradicional que no ha permitido que se esclarezca su verdadera naturaleza, para cambiar las creencias, los valores y las prácticas sociales que se han asumido como “costumbres” y mandatos, muchas veces irracionales, de las grandes mayorías humanas.

Por una parte el estigma de la “locura”, que define a quienes tienen EM como personas violentas, incontrolables, a quienes hay que tener apartadas y/o bajo los efectos de medicamentos que les mantenga “amansadas”, pesa en el imaginario colectivo y familiar.

Y por la otra, la sexualidad es, en sí misma, un gran tabú, que niega el placer y lo ha vuelto pecado o enfermedad al degradarlo y el disciplinar sexual de los seres humanos, para poder manejar sus cuerpos y sus mentes, dentro de dos categorías identitarias, excluyentes, desiguales y en oposición que los atan a estereotipos sexuales.  Encontramos entonces que a las personas con diagnósticos de EM se les mira con doble tabú combinado, no se les reconoce como seres sexuales, su sexualidad es olvidada, es ocultada, es patologizada, en particular el ejercicio de la función sexual y se les percibe como personas asexuadas, “infantilizándoles”.

Se cree que no tienen deseos eróticos y si los tienen, son perjudiciales; que no son deseables erótica ni amorosamente; se les niega su diversidad sexual y si expresan un deseo homo-erótico, se atribuye a su EM, patologizando su identidad sexual no heterosexual; que no necesitan educación sexual ni que su sexualidad sea atendida o cultivada, ya que eso puede despertar inquietudes que perjudican su salud; que no tienen derechos sexuales y reproductivos; por tanto, se les niegan y que las mujeres, con enfermedad mental, tienen aún menos necesidades y deseos que los hombres y por eso son vulnerables a violencias sexuales.

Pero la verdad es que dentro de la población diagnosticada con alguna enfermedad mental hay gran diversidad, no sólo en cuanto al tipo de enfermedad, sino también en cuanto a su gravedad; que es el nivel de gravedad, y no tanto la enfermedad, lo que delimita las capacidades de la persona a la hora de acercarse a otras, de entablar una conversación, de mantener relaciones estables y duraderas, de formar una familia, de disfrutar de su erotismo; que tener un diagnóstico de enfermedad mental no significa dejar de ser mujeres y hombres, ni que no tengamos sexualidad, en todas sus dimensiones, ni podamos disfrutarla.

Todas las personas diagnosticadas con alguna EM al igual que las que no lo están, tienen derecho a empatizar con otras personas y pueden ver como posible tener pareja -si así lo desean- o disfrutar de su erotismo y de una relación erótica con o sin la necesidad de establecer una relación sentimental “estable”. Se trata de tener derecho a sentirnos, vivirnos, compartirnos de la forma que nos haga más felices. Cada cual, desde su manera única de ser, de sentir, de relacionarse, de amar.

La salud mental y la salud sexual están directamente relacionadas, son bidireccionales, no se pueden separar, pues la salud sexual tiene que ver con el ejercicio del bienestar, físico, emocional y sociocultural vinculado con la sexualidad y con la identidad. Por lo que la salud sexual coadyuva a la salud mental.

La Sexualidad es parte del YO y está allí, en todas las personas, por lo que no podemos seguir obviándola, debemos asumirla de una manera científica e integral. Necesitamos incidir en la educación afectivo-sexual como parte de la educación de todas las personas y de la rehabilitación psicosocial y la salud integral de las personas con algún diagnóstico psiquiátrico controlado. La Mente humana es Sexuada.

Por: Hisvet Fernández