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Autora de Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1929), Teresa de la Parra, nombre literario de Ana Teresa Parra Sanojo, tuvo una vida corta: nació en París en 1889 y falleció en Madrid en 1936. Un evocador ensayo de Miguel Gomes para recordar a la autora venezolana

Por: Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional

Amigos lectores:

I.

El mismo año en que Thomas Mann y Edward Morgan Forster publicaron La Montaña mágica y Pasaje a la India, novelas-portento que salieron a la calle en 1924, Teresa de la Parra (1889-1936) publicó en París, Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, novela de proyecciones simbólicas, culturales y políticas, cuya vibración nos alcanza. Es evidente que el centenario ha reavivado el interés en ella: se anuncian próximos encuentros de expertos en Venezuela y otros países.

Le propuse a Miguel Gomes que hiciera una versión adaptable al espacio disponible del PDF, de un iluminador y extenso ensayo suyo publicado en 2002, Teresa de la Parra: Dictaduras, Poéticas y Parodias. Con la gentileza que le es congénita, produjo el texto que ocupa las páginas 1 y 2: “El ‘fastidio’ o la ‘tristeza’ constituyen versiones del mal del siglo, el spleen o el ennui: en la narrativa venezolana del modernismo y el naturalismo surgen tras la vuelta a la patria y a la realidad capitalina. Parra, en ese sentido, es heredera de una tradición nacional ya establecida: la de la novela urbana, que había producido, a la par de los de Díaz Rodríguez, títulos memorables como Todo un pueblo (1899) de Miguel Eduardo Pardo y El hombre de hierro (1907) de Rufino Blanco Fombona, los cuales comparten la visión amarga y pesimista del espacio caraqueño”.

A continuación se ofrece un texto de Laura Margarita FebresEl humor en Ifigenia: “Teniendo en cuenta esta formación, pensamos que su humor tiene una vena profundamente cervantina ya que en ambos autores hay una actitud benévola y reconciliada con el universo. El humor de Teresa de la Parra está lejos de ser un humor agrio y sarcástico como el de Quevedo, en el cual los defectos del personaje lo rebajan hasta tal punto que nos hace imposible una identificación con ellos. María Eugenia, al igual que el Quijote, nos hace partícipe de sus deseos y locuras y nos obliga a sonreír frente a sus ocurrencias”. Se trata de un capítulo del volumen de Febres, Cinco perspectivas críticas sobre Teresa de la Parra (1988). Páginas 3 y 4.

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II.

En alguna parte leí que Las cartas del boom podía leerse como una de las mejores novelas del boom. No exagera quien lo haya afirmado: concurren en sus páginas anécdotas, ramalazos de humor, preocupaciones compartidas, acuerdos o discrepancias entre colegas. Se reúnen las cartas de Julio CortázarCarlos FuentesGabriel García Márquez Mario Vargas Llosa, que circulaban entre ellos. La lectura que hace Alberto García Ferrer no es una reseña del libro, sino un seguimiento del cine en esas cartas: una lectura de cinéfilo, ordenadas anotaciones de lo extraído aquí y allá que demuestran la atracción e interés que los cuatro autores compartían por el cine. Por ejemplo:

En octubre de 1965 Gabriel García Márquez le escribe a Carlos Fuentes: “Éxito en las exhibiciones privadas de Tiempo de morir. Yo veía el cine desde un punto muy lejano, hasta que Mercedes, muy compungida, me informó que al cabo de 400 cuartillas de novela (Cien años de soledad) estábamos debiendo 21 mil pesos”.

En diciembre le dirá a Fuentes: “He tenido que cederle media jornada a las necesidades cotidianas y algunos proyectos de cine para comer el año próximo”.

En enero de 1966 García Márquez, en su primera comunicación directa, le escribe a Mario Vargas Llosa: “El productor de cine Antonio Matouk está entusiasmado con hacer La ciudad y los perros dirigida por Luis Alcoriza” y le pregunta por los derechos para cine”.

Viene en las páginas 5 y 6.

III.

Dos libros sobre Carlos Giménez (1946-1993), el polifacético hombre de teatro nacido en Argentina que emigró a Venezuela todavía joven, ha publicado la escritora y productora teatral Viviana Marcela Iriart (1958), argentina-venezolana que trabajó con Giménez. Por años Iriart se ha dedicado a la investigación y recopilación de documentos hemerográficos y de otro tipo, testimonios y material visual de distinto origen. Carlos Giménez, el genio irreverente ¡Bravo, Carlos Giménez!, no son biografías ni ensayos, sino ensamblajes, secuencia de piezas para recordar el incansable hacer de Giménez. Iriart desgrana un detallado recuento de las tantas realizaciones de Giménez en lo teatral, lo cultural y lo institucional, una vez que, llegado a Venezuela, sucede un hecho de enormes consecuencias para él y para el teatro en Venezuela: su afortunado encuentro con María Teresa Castillo. Páginas 7 y 8.

IV.

Se titula Panoramas sonoros del paisaje cubano en relatos de viaje y otras historias del siglo XIX. Creo que puede decirse, un capítulo más en la producción de la investigadora venezolana Luciana Kube Tamayo, estudiosa de la sonoridad en el hecho literario:

“Ya en el siglo XVIII la búsqueda por una civilización mejor que la que teníamos y el deseo de un rejuvenecimiento social llevó a menudo a los viajeros a buscar todo ello en islas tropicales. La reevaluación romántica de la naturaleza se representa en la glorificación de las montañas tanto en la literatura como en las expresiones de la cultura popular, y eso es algo que se ve en la actitud frente a las sierras y montes de Cuba. En la pintura también se observa este fenómeno, que para Jorge Duany incluye en estas “representaciones visuales de lugares cargados de simbolismo, como lo son bosques, ríos y montañas”. Si bien pudiera pensarse en los viajeros como simples observadores externos, ajenos, no siempre el viajero es tan ajeno ni tan externo a la realidad a la que se enfrenta. Muchas de estas personas son humanistas, gente con un objetivo específico para narrar la realidad, pero también con una profunda sensibilidad”.

V.

No agrego más, estimados lectores.