Narrador, pintor, diplomático y gestor cultural, Oswaldo Trejo (1924-1996) fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura en 1988
Por: Nelson Rivera, director del Papel Literario
Amigos lectores:
I.
En un intercambio de correos a comienzos de año, Luis Barrera Linares me recordó el centenario del nacimiento de Oswaldo Trejo (1924-1996), y me habló de Trece Trejos, libro inédito compilado por Violeta Rojo, quien generosamente lo puso a disposición de este dossier. Libro revelador, polivalente, organizado con buen criterio: ojalá que pronto encuentre la casa editorial que merece. Trae textos de José Ramón Medina, Alfredo Chacón, Alcides Villalba, Julio Ortega, Óscar Rodríguez Ortiz, María Elena Ramos, Adolfo Castañón, Luis Barrera Linares, Rafael Arráiz Lucca, Violeta Rojo, Patricia Guzmán Bajares, Lourdes Sifontes Greco y Eduardo Morreo. De pocas compilaciones puede decirse: hay consistencia, ejercicio crítico, recuerdo del amigo en sus diversos quehaceres, gratitud. Del dossier que ofrecemos hoy -cuya lectura entera recomiendo sin titubeos-, tres de los seis textos que lo componen -los de José Ramón Medina (un poema), Julio Ortega (la entrevista a Trejo) y Adolfo Castañón (un ensayo breve)-, provienen del inédito Trece Trejos.
II.
Páginas 1 y 2: Lourdes Sifontes Greco escribe Esa ciudad querida llamada Oswaldo Trejo, en el confluyen lo biográfico y lo literario, lo inmediato y lo revelado: “Te vi por primera vez en Calicanto, hogar de la también querida y recordada Antonia Palacios, en alguna de mis primeras sesiones en el taller. Yo no reunía dos décadas de vida. Nunca había imaginado que te conocería y por un buen rato pensé que todo eso era un sueño. Tu elegancia, tu sencillez, tu agudeza, tu Volkswagen, tu trato gentil y cercano. En la conversación eras tan risueño como serio, tan cándido como malicioso. Ibas de lo transparente a lo enigmático en cuestión de segundos (y a veces en una desconcertante simultaneidad), con una naturalidad nada corriente. Después hubo otros encuentros, otras casas (también la tuya), otros rostros queridos (varios de ellos, como tú, ya ausentes). Y esas mesas de Sabana Grande en las que todavía, al pasar, busco tu mirada”.
III.
El poema de José Ramón Medina -está en la página 2, Tres estaciones para recordar a Oswaldo Trejo, arranca así: “Amigo mío: /Estese usted tranquilo /a la orilla de ese río /profundo, /donde acampa, matinal, /distante de tanta furia /amarga que nos llena /la mañana, /estese usted tranquilo”. Y sigue.
IV.
“Me pregunto entonces por el motivo para que nos hayamos quedado sin una autobiografía de Oswaldo Trejo. Gracias a la gentileza del autor, apenas llegué a leer uno de los famosos cuadernos de su diario. Solo con esa referencia y por las diversas conversaciones informales que sostuve con él, puedo afirmar que esa autobiografía hubiera constituido un caudal infinito de expresiones de parodia, humor e ironía: narraba su vida con la pericia y gracia de un auténtico juglar. Si algo admiro en los escritores, es precisamente la posibilidad de la parodia, la ironía y el humor libre de ataduras socioestéticas y de prejuicios que suelen emparentar lo literario con lo formal, lo serio, lo rígido, lo rebuscado y (a veces solamente) lo sublime, cuando no lo aburrido”. Se trata de un fragmento de Hipertrejos, el ensayo de Luis Barrera Linares que se despliega en las páginas 3 y 4.
V.
El ensayo de Oscar Rodríguez Ortiz, páginas 5 y 6, pertenece a su recopilación Hacer tiempos (Fondo Editorial Fundarte, 1995). Dice en Trejo escondido en las palabras: “Los esfuerzos de la crítica por meterlo dentro de la historia literaria del país, intentos de analogía, han señalado que a fines de los cuarenta se incorporó a las renovaciones buscadas por el grupo Contrapunto. Trejo sostiene sin embargo que él llegó de último y más bien fue una especie de discípulo que protagonista: estaba al lado, no en el corazón del asunto, al igual que le ocurrió con experiencia de pintor. Quizá siempre ha trabajado al margen, paralelamente, al borde, en la proximidad, sin encontrarse por completo en medio de lo estéticamente definido. Indefiniciones que, provenientes del exterior, han acabado por dar a sus narraciones ese aire único, que procede de lo interno. Lecturas internacionales y “modernas” que propagaba el joven maestro Mariño Palacio. Acaso de allí saldría la tradición contemporánea del cuento venezolano enredadísimo”.
VI.
A continuación, páginas 7 y 8, la apreciable entrevista que Julio Ortega le hizo a Trejo en 1994. A pesar de lo limitado del espacio, el crítico y ensayista peruano logra que la conversación resulte un elocuente anecdotario de la biografía literaria de Trejo: “Después conocí a Juan Liscano y, apenas hace dos años, en la Bienal Picón Salas, públicamente le di las gracias, porque yo era escritor por culpa de él, porque si él no hubiera publicado el cuento tal vez yo no me ocupo más de escribir ni a nada de esto. Guillermo Meneses escribió esa nota sorprendente sobre un nuevo escritor que había aparecido, de las intenciones de su escritura; y Sofía y Guillermo empiezan a preguntar quién es Oswaldo Trejo, dónde está Oswaldo Trejo, de dónde salió este escritor. Y llegan una tarde a Catia, a mi casa, frente a la plaza Pérez Bonalde, a buscarme. Allí nos hicimos amigos, me incorporé a la parranda de ellos, que ya era el Taller Libre de Arte, y fui presentado como se dice en la alta sociedad literaria de este país”.
VII.
El ensayo de Adolfo Castañón se titula La pregunta de Oswaldo Trejo. Del mismo, copio aquí este fragmento: “Quizá la obra de Oswaldo Trejo está por ser descubierta. Primero porque quizá hay que leerla con nuevos ojos y con nuevos oídos pues la literatura de Trejo está escrita –al igual que la de Joyce– para ser oída, mirada con el yunque y el martillo auricular. Y hay que leerla para divertirse: despedazándola a ella misma como ella despedaza al lenguaje en lugar de ritualizarla”. Parte superior de la página 8.
VIII.
Recordará el lector que estaba pendiente la publicación de la segunda parte del ensayo de Aníbal Romero, Borges: laberintos de la política -cuya primera parte publicamos la semana pasada-. Ocupa las páginas 9 a la 11, con las que cierra esta edición: “Borges, sostiene Sábato, no es lo suficientemente serio, no tiene una fe, su literatura no es profunda ni sombría y los artificios mentales y juegos fatuos abundan en sus cuentos y ensayos. ¿Es eso, de ser cierto, bueno o malo?, me pregunto. ¿Es la presencia o ausencia de esos rasgos el criterio definitorio de una gran literatura? ¿Cuáles son las raíces de estos planteamientos de Sábato y cuál es su sentido?”.
IX.
Anoto aquí que hace 81 años circuló la primera edición de El Nacional.
¿Puede creerse que aquel diario innovador, ansioso y con ínfulas, que se proponía modernizar el periodismo; que aglutinaba a un grupo de jóvenes de nervio y talento, viajaría por más de ocho décadas, atravesaría semejante ruta de tempestades, y que todavía hoy, después de veinte años sometido al acoso diario de un poder enorme y despiadado, sigue allí, haciendo su trabajo? ¿Puede creerse?
¿No es acaso uno, entre tantos milagros (venezolanos) de estos tiempos hostiles?
Mi palabra por El Nacional y por Miguel Henrique Otero.
Nelson Rivera, director del Papel Literario