Los documentos personales de Julio Zachrisson, que hoy forman parte de las colecciones de la Biblioteca Nacional de Panamá aportaron valiosos detalles al recién proyectado documental El Brujo, de Julio Zachrisson, una producción de Cine Animal
Por: Dayana L. Rivas Ch.
Dayana L. Rivas Ch. es periodista y miembro del equipo de Comunicación de la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero
Julio Zachrisson es un contador de historias. Lo hizo por medio de sus grabados, de sus pinturas y de sus esculturas. Y si se le hubiese ocurrido incurrir en el oficio de narrador oral, seguro también hubiera tenido éxito.
Su voz grave y pausada, de un tono claro y acogedor, tal y como se le escucha en el documental El Brujo, producido por Cine Animal, lo constatan. Este material tuvo su preestreno el 8 de julio de este año. Según sus realizadores, se eligió esa fecha porque el ocho es eterno, como Julio.
Luego se volvió a proyectar en la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero R., como parte de las actividades de su 82° aniversario, porque ahí reposa un pedazo de esa eternidad de Zachrisson. Hace unos meses, la familia del artista hizo llegar su archivo personal, repleto de elementos valiosos que dan detalle de su trayectoria. Ese fondo documental fue clave para complementar el trabajo que ya venían haciendo los productores.
El filme de 80 minutos inicia con escenas que explican cómo Félix “Trillo” Guardia contactó por primera vez a Julio Zachrisson vía telefónica hasta España. Trillo se presenta como el nieto de Josefina, quien tenía una obra del artista en la sala de su casa. Esa imagen siempre le llamó la atención al hoy cineasta y, en sus conversaciones familiares, un día recibió esta descripción acerca del autor: “Es un panameño que vive en España y está todo loco”.
Viendo ese cuadro que le parecía una cosa fea, llena de figuras grotescas, escandalosas, extrañas, pero con tanto detalle y expresión, en Trillo creció la idea de hacer una película con base en los grabados del artista.
A partir de esa primera llamada a Zachrisson, los creadores audiovisuales recibieron la invitación para irlo a visitar a su residencia en el barrio de Ventas en Madrid. De esa primera invitación surgieron unas siete visitas, en las que se organizaban para pasar algunas horas junto a él y su esposa Marisé Torrente.
En esos encuentros, estos jóvenes fueron recopilando horas y horas de historias contadas por la voz del propio pintor. Las descripciones de sus trabajos eran mucho más de lo que se compila en un catálogo de arte. Cada obra de arte dibujada por su voz tomaba forma de un cuento, lo mismo que los fragmentos de su vida.
Para algunos de los que tuvieron la oportunidad de ver el documental, ya la Tulivieja no volverá a ser la misma después de apreciarla pintada y narrada por él. La entonación de Julio se convirtió en parte del sincretismo que rodea la leyenda y, por ende, del propio arte producido por sus manos.
El rol de anófeles en la defensa de la identidad y riqueza de nuestras tierras, con seguridad, trascenderá el lienzo y el relato dicho por el maestro zumbará con fuerza en la memoria cuando se vuelva a pensar en la historia nacional.
Estos son algunos de los detalles que refleja el filme, que lleva un tono íntimo y cálido, en el que el artista narra sus primeros años en Panamá, su ascendencia, infancia y decisiones de juventud, cuando emprendió la aventura de recorrer varios países para lograr concretar su carrera. En esos andares descubrió el grabado, técnica por la que es más conocido.
El material captado por las cámaras acerca a los espectadores al creador y su entorno. Transporta a los pasillos y habitaciones de ese apartamento en Madrid. Coloca al receptor entre los cineastas, Zachrisson y Marisé. Los sienta en una esquina de cada espacio y los ubica como testigos, para los que lo conocieron de cerca, de lo ya sabido, y para quienes no tuvieron esa oportunidad les es revelada la esencia de ese “panameño todo loco” que un día salió de Panamá y fortaleció su capacidad de plasmar nuestras identidades, luchas y matices.
En las entrevistas utilizadas para enriquecer la película se evidencia el conocimiento y la preocupación del grabador, pintor y escultor por los asuntos de interés nacional y por la cultura universal. Estas inquietudes nutrieron su genio creativo, dando lugar a obras que no solo se admiran, sino que educan.
Además, el filme es una evidencia de que, a pesar de todos los años fuera de su país, Julio mantuvo su acento panameño. Quizás tuvo que esforzarse por cultivar la autenticidad de su estilo, pero en cada toma captada su forma y gestos siempre sonaron a la ciudad de Panamá.
Tomás Cortés, director, y Trillo, productor, expresaron que esperan que este documental sirva como material de estudio y vehículo para acercar a nuevas generaciones a la obra de Zachrisson.
Cortés y Guardia esperan que El Brujo pueda proyectarse en festivales nacionales e internacionales.
Por: Dayana L. Rivas Ch.