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Después de una dura semana de trabajo, nada mejor que arrancar el fin de semana con el “viernes cultural”, esa reunión de amigos en las esquinas del barrio presagiando ya el descanso y la fiesta. Esta sección pretende hacer eso, arrancar nuestro fin de semana desde esta esquina virtual con cuentos y poemas de autores panameños para que los conozcan y los disfruten. Así que, ¡feliz fin de semana!, con sabor a literatura panameña de la buena.

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]

Dos cuentos de Juan Antonio Gómez

Juan Antonio Gómez


Juan Antonio Gómez (Chiriquí, Panamá, 1956), ha escrito novela, cuento y teatro. Ha ganado varios premios nacionales y es autor de una obra vigente, de mirada histórica y de una muy trabajada capacidad para entrever en lo cotidiano las aristas recurrentes de la idiosincrasia panameña. Su novela corta, La novela de Remón, es un muy claro ejemplo de su capacidad narrativa. Ha publicado también, El escritor de ficciones y Cuenta Saldada, además de varios ensayos literarios.

El escritor de ficciones

Generalmente escribo de noche, cuando ya la vecina ha cerrado su ventana y no puede turbarme el verla pasar constantemente en bata o en ropa interior. Y también los niños del otro edificio han suspendido sus juegos, con los que producen un ajetreo infernal que despierta a mi gato, quien entonces se acomoda junto a la ventana para esperar el amanecer, que desde allí es espectacular. En días pasados pensé a escribir una ficción sobre mi gato. Lo seguiría y lo lanzaría por la ventana para ver y oír cómo se estrellaba contra las losas del patio. He pensado en el enorme ruido que hará un ratón al estrellarse y en el ruido casi imperceptible que hará un gato. Es hasta posible que resbale o rebote si cae en cuatro patas y lo tenga otra vez de vuelta en mi cuarto. Los vecinos me han dicho que a un gato nunca se le puede hacer caer de espalda, máxime si la altura es como la de mi ventana; y eso me ha detenido en mi intento. Días atrás le comenté que aún veía muchos ratones en el cuarto y en un maullido me dijo: «Paciencia». Pasaron varios días y la cantidad de ratones seguía en aumento. Volví a indagarle y me dijo: «Tú tienes la culpa». Compré productos enlatados y lo que sobraba lo tiraba al patio. Los ratones se bañaban en el agua, hacían acrobacias en las paredes y los trastes y correteaban por el cuarto. ¿Y ahora qué pasa? —le pregunté ya cansado. «Estoy fuera de condiciones, me falta agilidad. Consígueme algo conque entretenerme». Le conseguí una gata. A los pocos meses docenas de gatitos y ratones corrían por el cuarto en fraternal algarabía.

En la ficción que pienso escribir ahora, un asesino espera, delante de la puerta, que las víctimas salgan.

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La entrega de solicitudes

Hicimos una larga fila. Éramos alrededor de mil quinientos solicitantes. Sabíamos que las plazas disponibles solo eran quinientas. Por un altoparlante una voz muy modulada repetía oportunamente que recordáramos que los escogidos no serían aquellos que entregaran primero, sino los más aptos.

La capacidad de atención de las secretarias —tres en total— era de doscientos solicitantes por día. Yo había llegado la víspera del primer día, en que según anunciaba el periódico se empezarían a recibir las solicitudes debidamente llenas… Llegué a las cinco de la tarde y pensé que con toda seguridad me tocaría el primer lugar, pero ya la fila había empezado. Me tocó el número mil cien. A la medianoche, según los rumores, ya la fila había llegado a los dos mil. Para las siete de la mañana, según los expertos, el número de solicitudes habría rebasado los cinco mil.

Fue necesario movilizar tropas de la policía para reducir el número de solicitantes, de diez mil a tres mil. El conteo se tuvo que hacer diez veces, porque en cuatro ocasiones el solicitante tres mil uno quedó dentro y en seis ocasiones quedó fuera de los tres mil. Se decidió democráticamente, y como seis veces quedó fuera de los tres mil se le obligó, junto con los otros siete mil solicitantes, a desalojar las calles, no sin antes prometerle que si había algún error se le llamaría de inmediato. La secretaria del Jefe de Conteo le tomó los datos. Y el Jefe de Conteo en persona vino hasta la fila y le dio una palmadita en el hombro y le sugirió que dentro de unos quince días se diera una vuelta, que quizás viendo su interés el Jefe de Recibo podría ayudarlo.

Al segundo día la mayor parte de nosotros estábamos fatigados. La fila empezó entonces a hacerse más larga porque la mayoría —por no decir todos— empezamos a extender las camas-canapés que nos traían nuestros familiares. La voz del altoparlante empezó ahora a repetir: «No todo está perdido». Así que algunos solicitamos fogones de carbón; otros, reverberos y empezamos a preparar meriendas. Por la mañana y en la noche intercambiábamos los alimentos con los compañeros más cercanos de la fila. Unos cambiaban patacones por carne. Otros, tortillas por café. Y los de mejor situación, vino por cerveza.

            El sexto día fui despachado. Y tranquilo, como los otros, me dirigí a mi casa a esperar a que posiblemente dentro de un mes me llamaran para decirme que había sido elegido.

A los dos meses me llamaron para decirme que había cometido un error al llenar mi solicitud y que pasará por la oficina del Ministerio para llenar otra.


Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña:

Pedro Crenes Castro
[email protected]
(Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.