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Después de una dura semana de trabajo, nada mejor que arrancar el fin de semana con el “viernes cultural”, esa reunión de amigos en las esquinas del barrio presagiando ya el descanso y la fiesta. Esta sección pretende hacer eso, arrancar nuestro fin de semana desde esta esquina virtual con cuentos y poemas de autores panameños para que los conozcan y los disfruten. Así que, ¡feliz fin de semana!, con sabor a literatura panameña de la buena.

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]

Mauro Zúñiga Araúz (In memoriam)

Mauro Zúñiga Araúz


Mauro Zúñiga Araúz nació en Panamá en 1943. Fue ganador en 1998 del Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró en la categoría Teatro. Es autor de entre otras obras de la novela Itinerario de un tacaño y de los cuentos de Los lamentos de la noche, que obtuvo una mención de honor en el Miró de 2001. Fue uno de los fundadores del movimiento CO.CI.NA y gran luchador por los derechos humanos. Un escritor valiente y lúcido que nos dejó hace poco. Celebramos su vida leyendo su obra.

El pájaro muerto

Alvarito trasladó la furia de su alegría en un dolor interno al ver al pájaro muerto. Había confeccionado el biombo cuando distinguía a los ruiseñores posarse en las ramas del árbol de mango cerca, muy cerca del portal colonial de su casa grande. ¡Qué lindo son para estar vivo! Eso no lo pensó porque es la herencia cultural del hombre.

Su corazón se detuvo en la garganta al golpear la piedra contra el frágil animal. ¡Qué alegría! ¡Lo maté! Ese pensamiento estremeció todas las fibras profundas de su alegría. ¡Qué alegría, yo lo maté!, mientras corría para verificar su crimen. La melodía del ruiseñor se congeló en un eterno pasado. El pájaro estaba muerto. Sus patitas posaban para que las contemplara el sol.

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Qué cruel es la naturaleza por permitir destruirla y hacernos infelices. La alegría del pájaro me arrancó la mía. “Eres feliz, pajarito —le dijo Alvarito—. Gracias por haberme despertado”.

El trabajo de Catalino

Catalino era el hermano menor de su madre. Nació y vivió en Villa Linda y solo en dos ocasiones vino a la capital. Trabajaba de las oportunidades, cada vez más escasas. Mi padre, un político influyente, le gestionó un empleo en la Gobernación. Catalino se hospedó en mi casa.

El primer día de trabajo llegó tarde. El jefe de personal le llamó la atención. Para evitar esas molestias, decidió bañarse antes de acostarse; así ahorraba tiempo en la mañana. Lamentablemente, volvió a llegar tarde y fue sorprendido otra vez. Decidió bañarse y desayunar antes de dormir, pero llego tarde por tercer día consecutivo. La llamada de atención se convirtió en una amenaza. “¡La próxima vez…!” Él no quería regresar a Villa Linda. Decidió bañarse, desayunarse y vestirse por la noche, de manera que, al sonar el despertador salía rumbo a la puerta. Al cuarto día fue despedido.

Catalino regresó a Villa Linda sin el despertador, allá no lo necesitaba: no había apuros. La naturaleza se despierta despacio. Los primeros rayos de sol besan con ternura los cuerpos dormidos. Los cantos de los gallos despiden las madrugadas frías. Los ruiseñores revolotean de melodías en las casas que no conocen la prisa. Así es la gente de Villa Linda: se despiertan cuando se abren los pétalos y se acuestan cuando se esconden los pájaros. Vida humana y naturaleza es lo mismo. La corta estada de Catalino en la capital fue como un torbellino que le alborotó todas sus células. Catalino en la capital era otro. Ordeñar la ubre de las vacas mansas, manejar un tractor por las grandes mesetas verdes, cargar en un motete un ciento de naranjas, eran actividades, todas, que no conocían el dinero, pero que volvieron a colocarle a Catalino, sus células en orden. Dice mi padre que cuando visitaba Villa Linda, Catalino se escondía. Primero pensaba que era de pena, ahora sabe que era por el miedo a que un “nuevo trabajo” le revolcara, el apacible manantial de su profundidad.

El encuentro

Al despertar, estaba mi padre. Mantenía la misma sonrisa que dejó en mis ojos. Me abrazó. Me preguntó por Juan, mi hermano menor. Le dije que estaba preso. Dejó escurrir una lágrima solitaria que se esfumó sin tocar la boca. Me preguntó por Carlos, mi hermano mayor. Le dije que estaba preso. Lloró por los dos ojos abiertos. Me preguntó por Victoria, mi única hermana. Le dije que estaba presa. Siguió llorando. Entonces me preguntó por mí. Me acabo de morir, le dije. Una luminosidad transparente le inundó sus ojos tristes. Me abrazó con una fortaleza virgen. Las lágrimas se fueron a empañar otras visiones.

Tomados de Los lamentos de la noche


Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña [email protected]

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.