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Por: Carmen Virginia Carrillo

Carmen Virginia Carrillo (Venezuela) es licenciada en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello,Venezuela, magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad de los Andes, Venezuela, y doctora en Literatura por la Universidad de Murcia, España. Es profesora de Literatura y Semiótica en la Universidad de los Andes, núcleo Trujillo.Venezuela. 

Temporal, de Carmen Leonor Ferro recién publicada por LP5editora,  reúne poemas ya publicados  y poemas de sus libros inéditos La caja, El ayunador, Fragmentos del espejo, Cinco noches.

En sus versos, Ferro rememora de las vivencias  migratorias de sus ancestros a tierras americanas, y las suyas hacia los orígenes, Italia.

Nos habla de la incertidumbre, las dificultades de adaptación a otra cultura y otra lengua, del intento de preservar la identidad aun cuando las convicciones comienzan a cuestionarse y la identidad se resquebraja. 

 El acercamiento a la palabra se convierte en un ejercicio afectivo, imaginativo y liberador a través del cual el vacío y el desconsuelo ceden paso a la comprensión.

El poemario abre con el viaje, que inicialmente surge como un sueño.

El trayecto hacia el origen se configura a partir de la imagen de un libro regalado por los abuelos “que describía/ el mar de un pueblo/ pequeño y pobre/ del sur de Italia”.

Travesía personal y poética cuyo escenario, “una bruma helada/ cayendo en el mar”, da cuenta de espacios familiares y objetos preciados, la casa, la mesa donde se comparte el alimento. Es el viaje al territorio de la memoria, a las profundidades del ser.  

En los poemas seleccionados de Acróbata, el sueño se representa como espacio de múltiples posibilidades, aterrador y magnífico. A través del sueño, el yo lírico viaja en el tiempo, es a la vez uno y otro, pleno o incompleto:

“y allí no había distancia

entre yo

 – solo, incólume, perfecto –

 y ambos

 – indiferenciados, poderosos, ciegos –”. 

Dar saltos, mostrar las habilidades, caminar por la cuerda floja, ejecutar prácticas gimnásticas, podría ser la metáfora de la vida del extranjero, pero ¿acaso no es también la escritura un ejercicio acrobático?  ¿Y la traducción esa cuerda floja sobre la que el traductor se desplaza con precario equilibrio?

La lengua configura y dirige el pensamiento, es determinante en la conformación de la identidad.

La lengua materna nos relaciona con lo propio, nos conecta con los orígenes, con la infancia, y constituye la marca a la que siempre retornamos.

El encuentro con otro idioma, de distinta sonoridad y tesitura, constituye una experiencia límite. La traducción marca la diferencia entre lo familiar y lo extraño, entre lo propio y lo ajeno.  Y de esto nos habla el yo lírico en los poemas de Subjuntivo.

El oficio no se limita al lenguaje, también las vivencias tenemos que traducirlas cuando decidimos compartirlas con los otros. Así dirá la autora:

 “Como las lenguas

 las historias personales se traducen

 al llevarlas a otros mundos

así tenemos que imaginarlas en claves diferentes

reestructurar el orden de las apariciones

 volver a plantear las etimologías …”

Sin embargo, algo se escapa en la traslación, dejando entrever la dificultad de ser en otra lengua, de ahí la necesidad de “evadir la tarea de traducirlo todo”.   

Reflexión metapoética que establece analogías y diferencias entre las lenguas, la gramática, la poesía y la vida. El poema se convierte en el espacio ideal para pensar las posibilidades y las complejidades de la escritura y la traducción. Conjunción entre teoría y práctica, poesía y poética

En oportunidades, el silencio pareciera imponerse:

“una mudez que no busco

 signa mis encuentros y mi propósito de escribir

 y un vacío que no es inexpresión se impone

 a mi necesidad de ordenar”

Precarios nos habla de vidas anónimas y discontinuidades, de patrimonios perdidos, de la muerte, tema que aparece a lo largo del libro y que ocupa lugar central de La caja.

La muerte de la hermana es descrita a partir del profundo vacío que deja la ausente. Las palabras intentan exorcizar el dolor de la pérdida. El silencio de la muerte, que es indecible e inspira temor y angustia, es superado por la palabra que rescata del olvido las memorias más preciadas.

Para ello es necesario “imaginarlo todo de nuevo/ devolver la cinta/rehacer los diálogos/rescatar cada imagen del foso”

En El ayunador, losrituales domésticos, particularmente los de la comida, dan cuenta de la dinámica familiar. La rememoración permite reunir fragmentos del pasado en un intento de dar sentido a la existencia. El yo lírico se presenta como “espacio en blanco… intervalo entre formas… molde… ilusión de aparecer”

En La ruptura del espejo reaparecen las temáticas de la muerte y el sueño. Estos poemas, que hablan de los días del confinamiento, “eran días en que el orden suplantaba el deseo/ y contar los pasos que había entre la cocina y el pasillo”, metaforizan el resquebrajamiento del ser recluido en la imagen del espejo roto: “el cúmulo de trizas…. inquietantes agüeros”. 

La antología cierra con seis poemas del libro Cinco noches. A partir de anécdotas compartidas con Giuseppe, un alumno de español, la autora explora la palabra “despecho”, sus sonoridades, significados y diferencias entre el italiano y el español, para, desde ahí, hablar del desapego y del intento de echar raíces:

“me permito aburrirme

 en italiano

que se convierte en casa

 y se cuela

en los intersticios y en las enunciaciones

 en lo que no se ve”.

                Escritura autobiográfica, nostálgica, que rescata los pequeños espacios donde han quedado inscritos los más importantes recuerdos. Pérdidas, búsquedas, encuentros y desencuentros, añoranzas se van acumulando en este viaje espacial y temporal que recrea imaginariamente la historia familiar.  

Y, sobre todo, la experiencia de la extranjería, el vivir en otra lengua y ser a través de la traducción, condición en la que conviven la realidad y el sueño, la palabra y el silencio, la luz y la oscuridad, y en el medio de todas ellas, la frontera, esa línea, a veces invisible, que las separa.