El primer atisbo de esas otras vidas posibles, de ese amplio repertorio del que nos advierte Bioy, surgió un mediodía cuando tenía yo cinco años y caminaba junto a mi madre, que me había ido a recoger al colegio… Así empieza esta historia
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]
Las vidas posibles
Reseña por: Pedro Crenes Castro
Meterse en la piel de otro, dejarse asustar, enamorar o exasperar por un prestidigitador literario, por un mentiroso evidente que no oculta que en realidad «el lugar de la Mancha» sólo existe en el olvido de un personaje que podría haber existido, y es allí, en el «podría», donde está la clave de escritores y lectores
Las vidas posibles
«Un niño no tiene por delante una vida, como un callejón angosto, sino el completo y espléndido repertorio de las vidas posibles. Porque él podrá serlo todo, atentamente escucha en las prodigiosas proezas que le refieren –guerras, naufragios, cacerías de tigres- su propia historia, sus probables y altos destinos. El eco de esta ilusión nunca se apaga y todo en nosotros va envejeciendo, salvo la afición por los relatos. De soñar estos sueños la humanidad no se cansa».
Adolfo Bioy Casares
El primer atisbo de esas otras vidas posibles, de ese amplio repertorio del que nos advierte Bioy, surgió un mediodía cuando tenía yo cinco años y caminaba junto a mi madre, que me había ido a recoger al colegio. «Le metí su buen puñete en toda la cara», le dije, mientras caminaba a mi lado escéptica, y ponía un gestito de «no te inventes cosas», pero solo puso el gesto: creo que le parecía, aunque remotamente, verosímil. Me pegaban en la escuela, «fue Luciano», y yo no era capaz de devolverle la violencia, no por santo sino por miedoso.
Allí, en ese camino de vuelta casa descubrí, sin saberlo entonces, la diferencia entre la vida que vivía y la que quería vivir, entre mentir por salvar el pellejo o por entretener a los demás y a mí mismo de la vida que teníamos.
Luego en el patio, durante el recreo, me inventaba historias de miedo para aterrorizar a mis compañeritos, inocentes ellos, por no tener una abuelita a la que le gustaban las películas de terror. Aun así, yo seguí siendo miedoso durante un largo periodo de mi vida, sobre todo le temía a Drácula: Christopher Lee me atormentó durante muchos años.
En casa, años después, mi hermano me reclamaba cada noche lo que en tiempos bautizamos como «la historia», una serie oral donde mis primos, mi hermano y yo vivíamos toda clase de aventuras, en una búsqueda paralela (cuentista y lector-oidor) de vidas que no eran las nuestras, que la superaban en dicha, libertad y estatus: no vivíamos en Calidonia, ni sufríamos las estrecheces que eran evidentes pero de la que, como niños, no éramos del todo conscientes. La infancia, patria, memoria y olvido a partes iguales.
El lector empedernido vive una enfermedad parecida a la del escritor, a pesar de no querer escribir. Meterse en la piel de otro, dejarse asustar, enamorar o exasperar por un prestidigitador literario, por un mentiroso evidente que no oculta que en realidad «el lugar de la Mancha» sólo existe en el olvido de un personaje que podría haber existido, y es allí, en el «podría», donde está la clave de escritores y lectores.
Si no conmueve, si no transmite, no funciona, y conmover no es solo hacer llorar, es como dice el DRAE: «perturbar, inquietar, alterar, mover fuertemente o con eficacia a alguien o algo»… La clave está en la eficacia, que precipita sobre los lectores un aguacero de vidas y situaciones que le amarguen o que le alegren el día, y de aquí saltamos a la discusión de la capacidad vicaria inherente a la literatura.
Así que Bioy tiene razón en eso de que los niños no tienen delante «como un callejón angosto», sin salida tantas veces, sino un amplio repertorio de vidas posibles. Primero como lectores, luego, quizás, como escritores, pero la verdad es que tenemos, si seguimos caminando por la frase del argentino, futuro, no siempre posible no brillante, pero sí verosímil, solo basta con leer, confiar y trabajar para que al final leamos una historia con posible final feliz, la historia de nuestras propias vidas. Lo fundamental es que no envejezca «la afición por los relatos».
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña y Viernes Cultural | [email protected]
Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.