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Autor: Dr. Miguel A. Cedeño

Hace ya muchos años recibí en mi consulta a un joven adolescente acompañado de sus padres. Ambos progenitores me informaron que el joven tenía una conducta antisocial muy violenta.

Al recabar detalles de su historia de vida, la madre me confesó que su esposo, quien había sido un niño abandonado, era extremadamente rígido, y que en una ocasión, cuando su hijo estaba pequeño, sustrajo un dinero de la billetera del padre. Este, al darse cuenta, hizo que el niño pusiera, como forma de castigo, ambas manos en una plancha caliente. Era su forma de transmitirle al hijo que no debía robar. Con los años el hecho tuvo el efecto contrario: el joven inició una carrera antisocial y violenta.

El caso anterior parece encajar perfectamente en el modelo regulador transgeneracional de perturbación de la interacción padre-hijo señalado en un artículo por la doctora australiana Lousie K. Newman y su grupo (Australian and New Zealand Journal of Psychiatry. 2011).

Ellos sostienen que las experiencias tempranas de crianza influyen en el posible desarrollo de las habilidades necesarias, no sólo para el  desarrollo normal de los bebés, sino también en la futura capacidad de ese niño durante su propia crianza.

Agregan que existe un solapamiento notable entre las estructuras cerebrales más afectadas por las experiencias paternales tempranas y las que se utilizan en las conductas de crianza normal.

En otras palabras, el trauma temprano daña algunas estructuras cerebrales importantes para la crianza, por lo tanto un padre maltratado, al estar limitado para criar, producirá el mismo daño estructural en su hijo, limitándolo también para criar a sus hijos en el  futuro.

Volviendo al caso en sí, el abandono sufrido por el padre probablemente influyó en su pobre relación paternal y el maltrato dispensado a su hijo, y a su vez, las funciones mentales de éste quedaron tan afectadas que influyeron en el desarrollo de su conducta antisocial. Y como si fuera poco, casi con seguridad no podría criar normalmente a un hijo, al menos que recibiera una ayuda psicoterapéutica a tiempo y prolongada.

Lo anterior es un círculo que se repite con frecuencia en nuestro medio y probablemente explique, de manera importante, el incremento de los índices de consumo de drogas, delincuencia, trastornos mentales y violencia que afectan nuestra sociedad.

Este círculo resulta patético, si tomamos en cuenta que según la Organización Mundial de la Salud, se calcula que hasta 1,000 millones de niños de entre 2 y 17 años en todo el mundo fueron víctimas de abusos físicos, sexuales, emocionales o de abandono en el último año (Hillis S, Mercy J, Amobi A, Kress H. Pediatrics 2016; 137).

En la actualidad, diversos investigadores han dirigido su mirada a los eventos traumáticos sufridos a temprana edad como causa de distintos desórdenes mentales en la infancia, adolescencia, adultez, y aún en la vejez.

En este sentido, D. Charney, J. Kaufman, C. Nemeroff y P. Plotsky, llevaron a cabo estudios preclínicos que sugieren que el estrés temprano en la vida puede promover cambios a largo plazo en múltiples sistemas de neurotransmisores y en estructuras cerebrales implicadas en la depresión mayor. Ellos sostienen la hipótesis que estos cambios pueden conferir vulnerabilidad para el desarrollo de depresión y otros trastornos psiquiátricos (Biol Psychiatry 779. 2000; 48:778–790).

Por su parte, Sonia Lupien y sus colaboradores, apuntan a que la exposición crónica a las hormonas del estrés, ya sea que se produzca durante el periodo prenatal, la infancia, la niñez, la adolescencia, la edad adulta o en el envejecimiento, tiene un impacto en las estructuras cerebrales implicadas en la cognición y la salud mental.

Para este grupo, el estrés prenatal puede llevar a cambios en la amígdala, el hipocampo y la corteza frontal que se manifiestan en cualquier etapa de la vida (Nature Reviews Neuroscience. Volume 10, 434–445. 2009).

Lo señalado hasta ahora, parece corroborarlo también Stephen Stahl en su obra Stahl’s Essential Psychopharmacology. Neuroscientific Basis and Practical Applications, al aducir que eventos estresantes en la vida temprana, como el abuso físico, emocional o sexual, pueden causar enfáticamente una condición conocida como sensibilización al estrés.

En el mismo, el abuso infantil parece sensibilizar los circuitos a futuros factores estresantes durante la adultez.

Por lo tanto, tras la re-exposición de un individuo sensibilizado a múltiples factores estresantes en la edad adulta, los circuitos ahora se descompensan y el paciente desarrolla un trastorno de ansiedad o un episodio depresivo mayor.

En otra línea, S. De Brito, E. McCrory y E. Viding, utilizando imágenes de resonancia magnética funcional, compararon respuestas cerebrales con expresiones faciales que involucraban  amenazas (caras enfadadas) y no amenazas (caras tristes), en niños que habían sido expuestos a violencia documentada en el hogar, comparados con un grupo control.

Ellos encontraron que el grupo expuesto a violencia familiar mostró más activación de la amígdala derecha y de la ínsula anterior bilateralmente al ser expuesto a las caras enfadadas, pero no así ante las caras tristes al ser comparadas con las caras neutrales.

El grado de activación a las caras enojadas en la ínsula anterior izquierda fue positivamente correlacionado con la severidad de la exposición a la violencia. (Current Biology. Vol. 21. No 23).

Este mismo grupo encontró en otra investigación, que un grupo de niños maltratados, comparado con los no maltratados, mostró una disminución en el volumen de materia gris en la corteza orbitofrontal medial y en el giro temporal medio lateral izquierdo.

El maltrato se ha asociado con el riesgo de incremento del abuso de sustancias, personalidad antisocial y depresión, condiciones caracterizadas por la disminución de la materia gris en la corteza orbitofrontal.

En cambio, la disminución de la materia gris en el giro temporal medio,donde se encuentra la recuperación de la memoria autobiográfica, ha demostrado que caracteriza también a varios trastornos psiquiátricos, incluyendo el estrés postraumático y la depresión (J Child Psychol Psychiatry. 2013 Jan; 54).

Para J. Kim y D. Ciccetti, el maltrato infantil causa una gran desregulación emocional en el niño que luego repercutirá en la edad adulta.

Sin embargo, el impacto en esta desregulación dependerá del tipo, el número y la edad en que se sufrió el maltrato.

Así, el maltrato emocional, la diversidad de maltratos sufrida y una edad muy temprana, producen una mayor desregulación emocional infantil (The J. of Ch Psyc and Psych. Volume 51, Issue 6).

Todo lo anterior nos sugiere que debemos tener en cuenta el papel de las experiencias tempranas adversas en el diagnóstico y el tratamiento de adultos con trastornos psiquiátricos, porque el trauma en la  infancia ejerce claramente efectos a largo plazo.

 Sin embargo, también se sabe que los efectos del estrés temprano pueden ser modificados por factores protectores posteriores como el buen cuidado, el cariño y el abordaje psicológico.

Igualmente, los cambios a largo  plazo pueden ser modificados por múltiples intervenciones farmacológicas.

Todo esto abre puertas para aminorar las consecuencias psicológicas de la creciente problemática del maltrato infantil.

Dr. Miguel A. Cedeño

El autor de este texto es el doctor Miguel A. Cedeño T., psiquiatra y catedrático de Psiquiatría Clínica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá.