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Por: Dra. Marta Illueca

La autora es médica pediatra e investigadora científica. Este artículo fue publicado de manera original en el diario La Prensa de Panamá, sección Opinión del 12 de marzo 2023

Sean mis primeras palabras para agradecer a los que amigablemente han seguido mis escritos en este espacio el último par de años. Los que conocen mis entregas literarias saben de mi empeño en ceñirme a un estilo responsable y científico para referirme a temas relativos a la pandemia y a la salud del público. Bastante me he dirigido al grueso del público invocando el sentido común y la nobleza de cada uno.

Por ende, me atrevo a decir que una de las consecuencias más temibles de la pandemia por el coronavirus ha sido la infodemia, esa cadena interminable de mentiras y falsas noticias que se han diseminado por las redes sociales en forma global y sin ningún control regulatorio o legal por parte de las autoridades pertinentes de cada país.

Hay dos grandes categorías de desinformación con las que tenemos que enfrentarnos. Las mentiras francas y los falsos testimonios, estos últimos basados en principios científicos pero tergiversados o alterados para manipular el entendimiento de aquellos que de buena fe intentan ilustrarse o educarse en salud para protegerse o proteger a sus seres queridos. Hoy me voy a ceñir en recalcar las principales tergiversaciones que adolecen en nuestro medio.

En primer lugar, el mito de que la pandemia nunca ocurrió. 

Este punto es tan absurdo e inverosímil que es fácil desintegrarlo, pero difícil para inculcar sensatez en aquellos que lo creen. Desmentir la realidad de la pandemia, es negar al devastación causada en casi 700 millones de casos y casi siete millones de muertes en el mundo. Para aquellos que insisten en diseminar esta falacia, los refiero a que se comuniquen con las familias que han perdido seres queridos en manos de la COVID-19, y que no vieron los cerros de cadáveres que no cabían en las morgues y que no derramaron ni una sola lágrima por las victimas que murieron en esa desgarradora realidad de ahogarse sin aire sin tener a su lado a seres queridos a la hora de su muerte.

En segundo lugar, hay quienes insisten en desinformar sobre la naturaleza y beneficios de las vacunas contra la COVID.

A la fecha, las estadísticas de la Alianza Gavi para la Vacunación estiman que las vacunas contra la COVID-19 han salvado unos 20 millones de vidas en todo el mundo.

Y a pesar de que toda vacuna o medicina puede tener efectos adversos, las vacunas anti-COVID han salvado vidas a granel y producido un ínfimo porcentaje de efectos adversos que no pueden competir con los efectos beneficiosos tabulados por organismos responsables  como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Administración de drogas y alimentos de los EE.UU. (FDA por sus siglas en inglés).

Tercero, las falacias que circulan sobre los efectos de los refuerzos actualizados, y bivalentes de las vacunas no tienen base cientifíca. Especialmente, podemos compartir las buenas nuevas de que, hasta el presente, la nueva versión del refuerzo bivalente hasta la fecha, con estadísticas de la Academia Americana de Pediatría (AAP), demuestran que NO ha habido casos de miocarditis ni muertes asociadas al nuevo refuerzo entre la población pediátrica de 5 a 11 años de edad.

El proyecto SOMA (Social Observatory for Disinformation and Social Media Analysis), financiado con fondos de la Unión Europea, tiene como objetivo “arrojar luz sobre la dinámica de las redes sociales y la relación entre estas y otros sectores”.

Este proyecto puntualiza seis dimensiones relacionadas con la transparencia y la confiabilidad de los mensajes mediáticos: titular, autor, fuentes, contenidos, redacción y publicidad. Queda entonces en nuestras manos hacer un análisis cuidadoso de las noticias que recibimos en nuestras redes sociales.

Tengamos mucho cuidado antes de dar eco a las personas que publican audios y videos anónimos que el público automáticamente comparte, sin hacer su tarea responsable de verificar su fuente. Estamos venciendo poco a poco al coronavirus, pero no debemos perder terreno con un virus más agresivo y dañino, el virus de la desinformación.

He titulado este escrito, el “octavo mandamiento” porque me baso en la tradición bíblica y también, la cinematográfica (recuerden la película “Los 10 mandamientos”) para recordar el texto de dicho principio, el cual aplica para cualquier tradición filosófica:

“No levantar falso testimonio, ni mentir”.

Es precisamente, este principio, aplicable a toda sociedad que se autodenomina civilizada y pacífica, el cual nos invita a basar nuestra filosofía de vida en la honestidad y la verdad.

Por eso me apoyo en la tradición histórica y familiar de nuestra sociedad panameña para invitar el diálogo y el intercambio cultural en nuestro medio para preservar la verdad científica y la realidad global de esta pandemia. Debemos unirnos y rechazar el espíritu dañino de la desinformación, y destacar en forma sólida, las bases firmes de la verdad y la ciencia que son las puertas abiertas al progreso y a la preservación de nuestra humanidad.

Por: Dra. Marta Illueca