El Dr. Iván Mendoza Brito, cardiólogo e internista, quien trabaja como jefe de la Unidad de Cardiología del Jackson Memorial Hospital West, Miami, Florida, viajó a Venezuela para implantar por primera vez en el país un marcapasos inalámbrico. También participó en el Congreso Venezolano de Cardiología 2024 a propósito del 70 aniversario de la Sociedad Venezolana de Cardiología. Esta crónica, entre ciencia y poesía, demuestra que la cardiología venezolana no pierde el pulso ni el paso
Por: Faitha Nahmens Larrazábal
Faitha Nahmens Larrazábal. Periodista venezolana, es comunicadora social, escritora e investigadora. Es autora de Franklin Brito, anatomía de la dignidad y coautora de Ahora van a conocer al diablo
El corazón, indiscutible protagonista de la escena, está en la mira. El órgano que inaugura la existencia y la anuncia con sus conmovedores latidos desde que es gestada, con inusitado interés atrapa la atención de galenos, periodistas, pacientes, curiosos y medio mundo. Ese órgano con forma de pera invertida, carnoso y rojo, que vibra al lado izquierdo del pecho, y en la poesía, y en todas las canciones de amor —si partío o si no me lo rompas, si allá viene o si vengo a ofrecerlo—, y en el imaginario no sólo romántico sino religioso y antropológico, va de boca en boca en redes sociales, artículos sesudos y en congresos convocados en su nombre. Ahora mismo es diseccionado bajo los cenitales y convertido en victoria, como si no lo fuera siempre. Es el promotor de la vida, le lleva el pulso. Y es la vida misma.
Órgano del tamaño del puño de cada quien e imbatible compañía a lo largo de la trayectoria, la que trazará en zigzag, con líneas picudas hacia arriba y hacia abajo, hasta su último aliento —también el nuestro—, atrae los cenitales gracias a un invento de la ciencia que se vuelve respuesta eficazmente sanadora, es decir, promisoria: un marcapasos del tamaño de una grajea que para oficiar se desembaraza de cables y enchufes, y cuya implantación no requiere de cirugías y apenas leve sedación, mucho menos de terapia intensiva: no superan los 24 horas los lapsos de recuperación, no hay hospitalización.
El adminículo que provoca reacciones eufóricas en la comunidad científica planetaria y podría ser la clave del fin de las arritmias, taquicardias y descontroles del pulso llegó a Caracas, donde ya un primer paciente se benefició de las bondades del producto. La hazaña ha puesto en vilo al país en trance: la ejecutoria estuvo a cargo de médicos con el gentilicio venezolano. Y está por repetirse.
El cardiólogo venezolano Iván Mendoza Brito, jefe de la Unidad de Cardiología del Jackson Memorial Hospital West, Miami, Florida, con un currículo rebosante de posgrados y doctorados y lo mejor, afirma, el título de médico obtenido en la Universidad Central de Venezuela, “donde tuve a los mejores profesores del mundo, no hay parangón, y no exagero, no he visto en el mundo profesores como los que tuve en Venezuela”, vino a Caracas para hacer la primera implantación del adminículo en el país.
“No, yo solo no, lo hicimos con un equipo en el que participaron los doctores Heliodoro Rodríguez, Chamia Benchetrit Kadoch e Iván Mendoza Mejía, mi padre” y colega favorito. Sí, lo hizo con un equipo linajudo de cardiólogos con quienes aprovecharía para reencontrarse. Apretada agenda, dará conferencias y entrevistas, y contará a todos la historia del aparatico al que se le reconoce por haberlo colocado en corazones estadounidenses. Ahora —la decisión es de la marca que lo fabrica—, vuelve a ser el elegido para implantarlo en su país.
En el congreso organizado por la Sociedad Venezolana de Cardiología (SVC) a propósito de su septuagésimo aniversario, celebración que reunió en la capital venezolana durante cuatro días a médicos del terruño y del mundo, la noticia del marcapasos se adheriría pertinaz a cada conversación, debate y charla de café, así como Iván Mendoza Brito, sendas conferencias que no escapan al tema, sería blanco de los flashes. Con pasión que consigue serenar —y su cierto aire con el doctor Will Hastead de la teleserie Chicago Med—, reconstruirá en los auditorios paso a paso la experiencia del implante: el marcapasos no necesitará un bolsillo de piel, no será subcutáneo, no hay necesidad ya de abrirle el pecho a nadie para su colocación: el aparatico entrará por la femoral a bordo de un catéter que lo depositará dentro del corazón donde habitará, con su batería, y sin cables —ni la temida propensión a infecciones—, y permanecerá dentro de la cavidad cardíaca cuando menos por diez años. “Y sólo diez minutos toma el procedimiento”.
Diseccionado en cortes transversales para ser apreciado en láminas, videos y sesudas tesis a los ojos de los presentes, el corazón quedaría al descubierto en cada mesa de trabajo.
Por supuesto que además del impacto del invento del nuevo adminículo, se analizaron otros tópicos, datos estadísticos sobre el auge mundial y nacional de los problemas cardíacos, y sin duda gravitaron en ponencias y también en conversaciones sin micrófonos las circunstancias extremas que atraviesa la medicina pública y privada en el país. En el hotel caraqueño donde tuvo lugar la jornada, en salones y pasillos interceptados por anaqueles con ofertas de muestras médicas y expendios de aromáticos y espumosos cafés con nombres de remedios —el capuchino podía sanar dolores de cabeza—, el marcapaso se abrió camino como historia primordial, pero nadie ignoró el contexto. Ni su influencia en los corazones.
Incansable dinamo que bombea oxígeno por todo nuestro cuerpo que si goza de buena salud, late unas 70 veces por minuto —lo que supone 100.000 palpitaciones diarias: así consigue bombear en un minuto 5 litros de sangre que recorren unos 100.000 kilómetros de arterias y venas—, al corazón se le reconoce como fragua y santuario de nuestras emociones; forja y alacena sentimental. Los que tendrán lugar en aquella inquieta y estelar pieza del cuerpo humano: euforia, angustia, miedo, congoja, amargura, rabia, ternura o amor, su epítome, variables que podría leer o adivinar con el estetoscopio el médico experto.
El cardiólogo e internista venezolano Carlos Mendoza, presente en el Congreso y amigo, no pariente, “pero como si lo fuera”, de los celebérrimos Ivanes Mendozas, padre e hijo, convendrá en que los colegas de su especialidad se interesan cada vez más en la historia emocional de los pacientes a la hora de interpretar en consulta síntomas, reacciones y milagros.
Casi en 90 por ciento de los casos de cardiopatías está el alma del paciente y sus cuitas involucradas. Como aquella que llegó con el corazón a mil —su frecuencia cardíaca casi galopando al borde de los 300, el riesgo de muerte en las narices— a la que el doctor le pedirá, mientras prepara el urgente tratamiento, que respire y piense en un paisaje plácido o mejor, en el amor de su hijo que acaba de llevarla a emergencias y está allí frente a ella, y tan pálido. A los pocos minutos, antes de la inyección de fenitoína, el pecho había dejado de subir y bajar con explosiva recurrencia.
Es que el corazón se hace escuchar sin ambages, pero también escucha. Y se conmueve. Y puede aquietarse con un gratificante estímulo. Fácil colegir o imaginar que también funcionará la sensibilidad en dirección contraria: vivir en un país en crisis es una condición desafortunada en sí misma y con efectos. Ambientes caóticos no ayudarán mucho al combate del estrés, ese mal globalizado y tendencioso.
“Sólo se diagnostica 40 por cientos de los casos de hipertensión, enfermedad de lema terrible: el asesino silencioso”, dirá a bocajarro el doctor Carlos Mendoza. De esa porción incompleta, sólo 20 por ciento se trata.
Entretanto, en el país no pocos lamentan que haya habido un rebrote de enfermedades que se daban por extinguidas —han regresado la tuberculosis y la malaria— debido a la errática y/o ausencia de políticas de salud: “de haberse seguido con los planes históricos, cuando menos, se habrían preservado las victorias otrora alcanzadas”, se lamentará. Se han convertido en quimera los programas de prevención. Caducaron las visitas médicas y las campañas de vacunación. Y quedó extinguida toda información por escrito o medios públicos que pudiera dar cuenta de la situación sin afeites de nuestro sistema sanitario por lo que, sin brújula, resulta cuesta arriba tomar medidas. Sí, desde hace quince años no se publica ni ñe.
A la desinformación oficial, aunque se rasguñan datos y se ventilan con interés donde sea posible, sumar la diáspora médica: se calcula que 3 millones de médicos se han ido para tomar distancia de la anarquía y sus aristas, como lo fue la incorporación de galenos cubanos en hospitales populares, a estas alturas olvidados y desprovistos, debido a la nula inversión en equipos para la atención actualizada de las enfermedades y/o descubrimiento desde sus síntomas en la urgente y ausente medicina preventiva. Añádase, como corolario, la desconsideración continuada para con los propios médicos: los salarios enclenques de la medicina pública son para salir corriendo.
No hay seguridad social estable ni para la gente ni para los médicos que están, que se aferran contra viento y marea, que se vuelven pulpos cubriendo las vacantes. Casi que héroes. La guinda, un sistema eléctrico depauperado que afecta los dispositivos cuando no es que las desahucia; no extraña que un apagón peligrosamente tenga lugar en plena faena. No se les prende el bombillo.
En el cónclave, la mujer sería asimismo motivo de escaneos y objeto de miradas que atraviesan su pecho congestionado: aumenta el diagnóstico de estrés en las féminas, tan afanadas en esto y aquello, y en mil batallas, por añadidura, se hacen cada vez más afectas al consumo del cigarrillo (¡alerta!).
Mendoza Brito verá a su padre, Iván Mendoza Mejía, asentir, reconocer que hay congoja, que hay depresión; y al doctor Carlos Mendoza, casi su padrino, decir que claro que los corazones están afectados. Y quedará claro a la platea la relevancia del músculo elástico —como lo llamaría el cineasta Woody Allen por su veleidosa condición enamoradiza—, de manera tal que todo lo que ocurra en ese templo interior de la intuición y la sabiduría tendrá secuelas contundentes en el organismo, para bien y para mal. Que las cardiopatías que sucedan en el epicentro de esa máquina que es el cuerpo lo afectarán sin ambages. Se confirmará así, pues, la supremacía de ese órgano que es vínculo entre nuestra esencia espiritual y nuestra experiencia terrenal. Las cardíacas son las enfermedades que encabezan el sensible inventario de padecimientos humamos; y puntean la lista de causas de mortalidad, por encima del cáncer o los accidentes de tránsito.
En contrapartida, la tenacidad no puede ser más intensa en este territorio del mapamundi que hace pulso consigo mismo. Al poco auspicioso diagnóstico, por ahora, lo desafía un instinto vocacional a prueba de despropósitos.
Mientras gotea sin parar el bastimento de escollos, los 70 años de la Sociedad Venezolana de Cardiología se convierten en ocasión para la reflexión, la renovación de los comprometidos votos hipocratianos y el intercambio de sabidurías entre voces expertas, doctores de casa e invitados internacionales. Una experiencia que confirma la tozudez y exuda esperanza en la resistencia y permitirá detectar las carencias en la comparación y a la vez confirmar la perseverancia y el ahínco.
Cualidades que serán condiciones propias del doctor Mendoza Mejía, condecorado por la Sociedad Venezolana de Cardiología por su trayectoria mientras es aplaudido sobre todo por su encomiado vástago, el cardiólogo y también electrofisiólogo Iván Mendoza Brito: la medalla que le impusieron a su padre rebotaría con orgullo en el pecho suyo. “Mi papá ha sido una inspiración para mí, y es obvio que no soy el único que lo reconoce”, desliza, “es el investigador más consultado y buscado en las redes, su nombre abre casi 20 mil citas”, dice. Le vendrá luego su turno de felicitaciones.
“Hasta hace nada el tamaño de un marcapasos era el de media mandarina, y si seguimos viendo por el retrovisor llegaremos a los de los años cincuenta cuando estos vitales reguladores eran aparatos que debía cargar el mismo paciente sobre un soporte de rueditas, lo que dificultaba sus salidas de casa con aquel trasto, en realidad el dinamo de su vida a la que se aferraba”, pontificará. “De esa caja del tamaño de un tocadiscos la ciencia pasó al que pendía del cuello, del tamaño de una rebanada de pan cuadrado: ahora se llega a este tan minúsculo que implantarlo amerita una incisión de 5 centímetros, y cero cabestrillo en el brazo”.
Casi 18 años fuera, quien hizo sus prácticas de rural en el Amazonas con los yanomamis y no pierde contacto con Venezuela y sus circunstancias, “a Venezuela la llevo en el corazón”, no concibe más alegría que volver a Caracas de nuevo. Tras doce años sin venir, eso sí, tomándole el pulso al terruño a través de las redes y desde la constante conexión con su padre, llaves ambos, casi uno el alter ego del otro, estará de vuelta a su ciudad natal en cosa de días, para una segunda intervención.
La solución parece estar dando respuestas más que correctas a los pacientes que han sido objeto de sus beneficios, lo que convertirá al nuevo marcapasos en socorrida solución.
Ojalá que, ileso en los escrutinios médicos, sea incorporado a los programas de políticas sociales públicas que se anhelan, cosa que, en la medida de lo posible, y lo bueno debe serlo, pueda ser accesible a todos los necesitados de sus provechos, ajustándose sin traumas a las distintas realidades económicas aquí y en la Conchinchina. Así será, es lo que cada quien anhela. Es una suerte de revolución que funciona: da calidad de vida, regula eficazmente las pulsaciones, puedes pasar por sistemas con magnetos en tiendas o aeropuertos sin que se afecte.
Desde niño Iván Mendoza Brito tenía claro a qué se dedicaría. En ese mundo habitó, hizo nido, se familiarizó, habló su lenguaje y hace rato que nada como pez en el agua. “No, no es fácil, sólo que no te hayas a ti mismo fuera de las circunstancias extremas que es la medicina y sin duda la cardiología, vives tantos momentos complejos así como benditos, la medicina es más que una vocación, así se lo digo a mis hijos: es una forma de existencia”.
Hombre que se ejercita y se cuida, encontrará enriquecedor, para nada inquietante, este reencuentro con lo suyo. “Ha sido una experiencia fantástica, ir a la universidad y dictar cátedra, así como oír a los estudiantes, a los profesores, y las experiencias que cuentan los colegas sobre la consulta: el material da para escribir muchos libros, distinta sí, la narrativa a las que oigo en la Florida, aunque a veces hay días en que todos mis pacientes, sin excepción, cita a cita desde la mañana a la tarde, son venezolanos que me dicen que buscan al doctor que pueda ser pana, que oye, que te ve a los ojos”.
También oiría a tantos deslizar que la situación puede revertirse; él también lo cree. “Estoy persuadido de que podemos ir, o de que vamos hacia ese no sólo estar vivos sino estarnos con calidad de vida”. El país va marcando sus pasos hacia allá.
Por: Faitha Nahmens Larrazábal