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Hisvet Fernández

Cuando decimos sexualidad, ¿qué viene a nuestra mente? ¿qué sentimos cuando nos hablan de sexualidad? ¿en quiénes pensamos? ¿niños y niñas? ¿ancianas/os? ¿o solo en mujeres y hombres jóvenes? ¿qué debemos tratar al hablar de sexualidad?

Tomate unos minutos para responder mentalmente estas preguntas, antes de continuar la lectura.

Cuando se responden estas preguntas en grupos de trabajo constatamos que una abrumadora mayoría de personas tiene asociada la sexualidad con la genitalidad, con las relaciones sexuales, como sinónimo de sexo, con los riesgos asociados al ejercicio sexual, con el pecado o la enfermedad, como parte de la intimidad de cada quien, ajena totalmente a la vida social o pública, de lo que no se habla porque avergüenza.

Vivimos y pensamos en una sexualidad genitalizada, degradada (como pecado o enfermedad), privatizada y construida en oposición. Mujeres y hombres sexos opuestos o complementarios.

Esta sexualidad, como expresión vital de sabernos sexuados/as, ha sido el producto de modelos culturales que favorecen y provocan imágenes alienadas de nuestros cuerpos y de los otros cuerpos.

Hemos vivido una sexualidad que nos ha separado, primero de nuestros cuerpos y que luego nos opone como hombres y mujeres, dentro de una norma heterosexual impuesta, por un sistema sexo-género que reprime la sexualidad para imponer estos dos modelos, que viven en un desencuentro objetivo y subjetivo extrañándonos, negándonos y oponiéndonos. (Maduro Otto, 1978).

La construcción de la sexualidad está basada en marcas corporales visibles que al nacer (incluso antes) partiendo de esos datos anatómicos externos (sexo genital), nos identifican y reconocen como “niño” o “niña”, nos bautizan con el género.

Y así “un discurso cultural” reflejará, entre otras cosas, el ser, el sentir, el qué hacer y el dónde estar considerado propio para la masculinidad y/o feminidad, sustentando lo que se puede llamar la crianza adecuada para ese “cuerpo identificado”.

Las características psico-socio-sexuales que trascienden lo biológico, son reconocidas entonces como propias de dos maneras corporales y se asumen como naturales y previas a la existencia y a la práctica social humana, asignándoles a cada cual según su marca corporal, atributos físicos, económicos, sociales, psicológicos, de identidad, culturales, políticos,espaciales, éticos, llegando incluso a concebir estas características como hereditarias, genéticas y por lo tanto inmodificables e inevitables.

Pero la realidad es que la sexualidad inherente a nuestro ser total, trasciende el cuerpo biológico y se complejiza y realiza en lo subjetivo para dar existencia a la personalidad, que siempre estará cruzada por los ecos de la época histórica y los niveles de conciencia humana alcanzados.

Hisvet Fernández

Psicóloga social, feminista, activista de los DDHH de las Mujeres y los Derechos Sexuales y Reproductivos, directora del Centro de Capacitación para la Vida (Cecavid). Integrante de la Alianza Salud Para Todas. Coordinadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo Lara. 

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