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Dr. Miguel A. Cedeño T.

Hace varios años, Sarah Galloway, una joven inglesa de 25 años, cursaba su último año de la carrera de Química cuando todo empezó cambiar. Comenzó a tener alucinaciones en las que veía salir de su cuerpo orejas de conejo o patas de araña.

 “No sólo las podía ver, las podía sentir”, agrega. Además, pensaba cosas extrañas como que alguien estaba tratando de matarla o que ella tenía que matar a alguien, y muchas de esas ideas la impulsaron a hacerse daño a sí misma. Galloway fue internada con un diagnóstico de desorden bipolar y tratada con antipsicóticos. Sin embargo, un análisis de sangre rutinario mostró algo inusual en su sistema inmunológico.

Sus anticuerpos, programados para defender su cuerpo de invasores hostiles como bacterias o virus, estaban atacando la superficie de sus neuronas e interrumpiendo su normal funcionamiento.

Este descubrimiento le dio un vuelco a su tratamiento: los médicos le suministraron fármacos para suprimir su sistema inmunológico y Galloway empezó a mostrar mejoría.

Existe un creciente interés en las implicaciones etiopatogénicas del sistema inmunitario en los desórdenes mentales, respaldado por estudios previos que sugieren la existencia de una disregulación de la respuesta inmune y un estado proinflamatorio en pacientes con una enfermedad mental, así como la elevada prevalencia de síntomas neuropsiquiátricos en pacientes con enfermedades autoinmunes o que reciben tratamientos inmunológicos.

Ya en los años veinte, del siglo pasado, los investigadores soviéticos S. Metalnikov y V. Chorine, empezaron a trabajar en el condicionamiento de respuestas inmunológicas utilizando un estímulo condicionado único con el propósito de inducir producción de anticuerpos.

Ellos introdujeron el concepto de inmunidad condicionada.

Luego el fisiólogo Walter Cannon,mientras desarrollaba sus estudios sobre mente-cuerpo, acuñó el término homeostasis en su trabajo The wisdom of the body.

Allí describió los mecanismos fisiológicos que intervienen en un equilibrio físico-químico esencial para el organismo y demostró cómo el estado emocional de un animal, ya sea, ansiedad, estrés o rabia, puede acompañarse de la detención de movimientos del estómago.

Por otro lado, Hans Selye desarrolló el concepto de síndrome general de adaptación, un conjunto de cambios psicofisiológicos que padecían ratas expuestas a diferentes agentes nocivos en el laboratorio como una reacción del organismo ante condiciones nuevas, y que años después lo llevaría a acuñar el término estrés.

En 1975, con los trabajos del psicólogo Robert Ader y el inmunólogo Nicholas Cohen, se acuñó el término psiconeuroinmunología a partir de estudios que demostraban que una señal aversiva canalizada a través del sistema nervioso condicionaba respuestas en el sistema inmune.

Debido a que frecuentemente los factores inmunológicos y nerviosos se asocian con factores endocrinológicos, se habla del término psiconeuroinmunoendocrinología (PNIE) (Rev de Psiquiatr y Salud Men. Vol 11. Issue 2. April–June 2018, Pages 115-124).

El sistema nervioso central, el sistema endocrino, el sistema nervioso autónomo y el sistema inmunitario, forman un gran circuito intersistemas.

De esta forma, así como los sistemas endocrino y nervioso llevan información al sistema inmune vía hormonas y neurotransmisores, el sistema inmune lleva información a los sistemas endocrino y nervioso vía citoquinas (proteínas cruciales para controlar el crecimiento y la actividad de otras células del sistema inmunitario y las células sanguíneas. Cuando se liberan, le envían una señal al sistema inmunitario para que cumpla con su función. Están asociadas con los procesos de inflamación, así como la diferenciación y la muerte celular).

La influencia de factores inmunológicos en algunos trastornos psiquiátricos parte de diferentes observaciones.

Por un lado, existen enfermedades autoinmunes como el lupus eritematoso sistémico y la encefalitis por anticuerpos anti-NMDA que cursan con una elevada incidencia de síntomas psiquiátricos.

Además, estudios en los que se han administrado moduladores del sistema inmunológico a animales o humanos han disparado síntomas psiquiátricos.

En modelos animales, la inyección de citoquinas proinflamatorias como la interleukina 1 (IL-1) y el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) producen un comportamiento similar al aislamiento social.

De igual forma, en humanos, la administración de endotoxinas induce anhedonia y desactiva el núcleo acumbens, región implicada en los circuitos de respuesta cerebral a la recompensa.

Otro dato reconocido es que el tratamiento de la hepatitis C con interferón alfa (IFN-α) induce síntomas depresivos frecuentemente. Además de los trastornos autoinmunes antes señalados, existen otros desórdenes de esta índole asociados también a trastornos mentales como el trastorno autoinmune neuropsiquiátrico asociado a estreptococo (PANDAS) y otras encefalitis autoinmunes.

En sentido inverso, existe evidencia clínica y de laboratorio que demuestra que alteraciones en la inmunidad celular y humoral son más frecuentes en pacientes con desórdenes mentales comparados con personas sanas.

La sobreexposición a mediadores de estrés celulares, endocrinológicos e inmunológicos, por ejemplo, conduce con frecuencia al desarrollo de enfermedades.

Igualmente, en las últimas décadas se han descrito alteraciones en la activación de la respuesta inflamatoria a varios niveles en pacientes con depresión, en forma de disminución de linfocitos B, T, T helper y T supresores.

Incluso se ha descrito un subtipo de trastorno depresivo asociado a citoquinas, denominado ICAD por sus siglas en inglés (inflammatory cytokine-associated depression).

También se ha demostrado un estado proinflamatorio con un aumento de niveles de dichas citoquinas en pacientes con esquizofrenia respecto a controles sanos, así como niveles elevados de citoquinas proinflamatorias en las recaídas psicóticas, una reducción de los niveles de diferentes citoquinas proinflamatorias tras el tratamiento antipsicótico y la consiguiente mejoría clínica, y aumento de algunas citoquinas, como la interleukina 6 (IL-6), incluso antes de desarrollar una psicosis en poblaciones de riesgo.

De la misma forma, en el trastorno bipolar se ha relacionado un estado proinflamatorio con el perfil clínico que incluye mayor severidad de síntomas maníacos, depresivos y cognitivos, antecedentes de tentativas suicidas y una mayor duración de la enfermedad.

También en un metaanálisis de 20 estudios que exploraron la relación entre factores inflamatorios y el diagnóstico de trastorno de estrés postraumático (TEPT) respecto a controles sanos, se demostró un incremento de los niveles de IL-6, IL-1 e interferón gama (IFN-γ) en el TEPT, asociándose los niveles de IL-1 con la duración del trastorno y los de IL-6 con la severidad sintomática.

Niveles elevados de citoquinas han sido descritos también en otros trastornos de ansiedad, incluyendo la ansiedad generalizada, el trastorno de pánico, las fobias o el trastorno obsesivo compulsivo (TOC), sugiriendo que los hallazgos no son específicos de un trastorno de ansiedad concreto.

En pacientes con trastornos de la conducta alimentaria también se han descrito niveles aumentados de citoquinas proinflamatorias y marcadores de estrés oxidativo.

 Otro metaanálisis de estudios en anorexia nerviosa sugiere que existe un aumento de los niveles de TNF-α, IL-6, IL-1, y TNF-R-II y un descenso de los niveles de proteína C reactiva (PCR) e IL-6R respecto a controles sanos. (Rev de Psiquiatr y Salud Men. Vol 11. Issue 2. April–June 2018, Pages 115-124).

En la siguiente parte de este artículo continuaré abordando la fundamental e interesante, pero no del todo conocida, relación entre la PNIE y los trastornos mentales.

Miguel A. Cedeño T

El autor de este texto es el doctor Miguel A. Cedeño T., psiquiatra y catedrático de Psiquiatría Clínica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá.