Así fueron las cosas: Julio se bajó de su Fafner y me tendió la mano para presentarse: «Julio Cortázar», dijo, y le contesté que lo sabía, y le quise presentar a mi mujer, pero dormía. «¿No serás el fantasma de las literaturas pasadas?», le pregunté a bocajarro
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural y de Literatura Panameña [email protected]

Reseña por: Pedro Crenes Castro

¿Qué puede más que la literatura para encontrarnos con nuestros ídolos-escritores ausentes? Nada, nada puede más. Pedro Crenes lo demuestra
Anoche vino Julio a visitarme
Así fueron las cosas: Julio se bajó de su Fafner y me tendió la mano para presentarse: «Julio Cortázar», dijo, y le contesté que lo sabía, y le quise presentar a mi mujer, pero dormía. «¿No serás el fantasma de las literaturas pasadas?», le pregunté a bocajarro, y me dijo que la Navidad no había llegado todavía, y que aquel artículo sobre Dickens tenía que haberlo escrito mejor, pero que no, que él no era ningún fantasma, «que los hay», agregó con su acento afrancesado, y que él ya no celebraba literaturas.
En su Fafner no había nada más que un montón de libros. «Tenés que descargarlos todos», le pregunté que si quería tomar algo antes, «luego, descargá los libros». Subí al Fafner y había una montaña de ellos. El corazón me latía rápido, y corría el riesgo de despertar a mi mujer, a la que recordaba dormida a mi lado, pero que ahora ya no estaba: sólo veía libros y más libros.
Comencé a descargarlos a puñados, a tirarlos sin mirar los títulos, pero siempre miraba, «La invención de Morel», «El túnel», «Los miserables», «El Quijote», «Lolita», y yo seguía sacando libros como loco, sudaba, los empujaba con las manos, luego los pateaba hacia afuera, pero no dejaba de estar lleno el Fafner, y Julio me dijo «Sísifo», y yo temblé porque le contesté «dime», y por un segundo pensé que me encontraba atrapado en la mitología más vulgar y moderna que imita a los griegos.
«Tengo que recoger a un tal Lucas por la carretera rumbo a la ciudad de Luz», me dijo, «date prisa», y yo me la daba, pero nada, imposible. «Julio, ayúdame que no puedo yo solo», y se rió, me dijo que lo dejara, que ya metería al tal Lucas donde pudiera.
Bajé del Fafner y me pidió que le prestara un disco de Charlie Parker para el camino, y le pregunté departe de Manuel Vilas que por qué no llamaba por su nombre a Charlie en El perseguidor. «Por miedo a alcanzarle», contestó, «no habría sabido que decirle», y me di cuenta de que se lo estaba inventando y que no hablaba en serio. Le di el disco y le pedí que me dejara en mi casa antes de ir a recoger al tal Lucas: «no da tiempo, sentate en la acera a esperar».
Cuando desperté con el claxon de Julio que se despedía, mi mujer estaba sentada allí, en la penumbra, riéndose. «Estabas escarbando o qué», preguntó, «me despertaste con tus movimientos raros».
Le dije que Cortázar me había pedido que le descargara unos libros del Fafner, y me dijo muy seria que dejara de leer tanto, que esa tarde un Cronopio se había colado en casa y que no supo que explicarle a la vecina del tercero, que había ido para tomar café y se llevó un susto de muerte.
Me reí de la vecina y desperté en la oscuridad de mi noche de verdad. A mi lado mi mujer dormía tranquila y me senté en la cama para anotar el sueño. Me levanté, y la verdad es que no fue extraño verlo allí: el libro de cuentos de Cortázar abierto por El perseguidor. Fui al mueble de los cedés y busqué el de Charlie Parker: efectivamente, no lo encontré.
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña | [email protected]

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año