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Después de una dura semana de trabajo, nada mejor que arrancar el fin de semana con el “viernes cultural”, esa reunión de amigos en las esquinas del barrio presagiando ya el descanso y la fiesta. Esta sección pretende hacer eso, arrancar nuestro fin de semana desde esta esquina virtual con cuentos y poemas de autores panameños para que los conozcan y los disfruten. Así que, ¡feliz fin de semana!, con sabor a literatura panameña de la buena.

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]
Diseño: Carlos García Ponte

La marca del caracol, cuento de Osvaldo Reyes

Osvaldo Reyes


Osvaldo Reyes (Panamá, 1971), es sin lugar a dudas uno de nuestros escritores más queridos y leídos. Es autor de El efecto Maquiavelo, El canto de las gaviotas y Pena de muerte,entre otras obras. Escribe cuento y novela. Es uno de los mejores exponentes del género negro de nuestro país y ha sido reconocido internacionalmente por su trabajo. Una obra sólida y muy bien construida que merece ser leída con atención.

La marca del caracol

En algún momento de mi vida leí que la hora de nuestra muerte está programada desde antes de nacer. Nuestras células inician un conteo regresivo desde el mismo segundo en que ese inquieto espermatozoide encuentra al esquivo óvulo, sin que ninguno de los dos pueda imaginar el cataclismo que están a punto de engendrar y que en cuarenta semanas liberarán al mundo. Si ustedes son más espirituales podemos decir que, no importa lo que hagamos, terminaremos en el lugar donde se supone que debíamos estar justo cuando el piano que cuelga de un cable de acero se desprenda, cayendo a toda velocidad sobre nuestra frágil bóveda craneal. 

            Puedo sonar pesimista, pero tengo todo el derecho. Estoy caminando hacia mi muerte y la culpa la tuvo un caracol.

            Tengo un hermano llamado David. No compartimos sangre, es una relación de amistad forjada a lo largo de los años y cimentada en la necesidad de llevar algo de dinero a nuestras casas. David tiene un padre alcohólico y una hermana de nuestra misma edad que prefería estar con nosotros antes que quedarse en casa. Yo tengo una madre con serios problemas de ludopatía.

Escapamos de nuestras casas apenas tuvimos la valentía para hacerlo y nos volvimos expertos en estafar a las personas. En sacarles el dinero que les sobraba y usarlo para nuestro beneficio, lo que incluía pagarle una adecuada educación a Dalys, la hermana de David. ¿Cómo sabíamos que les sobraba? Ustedes me disculparán, pero si están dispuestos a darles cien dólares a un extraño que dice ser heredero de una fortuna y que les promete la mitad si lo ayudan, ustedes no merecen tener dinero. Es más, si tuviera poderes celestiales, serían candidatos para una muerte prematura.

Levanté la mirada. Las hojas de los mangles, de un color verde oscuro, se mecían como si se estuvieran despidiendo. Su contorno apenas visible con la ayuda del sol naciente. A lo lejos podía escuchar el correr del agua. Me acercaba a mi destino.

            No era el primer amanecer que me atrapaba caminando por ese sendero, pero sería el último.

            David me propuso un trabajo. Algo fuera de nuestra zona de confort, pero con ganancias más sustanciales. Robar una casa de playa que permanecía desocupada la mayor parte del año. Aseguraba conocer el interior y la localización de una caja fuerte. Debí pensar en lo extraño que sonaba. ¿Quién en su sano juicio deja algo de valor en una casa sin protección, así sea dentro de una caja fuerte?

            No me puse a analizar. Estaba acostumbrado a ganarme la vida sin mucho esfuerzo y entrar en una casa no me parecía demasiado peligroso. Esa noche rompimos una ventana y entramos. David avanzó en silencio hasta el final de un largo pasillo. Abrió una puerta a su derecha y se perdió en las sombras. Yo dejé el maletín donde traía todo lo necesario para violar la caja fuerte en el piso y atravesé el umbral. Apenas lo hice, una luz se encendió y tuve que cerrar los ojos para protegerlos. Me tomó casi diez segundos atreverme a abrirlos de nuevo. Cuando lo hice, sentí mi corazón saltarse un latido.

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            Un señor mayor me estudiaba desde su posición en un sillón de cuero negro. A su lado, dos hombres me apuntaban con sendas armas. No sabía mucho de esas cosas, pero el grosor de sus cañones auguraba un agujero en mi anatomía de tamaño suficiente como para convertir el trabajo del patólogo en un mero ejercicio de armar piezas.

            Eso no fue lo que me congeló. Fue ver a David apuntando un arma más pequeña directo a mi cabeza.

            -¿Qué pasa?, pregunté.

            -No puedo seguir viviendo de estafas menores, dijo David sin bajar el arma.

-Dalys va a entrar pronto en la Universidad y eso cuesta dinero. Me ofrecieron trabajo en otra organización y acepté.

            -Esas son buenas noticias, dije sin captar que toda la frase la enunció sin usar el plural una sola vez.

            -Exacto. Mi única condición fue que me ayudaran.

            -¿Ayudarte? ¿Con qué?

            David se metió la mano libre en el bolsillo del pantalón. Cuando la sacó pude ver en su palma un pequeño objeto redondo. Era el caparazón de un caracol. Blanco casi en su totalidad, con una mancha roja en todo el centro.

            Un regalo que le hice a Dalys. Llevaba saliendo con ella más de tres meses y en un arrebato romántico, por completo ajeno a mi carácter, le di el único recuerdo que me llevé de casa. Un regalo de mi padre a mi madre cuando se hicieron novios. Cuando él no se imaginaba que moriría de un infarto a los 38 años al enterarse del préstamo que ella pidió para pagar sus deudas de juego y del cual solo le quedaban dos mil dólares, sin haber cancelado ni una sola de sus cuentas pendientes.

            Ese caracol representaba tiempos mejores. Era un símbolo de mi deseo de pensar más allá del momento. De planear algo duradero.

            David no lo vio así. Su hermanita no se iba a casar con un don nadie. Encontrar ese caracol y recibir la invitación de la versión criolla de Don Corleone era una de esas ironías cósmicas que solo servían para complicar la existencia de los simples mortales.

            Sus nuevos amigos rehusaron ensuciarse las manos, lo ayudarían con el cadáver, pero el trabajo sucio era su responsabilidad.

            Al llegar al final del sendero me di la vuelta y lo miré a los ojos. Era nuestro sitio favorito para pescar. Dudaba de que la elección de plaza de ejecución fuera algo dejado al azar. A lo lejos, uno de sus nuevos amigos vigilaba el correr de los eventos.

            -Lo siento. No quisiera tener que hacer esto, dijo David.

            Me regresó el caracol. Lo llevé a mis labios y le di un beso a la mancha roja. Luego lo coloqué en el bolsillo de mi camisa.

            -Claro que quieres , dije tocando el caracol a través de la tela.

            David miró el gesto, sus pupilas se enfocaron en mi rostro apacible y sonrió levantando el arma.

            -Sí. Tienes razón.

Tomado de 13 candidatos para un crimen


Coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña:
Pedro Crenes Castro

[email protected]
(Panamá, 1972), es escritor. Es columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.
https://senderosretorcidos.blogspot.com/