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Tomado del libro Pioneras de la ciencia en Panamá

Por: Vannie Arrocha | Periodista y escritora

La vida y obra de Lidia Sogandares fue expuesta por Vannie Arrocha durante el VII Congreso Panamericano de Historia de la Medicina y I Congreso Panameño de Historia de la Medicina en la Universidad de Panamá. La expositora es periodista. Autora del libro La Doctora y coautora de Pelaítas de ciencias y Pioneras de la ciencia en Panamá

En una época en que la sociedad panameña limitaba a la mujer a ser hija, esposa y madre, Lidia se convirtió en médica y optó por dedicarse a su carrera. ¿Cómo logra esta hazaña? Tuvo una red de mujeres que la apoyaron en su camino.  

Lidia Rivera Beluche (1886-1960), madre de Lidia Sogandares, fue probablemente la primera persona en dimensionar la capacidad intelectual que poseía su hija. De allí, que le ofreciera a su hija un apoyo incondicional desde su adolescencia e hiciera todo lo posible para que entrara a estudiar al mejor colegio de la época, me refiero al Instituto Nacional. Además de ser la responsable de conseguir matricular a Lidia hija en el Instituto Nacional, con las suturas que hacía en casa y en el pueblo inspiró a su hija a tomar el camino de la medicina.

La maestra Tomasita Casís. Lidia Gertrudis Sogandares Rivera nació el 17 de octubre de 1907 en Isla Taboga. Comenzó sus estudios primarios en la isla, pero al mudarse su familia a la capital los continuó en la Escuela de Niñas de Santa Ana #2. La maestra Tomasita Casís tenía ocho años dirigiendo esa escuela y había convertido al pato en cisne. La pequeña matrícula, que denotaba poco interés de los padres de familia en la educación de sus hijas, fue contraatacada por visitas de la maestra, de puerta en puerta, explicando los beneficios de saber leer y escribir. Con su liderazgo, este centro primario fue un piloto de enseñanza y un ganador de concursos. En ese sistema que alentaba a las niñas a florecer y competir, Tula recibió su educación básica inicial.

Esther Neira de Calvo. Lidia estudió en el Instituto Nacional, colegio más prestigioso de la época,  y se graduó con el primer puesto de honor.

Quería estudiar medicina pero era una carrera que no existía en Panamá.

En el prólogo del libro La Doctora – Lidia Sogandares, la historiadora Yolanda Marco, analiza que, “en Panamá, a comienzos del siglo XX, pese a que los cuidados de la salud de la mayoría de la población estaban a cargo de las mujeres en el seno de las familias (utilizando los remedios tradicionales de sanación basados en la experiencia y transmitidos de generación en generación), los centros de estudios de medicina no estuvieron a su alcance por mucho tiempo.

En 1928, el intento de creación de la Universidad Bolivariana, en la que debía existir una Escuela de Medicina, fracasó y el edificio que la iba a acoger le fue ofrecido al Instituto Gorgas por el Gobierno Nacional. Aunque es cierto que la tardía creación de la Escuela de Medicina en los predios de la Universidad de Panamá en 1951 impactaría tanto a los hombres como a las mujeres, los hombres tuvieron la posibilidad de acceder a becas del Estado para estudiar en el exterior, mientras que las mujeres no fueron beneficiadas con esas medidas.

Además, los estereotipos de género y la falta de referentes femeninas en la medicina hacían muy difícil que una mujer pudiera soñar con dedicarse a la profesión médica”.

Añade Marco que “Lidia Sogandares fue una afortunada excepción porque obtuvo una beca que le permitió estudiar en Estados Unidos. Y justamente esa excepcionalidad nos hace cobrar conciencia de cómo las organizaciones feministas incidieron en la historia de muchas mujeres y en sus sociedades, porque la de Lidia fue una beca conseguida por Esther Neira de Calvo, la líder feminista de la Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer, gracias a sus relaciones con el movimiento feminista estadounidense. De no haber sido por Esther Neira y sus vínculos con el movimiento feminista estadounidense quizás la historia de Lidia hubiera sido muy diferente”.

Lidia estudió la licenciatura en artes con especialización en química en el Colegio Santa Teresa de Winona, Minnesota, Estados Unidos. Y realizó sus estudios en medicina en la Universidad de Arkansas Little Rock e hizo un internado en el Women’s Hospital of Philadelphia.   

Catharine Macfarlane. El Women’s Hospital of Philadelphia era una gran experiencia para cualquier médica recién graduada, pues era un prestigioso nosocomio de especialidades donde todos los médicos eran mujeres.

Tula consiguió cupo para hacer internado y residencia, gracias a la recomendación del doctor Herbert C. Clark, director en ese entonces del Laboratorio Conmemorativo Gorgas, a quien conoció cuando regresaba por vacaciones a su país. Durante estas breves estancias en Panamá, Lidia buscaba pasantías en el Laboratorio Gorgas, en el Hospital Santo Tomás y en el Hospital Panamá.   

La práctica profesional, que dio inicio el 1 de julio de 1934, se extendía por un periodo de doce meses.

Fue una época de aprendizaje y gratificantes experiencias para Tula: “Ahí fue donde recibí grandes inspiraciones y donde me dieron oportunidades de toda clase, sin cortapisas ni recelos, hasta llegar a ser primer asistente en el salón de operaciones. Todos los médicos fueron excelentes compañeras mías y recuerdo con especial cariño a la profesora de Ginecología”.  

La doctora que dejó huella en Tula fue la profesora de ginecología, la médica Catharine Macfarlane, pionera en el campo de la investigación y detección del cáncer de útero y de mamas. Tula mencionó en una entrevista que la profesora de ginecología la invitaba a su palco en el teatro y a otras actividades que la ayudaban a disipar la nostalgia por su tierra.

Regresar a Panamá como la primera médica y ginecóloga tuvo su costo: El peso de ser la primera. Ser pionera en la medicina no fue sencillo. El foco estaba puesto sobre ella.

Octavio Méndez Pereira, quien era una respetada eminencia, le dice a la joven médica que tenía que demostrar que la mujer panameña tenía capacidad para la medicina. Su jefe, el doctor Gaspar Arosemena, pensó que ella no resistiría el trabajo. Ante tanta presión, Sogandares llegó a decir: “No he actuado nunca como una mujer, sino como un médico”. Qué quiso decir ella con esa expresión, se los dejo para su reflexión.

Cuando celebró sus 25 años de servicio, en 1959, Lidia expresó: “Si yo hubiese fracasado, las puertas se le hubiesen cerrado a otras mujeres por largo tiempo”.  

Antes de terminar, quisiera hablarles de dos temas importantes para esta doctora: el embarazo en la adolescencia y la paternidad no responsable.

Les comparto la siguiente entrevista publicada en la revista Épocas de junio de 1949, donde la doctora Sogandares expresó: “Tenemos un buen Salón de Operaciones pero las Salas de Caridad son sumamente estrechas para los muchos casos que hay que atender.

Antes eran solamente unos 50 partos al mes, ahora pasan de 400. [Es un] triste cuadro de innumerables madres acostadas en colchones esparcidos por el suelo, en los corredores, en cualquier rincón disponible. Y, ¡que se hace! No podemos despacharlas para que den a luz en sus hogares, si es que así se puede llamar al cuartucho donde vive aglomerada una familia entera.

A las 24 horas de nacido el niño, todavía con peligro de hemorragia, tenemos que devolverlas a su casa. Con el alma oprimida y el corazón hecho un trapo tenemos que hacerlo, pues hay que disponer del reducido espacio donde yace su cuerpo, para que lo ocupe otra pobre que lo necesita con mayor urgencia.

Panamá está a la zaga en esto de la protección a la Maternidad. Y es más angustiosa aún la situación de las madres de hijos ilegítimos. Es muy común el caso de mujeres que no han pasado de los veinte años y ya tienen tres o cuatro ‘hijos sin padre’.

Los hombres que las seducen, apenas se dan cuenta que van a ser madres, las abandonan en el mayor desamparo. Para estas mujeres la maternidad no es el mas alto y noble de los estados, sino un estigma que las coloca automáticamente en el arroyo. (…) Ciertamente que la maternidad para ellas no tiene nada de placentero ni agradable, es sencillamente una tragedia. Da lástima verlas acabadas, envejecidas en plena juventud”.

Por: Vannie Arrocha | Periodista y escritora