Dr. Miguel A. Cedeño T.
En 1970 un grupo de misioneros holandeses se internó más de cien kilómetros dentro de la inaccesible selva del sureste de la provincia indonesia de Papúa, la cual forma parte de una isla incluida dentro del archipiélago de la Polinesia.
Allí tropezaron, en un momento dado, con miembros de la tribu Korowai, un grupo humano de cazadores-recolectores y horticultores nómadas que jamás habían visto a un hombre blanco.
Muchos aspectos asombraron a los europeos de este pueblo primitivo. Uno de los más sorprendentes fue que los Korowai eran unos expertos arquitectos que construían sus casas sobre enormes árboles regionales de nombre Banyan y Wanbon, que a veces alcanzaban hasta 40 metros de altura.
Estas casas las apuntalaban con postes de madera que colocaban en las esquinas, mientras cubrían su techo con árbol de Sagú unido con rafia, y subían a las mismas gracias a un árbol dentado que les servía de escalera.
De esta forma, los Korowai se protegían de mosquitos transmisores de enfermedades, animales depredadores y tribus enemigas, además de creer que en la altura se libraban de los malos espíritus.
Por otro lado, estos aborígenes utilizaban taparrabos, habitualmente de hojas de plátano, y su dieta era a base de jabalí, ciervo, sauco, plátano y hojas.
Sin embargo, nada de esto llamó tanto la atención del morbo occidental como la leyenda no constatada de que practicaban el canibalismo, algo que algunos creen practicaron hasta los años ´80 en detrimento de los que consideraban khakhua o brujos, que según sus creencias, eran personas que tomaban la forma de hombre y eran los responsables de las muertes misteriosas de los miembros de la tribu.
Este canibalismo, una práctica abandonada por casi toda la humanidad desde hacía mucho, bien podría estar ligado, como explicaré más adelante, a ciertos desórdenes mentales presentes en algunos miembros de la tribu.
Para un psicólogo o psiquiatra evolutivo, lo interesante del encuentro entre estos dos grupos humanos con cerebros morfológicamente similares, pero moldeados de forma muy diferente, habría sido la reacción de sus integrantes.
Los Korowai, que parecían anclados en la edad de piedra, hablaban una lengua desconocida y muy diferente a cualquier lengua occidental, por lo que ambos grupos retrocedieron a los albores de su origen y comenzaron a comunicarse por señas (lenguaje mímico), el primer lenguaje utilizado por los sapiens.
En cuanto a la reacción emocional, una de las funciones psíquicas más primitivas, los nativos indonesios sufrieron un choque supremo, ya que además de no haber observado nunca un hombre blanco, tampoco conocían la vestimenta occidental, y mucho menos la cámara de fotos y otros instrumentos que llevaban los europeos, no así estos que ya estaban familiarizados con diversos grupos humanos, incluyendo tribus polinésicas parecidas.
Sin embargo, lo más llamativo fue cuando un anciano korowai rompió en un frenético llanto al avistar a uno de los misioneros blancos, sin que se supiera si lo hacía por alegría, rabia, temor o tristeza, aunque una foto del momento pareciera sugerir cualquiera de las dos últimas emociones, imagen que también mostraba al misionero tratando de consolarlo con compasivos e indecisos gestos.
Es importante señalar que cuando los antropólogos desean estudiar grupos humanos lo más parecido posible al hombre primitivo, recurren a las tribus polinésicas, muchas de las cuales han modificado poco la forma de vida de los primeros sapiens.
Así, el encuentro de Papúa rozaba la ficción, siendo que el hombre primitivo, encarnado en una tribu desconocida, se reunía con el hombre moderno del siglo XX después de miles de años de separación evolutiva.
Los primeros contaban con un cerebro y una mente forjada en un ambiente natural y selvático en el cual recolectaban y cazaban como los sapiens de la edad de piedra, mientras el cerebro y la mente de los otros venía moldeada por todos los cambios científicos, culturales, sociales y tecnológicos acumulados a lo largo del desarrollo de la civilización occidental.
Entre ambos grupos todo contrastaba, pero el lenguaje mímico, una de las formas primigenia de expresión del pensamiento, así como la innata y primitiva capacidad emocional, permitieron al final la comunicación e interacción de los mismos. Siendo humanos, ambos apelaron a lo que los unía desde su origen.
La evolución humana cada vez es más tomada en cuenta para explicar diversos fenómenos biológicos, y actualmente se clama para que sea más incorporada en las carreras de Medicina.
Así, el prominente genetista Theodosius Dobzhansky afirma que “nada en la Biología tiene sentido, excepto a la luz de la evolución”, mientras que el respetado psiquiatra Randolph Nesse, sostiene que “la Neurociencia no es suficiente, la evolución es esencial”.
En este sentido, dos especialidades de las ciencias de la conducta, la Psicología y la Psiquiatría evolutiva, estudian la conducta humana normal y patológica desde la evolución filogenética y el desarrollo ontogénico.
La conducta normal ya la he descrito implícitamente en mis artículos anteriores sobre el desarrollo y la evolución del pensamiento humano, sin embargo, tanto el pensamiento como otras funciones psíquicas, fueron cambiando desde nuestros antepasados de acuerdo al entorno y las situaciones que les tocaba vivir, siendo su objetivo principal la subsistencia como especie.
Muchos de los cambios mentales, y por ende conductuales, que se fueron produciendo, y que en un momento dado fueron necesarios, tuvieron diferentes destino, ya que algunas conductas al no ser necesarias, fueron desapareciendo con el transcurrir del tiempo (el canibalismo podría ser una), otras que aún son necesarias, se han mantenido con nosotros y son consideradas como normales, pero otras han permanecido de forma tal que siendo necesarias y normales antes, hoy son consideradas como anormales o patológicas.
Según el psiquiatra español Vicente Moreno, lo que pudo ser útil anteriormente ha podido quedar fijado evolutivamente, pero puede devenir en inconvenientes si las circunstancias cambian de modo tan marcado, algo muy acrecentado en nuestros días en que la tasa de evolución genética humana ha aumentado mucho recientemente, coincidiendo esto con nuestra aceleración cultural, pero a un ritmo menor que el del entorno humano reciente, y por lo tanto, ésta no puede proporcionar la misma capacidad adaptativa que proporcionaba en otros entornos anteriores (en el pleistoceno, por ejemplo, no había vida de ciudad, no existían afiliaciones políticas ni se debatía sobre la anticoncepción).
Moreno sostiene la posibilidad que la transmisión cultural, e incluso la experiencia biográfica, tengan un efecto multiplicador en la complejidad de la actividad mental humana, sumando su sutil efecto sobre el cerebro a la más manifestada expansión anatómica previa de la especie, pero lo anterior también tiene sus dificultades, ya que, entre más compleja es una red neuronal, más vías potenciales hay para su desequilibrio. (V. Moreno. Las puertas abiertas de la cordura. Ed. Biblioteca Nueva. 2009).
A partir de estos principios claves, algunos neurocientíficos han elaborado diversas teorías tratando de explicar el origen de los trastornos mentales desde el punto de vista evolutivo.
La esquizofrenia, un trastorno mental grave por el cual las personas interpretan la realidad de manera anormal y puede provocar una combinación de alucinaciones, delirios y trastornos graves en el pensamiento y el comportamiento, afectando así el funcionamiento diario al punto de llegar a ser incapacitante, y por consiguiente, considerada la enfermedad paradigmática de la Psiquiatría, es una de las más estudiadas por las teorías evolutivas propuestas.
Se estima que la aparición de este desorden psicótico podría corresponder a la última oleada migratoria de los sapiens primitivos hacia Australia, cuyos aborígenes fueron aislados del resto de la humanidad hace aproximadamente 60,000 años atrás, siendo que esta enfermedad ha sido observada en estos nativos, algo que habla de su gran antigüedad en el planeta.
Expertos en el tema como J.D. Farley y P.L. Randall, señalan a la esquizofrenia como un subproducto desfavorable de la evolución del cerebro humano, sosteniendo el primero que la misma es una variante extrema del comportamiento que resulta en personas desadaptadas y vulnerables a la psicosis, mientras el segundo, afirma que ésta responde a anormalidades en la conexiones neuronales que él denomina “desconexiones desadaptadas” y que responderían anormalmente al entorno de una determinada época.
Por el contrario, otros expertos en el tema como J.M. Kellet y D. F. Horrobin, destacan las ventajas evolutivas de la esquizofrenia y los trastornos afectivos. El primero señala que la esquizofrenia en su momento podría haber ayudado a instintos territoriales del hombre primitivo, mientras que los trastornos afectivos podrían haber ayudado en las tensiones jerárquicas de la negociación. El segundo, por su parte, refiere que ambas psicosis tendrían atributos para el hombre primitivo, ya que la manía induce energía dinámica y la paranoia genera prudencia.
El mismo V. Moreno agrega, que el mecanismo biológico de la suspicacia, un síntoma muy frecuente en los trastornos psicóticos actuales y que puede alcanzar categoría de delirios paranoides, en tiempos primitivos representaba una ventaja, ya que alertaba contra ciertos enemigos y depredadores en aquellos entornos. Esta reacción pudo haber quedado fijada evolutivamente en etapas anteriores prolongadas, sin embargo, tal mecanismo neural, no sólo resulta disfuncional en el medio actual, sino que podría facilitar la aparición de graves problemas mentales. (Can J Psychiatry 2003:48:34–39).
Debo agregar con respecto a los trastornos psicóticos, que algunas culturas primitivas que tienen miembros con este tipo de desorden, suelen sacrificarlos al ser considerados poseídos por malos espíritus. Por lo tanto, aunque esto no es comprobado, bien pudiera ser este el origen del canibalismo contra los khakhua o brujos de los Korowai.
Otros de los trastornos mentales cuyo origen ha tratado de explicarse evolutivamente es la depresión, una enfermedad que causa un sentimiento de tristeza constante y una pérdida de interés en realizar diferentes actividades.
Existen muchos modelos que han tratado de explicar la función adaptativa de la depresión, como por ejemplo: la pérdida de la jerarquía en la lucha social, escenificación de la rendición y sumisión, forma de lograr el cambio de motivación al no lograr un objetivo, función de búsqueda de apoyo social, paralelismo con la fase de desesperación del experimento de separación de crías de monos de sus madres, hibernación, etc.
En un importante artículo, los españoles F. Montañés Rada y M. T. de Lucas Taracena, afirman que existen mecanismos desencadenantes innatos, consistentes en receptores y redes neuronales prefijadas genéticamente que se activan antes señales específicas.
Ellos consideran que los mecanismos desencadenantes innatos pueden tener excesiva sensibilidad en determinadas personas, por lo tanto, algunos sujetos bipolares pueden generar respuestas incorrectas ante un evento adverso que puede generar depresión pero también manía.
Así, el cambio de sensibilidad también puede originar una depresión mayor ante un acontecimiento que antes sería sólo un trastorno adaptativo, en consecuencia, se puede concluir que el humor alto o bajo, los trastornos adaptativos, algunas hipomanías y depresiones por duelo son adaptados filogenéticamente para producir esta respuesta. (Actas Esp. Psiquiatr. 2005; 33(0):0-0).
Por otro lado, Esther Cardo y col. han tratado de aclarar el origen de un trastorno que se inicia desde la niñez como lo es el trastorno de déficit atencional con hiperactividad (TDAH), un desorden caracterizado por problemas para prestar atención y controlar conductas impulsivas (se suele actuar sin pensar en el resultado de sus acciones), o los afectados pueden ser demasiado activos.
Las autoras asocian su aparición a una mutación positiva de la repetición del alelo 7 del receptor 4 (DRD4-7R) del neurotransmisor dopamina. La arquitectura de la mutación, su distribución mundial y prevalencia sugieren que apareció en el Paleolítico Superior y que ha aumentado su frecuencia más de lo esperado.
Se ha sugerido que la presencia de DRD4-7R originaría individuos con rápida respuesta en épocas de escasez y situaciones críticas como una adaptación. Por lo anterior, podría haber desempeñado un papel en el éxodo de África hacia Europa y Asia, dado que su distribución es baja en poblaciones estables de Asia y alta en migratorias como en América. La mutación se liga a conductas exploratorias, búsqueda de estímulos novedosos y conductas riesgosas.
Igualmente,los principales rasgos del TDAH como la impulsividad, hiperactividad y variabilidad,se han relacionado con una rápida respuesta a los depredadores, mejor rendimiento para la caza y mayor capacidad de movilidad (emigración).
De esta forma,el TDAH pudo haber representado una ventaja en el pasado para algunas sociedades cazadoras y nómadas, pero los grandes cambios sociales de los últimos siglos pueden haber hecho de sus rasgos una disfuncionalidad en nuestra época. (Rev Neurol 2010; 50 (Supl 3): S143-S147).
Un conocido trastorno de la personalidad, el trastorno antisocial de la personalidad (TAP), a veces llamado psicopatía o sociopatía, en el cual una persona no demuestra discernimiento entre bien y mal e ignora los derechos y sentimientos de los demás, también ha sido explicado desde la óptica de la evolución.
Para F. Montañés Rada, J. M. Ramírez y M. T. de Lucas Taracena, el mismo es una manifestación extrema de algunos rasgos psicológicos expresados por genes presentes en la población normal.
Ellos sostienen que el TAP primario puede ser una expresión fenotípica extrema de un grupo particular de genes llamado de dominio (DO), aunque el TAP secundario puede deberse a otros genes, ya que además del dominio expresado por los DO, hay otros rasgos como el egoísmo y la búsqueda de novedad, codificados por genes del mismo grupo.
Tomando en cuenta que el ser humano es ambiguo ante la jerarquía, por un lado la desafía y se rebela, por otro lado la acepta y la busca, esto último parece ser más fuerte. Cuando se destruye una jerarquía, de inmediato aparece otra, y los antisociales pueden explotar esto buscando ser dominantes.
La expresión del grupo DO está modulado por el sexo vía mediadores endocrinos en primates y humanos. La testosterona, aumentada en algunos antisociales y chimpancés que luchan por jerarquía social, aumenta la irritabilidad y agresividad. Si esto no es modulado por recursos sociales, como la educación, podría aparecer un TAP. (AN. PSIQUIATRIA (Madrid). Vol. 22. No. 1, pp. x-x, 2006).
Otro complejo trastorno mental, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), también ha suscitado el interés de los expertos evolucionistas. El mismo es un desorden crónico (duradero) y frecuente que se caracteriza por pensamientos incontrolables y recurrentes llamados obsesiones, siendo estos pensamientos intrusivos, normalmente de contenido desagradable, que se repiten en la mente de forma involuntaria y casi constante.
La persona suele intentar resistirse a los mismos, sin que le sea posible, lo que le genera enorme malestar. Las compulsiones, por otro lado, consisten en actos repetitivos que el paciente realiza a modo de ritual con el objetivo irracional de evitar que pueda suceder un hecho catastrófico e improbable. Estas últimas tienen como objetivo aliviar la ansiedad que generan las obsesiones.
Según el tipo de obsesiones y compulsiones, las personas con esta enfermedad son denominadas acumuladoras, contadoras, lavadoras, precisas y simétricas, verificadoras, etc. El TOC se ha encontrado en una gran variedad de culturas de los cinco continentes.
La uniformidad de su prevalencia sugiere que podría haber precedido a la migración del Homo sapiens del sur de África hace 45,000-100,000 años.
Una investigación de la base de datos de la eHRA (Human Relations Area Files), concluyó que las tendencias obsesivas del ser humano podrían haber establecido parámetros muy útiles para las futuras generaciones.
Según un artículo de J. Polimeni , J. P. Reiss y J. Sareen, los obsesivos precisos y simétricos han podido evolucionar de lo importante que ha sido la simetría en la elaboración de herramientas de piedras, redes, canastas, así como pirámides, arcos, domos de mayor estabilidad.
Esta conducta precisa y simétrica es muy visible entre los indígenas bororó (Amazonas), waraos (Delta del Orinoco) y tikopias (Polinesia). De igual manera, los obsesivos lavadores, parecen relacionados con la excesiva limpieza que ha sido necesaria para conductas sanitarias adaptativas, como la de evitar infecciones. Los indios waikas, por ejemplo, construyen elaborados filtros en la playa para tomar agua limpia.
Los obsesivos contadores, pudieran estar relacionados con la existencia de un riguroso monitoreo del medio ambiente a través del conteo (clima, cosmos, vegetación), donde se tienen que memorizar muchos datos. Se han descrito subtipos de compulsión numérica en aborígenes marcando días y luna nueva, algo que puede ser observado entre los indios Chippewa de Norteamérica.
Los obsesivos verificadores, suelen asociarse a tribus con excesiva verificación del mantenimiento del fuego, el cual es necesario para recibir calor, cocinar e iluminar, principalmente en grupos en los que se les hace difícil crear el mismo.
Igualmente, la excesiva vigilancia también es importante para escapar de depredadores. Esta conducta es muy común en los pigmeos del valle de Ituri (República Democrática del Congo, África). (YMEHY 2839. 20 June 2005).
El guardar agua, alimentos, leña, ha sido un recurso beneficioso para el sostén futuro del ser humano, y esto pareciera estar relacionado con la conducta obsesiva-compulsiva de los acumuladores.
Por último, los trastornos de ansiedad tampoco han escapado de la lupa evolucionista. Según I. M. Marks y R. M. Nesse, la capacidad de generar ansiedad, como otras defensas normales, ha sido moldeada por selección natural.
Para ellos, los trastornos de ansiedad, como los trastornos de otros sistemas defensivos, son principalmente trastornos de la regulación que conllevan respuestas excesivas o deficientes, y van más allá al afirmar que aún si conociéramos las conexiones de cada neurona y la acción de cada neurotransmisor, nuestra comprensión seguiría siendo inadecuada hasta que también sepamos la función para la que se configuraron esos mecanismos. (Ethology and Sociobiology 15: 247-261. 1994).
Sin duda, la Teoría de la Evolución resulta muy importante para comprender la génesis de los trastornos psiquiátricos tomando en cuenta que la evolución refleja cambios genéticos a través del tiempo, y que las fuerzas evolutivas pueden cambiar cualquier fenotipo arraigado genéticamente.
Dr. Miguel A. Cedeño T.
El autor de este texto es el doctor Miguel A. Cedeño T., psiquiatra y catedrático de Psiquiatría Clínica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá.