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Ilustración: Pedro Crenes

Juan Pablo Villalobos, decía, en una entrevista en 2017, lo que entre nosotros, aquí, en Panamá, de espaldas a la lectura de buenos libros y a su escritura, venimos haciendo: «estamos optando por la indiferencia, paso previo al silencio, a la autocensura»

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]

El país de las últimas cosas

Reseña por: Pedro Crenes Castro


Vivimos, aunque invoquemos esperanzas, en el país de las últimas cosas, donde escribir o «contar» otro relato es cada vez más un problema

El país de las últimas cosas

Leer es un acto de rebeldía en días como estos, es casi un acto político (por mucho que uno se niegue), y las palabras de cada cuento, poema o ensayo parecen interpretar la realidad en la que nos encontramos. Leer es un molesto recuerdo de cómo hemos llegado hasta aquí, y de la fragilidad del relato. Hemos experimentado en estas últimas semanas la posibilidad de que alguien venga a decirnos que lo que hemos vivido y vivimos no es así, que debes cambiar de relato, que ellos, los de las nuevas historias, sí que saben qué te conviene.

Paul Auster, escribió El país de las últimas cosas en 1987, y se publicó en español en 1994. Releo la novela repasando mis anotaciones de hace veinte años: todo parece escrito para nuestra circunstancia actual, hasta el título, que no he podido resistir ponerlo en este artículo. Estoy de acuerdo con lo que dijo Marcelo Cohen, en La Vanguardia, que se cita en la contraportada: «Una novela donde la literatura recupera su fuerza de sacrilegio. El País de las últimas cosas hace historia de lo que la metrópolis había prohibido narrar: la miseria».

Cito solo una frase de Paul Auster:

« —No sé de qué está hablando y se puede meter en problemas si va por ahí divulgando ese tipo de necedades. Al gobierno no le gusta que la gente invente historias, es malo para la moral».

«Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia, sino una vergüenza nacional», dice mi maestro Jorge Ibargüengoitia, mexicano, y al que no le aguantaríamos ninguna de sus novelas u obras de teatro, que van directo a la mandíbula de los que se toman demasiado en serio a sí mismos, que se esconden tras los viejos relatos y poemas que celebran victorias y amargas derrotas para no hacer nada más que ladrarle como chihuahuas a nuestra circunstancia. Y yo suscribo la frase, que interpreta la de Auster, para ponernos en sintonía: hace falta narrar la miseria, la miseria moral.

Otro mexicano, Juan Pablo Villalobos, decía, en una entrevista en 2017, lo que entre nosotros, aquí, en Panamá, de espaldas a la lectura de buenos libros y a su escritura, venimos haciendo: «estamos optando por la indiferencia, paso previo al silencio, a la autocensura», y no le falta razón al novelista: si a lo que nos está ocurriendo con «el relato» le ponemos un asterisco como si fuese una nota al pie, y escribiéramos esta frase, todo sería perfectamente comprensible, ya se sabe, «El sueño de la razón produce monstruos», dijo Goya, y yo agrego: «y el silencio los alimenta».

En Fahrenheit 451, Ray Bradbury nos advertía que «El público ha dejado de leer por propia iniciativa»: los bomberos incendiarios de la novela serían solo un instrumento más para la desaparición de los libros, ya en el público se albergaba el germen de la no lectura. Esa espalda dada a nuestra historia, a nuestro relato, es lo que de alguna forma se encuentra bajo los hechos que hemos visto en estos días: alguien que no conoces, ni conoce tu historia, viene a decirte que lo que has vivido no es así, y te sirve otra historia.

Vivimos, aunque invoquemos esperanzas, en el país de las últimas cosas, donde escribir o «contar» otro relato es cada vez más un problema, y no solo por el «gobierno», como en la cita de Auster, sino por la mayoría de los que duermen, que no quieren que les despierten ni les digan que «el rey está desnudo».


Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña | [email protected]

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.