fbpx
Pixabay

Por María Mercedes Armas Barrios

La licenciada María Mercedes Armas Barrios es psicóloga egresada de la Universidad Central de Venezuela. Es integrante del Observatorio Venezolano de los DDHH de las Mujeres y del Centro de Investigación Social Formación y Estudios de la Mujer.
@psico.mm.armas
[email protected]

En una cultura donde lo primordial es la juventud, el adulto(a) mayor pudiera llegar a pensar que su vida carece de propósito, pero, ¿quién determina el propósito de la vida?

La persona, a lo largo de su existencia, lo determina de manera consciente. La edad avanzada nos ofrece un reto en este sentido, porque muchas de las relaciones o situaciones que servían de referencia para definir el propósito de vida, ya no están presentes de la misma forma.

Ser madres, padres, trabajadores, profesionales, la fuerza física, la autonomía económica, entre otros, permitían darle un sentido a la vida; mientras que ahora los roles y alcances son diferentes.

Es una reflexión necesaria ya que depende de él o ella, y no de lo que otras personas le asignen. Para ello hay que salir de los esquemas y abrirse a ser creativos; también implica alimentar y validar el deseo de vivir y no solo existir de manera estática.

Algunos de los temas que inciden en el propósito de vida en la etapa adulta mayor:

La autonomía. La pérdida de autonomía duele, porque implica dejar de percibirse y sentirse como era y hay una nueva realidad que no coincide con la forma como se quiere vivir.

Es importante hacer una evaluación del nivel de autonomía en los diversos aspectos de la vida:  físico, mental, económico… ya que es uno de los criterios más determinantes en la calidad de vida del adulto mayor.

Es útil hacer un inventario de las fortalezas y vulnerabilidades y trabajar para fortalecer aquellas áreas y funciones más debilitadas.

Cuando los eventos afectan la autonomía de manera temporal es necesario retomarla lo más pronto posible, para que estos daños no se hagan irreversibles. Esa ha sido una de las consecuencias negativas del aislamiento por COVID-19 por la falta de actividad física, mental, los cambios a nivel económico y las pérdidas o duelos.

El estímulo: puede adoptar varias formas, pero el resultado es el mismo: revitaliza, reanima, impulsa, atrae, fortalece, alienta, alerta, despierta, fortalece, entre otros.

Desde dar un abrazo, bailar, resolver un crucigrama, recibir una llamada telefónica, conocer a una nueva vecina o vecino, aprender a hacer algo nuevo, recibir un masaje, hasta un juego interesante de ajedrez; cualquiera de estas actividades tiene en común que proporcionan estímulo.

Las actividades físicas y mentales; la interacción social, las actividades productivas de ingresos, las relaciones románticas, las actividades artísticas, y muchas más, generan el estímulo necesario y conveniente para fortalecer y mantener la salud física, emocional y mental durante la tercera edad.

Es vital crear espacios para dar y recibir estímulo social y afectivo, dedicar tiempo a actividades intelectuales y a intercambio de temas de interés y actividades físicas que fortalezcan las funciones.

La baja calidad de vida durante la adultez mayor tiene mucho que ver con la ausencia de estímulo que genera una baja de la energía, y una declinación de las funciones, el decaimiento emocional y, poco a poco va dando paso a tristeza o cuadros depresivos.

El adulto mayor requiere revisar conscientemente en cuáles áreas de su vida hace falta la vitalidad que produce el estímulo frecuente y buscar el estímulo que necesita.

Por María Mercedes Armas Barrios