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Ilustración: Pedro Crenes

La tristeza de las bibliografías no está en los libros de la lista, sino en la enrarecida mirada estética de los lectores, que embarcados en una aventura cultural poco atractiva, coleccionan lecturas en vez de hacerlas y disfrutarlas

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]

Reseña por: Pedro Crenes Castro


Yo aconsejaría, ante todo, la lectura y la lectura hedónica, la lectura del placer, no la triste lectura universitaria, hecha de referencias, de citas, de fichas. Jorge Luis Borges

La tristeza de las bibliografías

Borges siempre resulta eficiente como generador de contenido, sobre todo en el tema de la lectura. Su manidísimo lema, sentencia, cita, sobre que no se puede obligar a nadie a leer porque la lectura es una forma de la felicidad y la felicidad no se impone, va dando vueltas por las redes con su foto, y muchos se cobijan bajo la sentencia del argentino para excusar sus pocas lecturas o sus lecturas deficitarias.

En una muy interesante intervención, Borges dice lo siguiente (está grabado): «La lectura debe ser una de las formas de la felicidad. De modo que yo aconsejaría a esos posibles lectores de mi testamento (que no pienso escribir), yo les aconsejaría que leyeran mucho, que no se dejaran asustar por la reputación de los autores, que leyeran buscando la felicidad personal, un goce personal, es el único modo de leer, sino caemos en la tristeza de las bibliografías, de las citas, de fulano, luego un paréntesis, luego dos flechas separadas por un guion, y luego, por ejemplo, una lista de libros que han escrito… de críticos que han escrito sobre ese autor, y todo eso es una desdicha».

La lectura como alegría, como felicidad hedónica, no excluye nunca la lectura de buenos libros, no apunta a la búsqueda de libros facilones, ni pretende reinventar una lista de clásicos asequibles. La liberación borgeana está en el hecho de la desmitificación académica de ciertos libros para poder abordarlos con la alegría y la mirada lúdica y estética que se merecen. Tiene que haber una felicidad mínima al leer, por ejemplo El Quijote, tal y como lo explica Ignacio Padilla, por ejemplo: una cierto y cabal «bajado de los altares» de uno de los libros más importantes para todos.

Ricardo Piglia, que de leer y dar de leer sabía algo, decía hace años, en el programa argentino Los siete locos, (1993), que él «huye de la literatura escrita deliberadamente con sencillez, imaginando un público inferior al cual el escritor desde arriba le hace la concesión de escribirle un libro sencillo… tendríamos que decir entonces que este concepto de sencillez es un concepto de valor… después, una cierta noción de la simplificación: a veces suele circular la hipótesis de que es necesario simplificar los libros porque la gente ha dejado de leer y es necesario simplificarlos para que consigamos que los lectores regresen otra vez a la literatura, cosa que yo no comparto».

La tristeza de las bibliografías no está en los libros de la lista, sino en la enrarecida mirada estética de los lectores, que embarcados en una aventura cultural poco atractiva, coleccionan lecturas en vez de hacerlas y disfrutarlas (aquí cabe citar al divertido e insidioso Pierre Bayard, y su teoría de la «no lectura» en Cómo hablar de los libros que no se han leído), y se las toman como una suerte de estatus o de salvaguarda de la vergüenza de no haber leído, entre otros y para celebrar, el Ulises de James Joyce.

La felicidad lectora no nos exime de hacer buenas lecturas. Piglia ya señala el mal de nuestros días, la simplificación, prima hermana de la cancelación, por ir las dos hacia el mismo objetivo: destruir la memoria y el criterio a partes iguales. Quien no recuerda no puede tener criterio, y el criterio lo formamos bajo la consideración total de nuestra circunstancia: nunca resolveremos ninguno de nuestros retos tomándonos las partes por el todo, simplificando para engañarnos. Ya no preocupa sólo que cancelemos Lolita, de Vladimir Nabokov, preocupa que se simplifique para convertirla, solo, en el testimonio de un pervertido.

Borges, como Piglia, o como Italo Calvino, nunca se salieron de las grandes lecturas, siempre invitan a hacerlas desde la lejanía del mito, desde la reflexión, desde la belleza. Ningún buen lector volverá a la literatura por simplificarle estilos, temas o técnicas. La literatura condescendiente con el lector, no es sólo una soberana majadería, termina por ser, además, aburrida, insufrible y mala. Y esa es, quizás, la medida que muchos escritores están adoptando: más fácil, más asequible, más ventas. Se olvidan de que publicar no es ser escritor, y que un libro que se venda mucho no es por eso literatura, es sólo un producto, por eso es demandado.

Literatura hedónica, siempre, pero lectura.


Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña | [email protected]

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.