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Por: Enrique Jaramillo Levi

Han sido casi dos años de pandemia en el mundo, de muerte y enfermedad que no parecen tener fin. Cada vez que podría pensarse que habrá un alto, o al menos una pausa en la marcha del acecho envolvente que se inicia a principios de 2020, lo que ocurre es alguna forma de vuelta de tuerca, y vuelve a darse, despiadado, un fiasco que muerto de risa nos saca de las casillas; y en no pocos casos, de la vida misma.

       Obviamente es muy fácil decirle a los familiares de los muertos, a los enfermos, a tantos que padecen ansiedad y depresión, que lo sentimos mucho, que no desesperen, que todo pasa. Sin pensar que las tragedias solo son de quienes las padecen.

Y por supuesto, uno mismo podría ser, por más que se cuide, la próxima víctima. Ya sea pro-vacuna o anti-vacuna acérrimo. La vida hace su lucha, pero también la hace la muerte desde que el mundo es mundo. Por lo que lo único que nos queda es luchar, pero no todos pueden o quieren hacerlo. 

       Ya jubilado – de la docencia, no de la vida-  me defiendo de la desesperanza de la única manera que sé hacerlo: escribiendo. Más que nunca antes. De todo: ficción breve, poesía, ensayos, artículos de opinión, prólogos, reflexiones…Y últimamente: escribiendo que escribo; reflexionando que reflexiono. 

       A estas alturas, no sé si lo último sirva para algo, pero al menos mantiene ocupada mi mente, la ejercita, la entrena arrancándola de la pereza y de los peligros de incurables enfermedades mentales de apellido alemán; como alguna vez ejercité el cuerpo durante años mediante un acendrado fisicoculturismo mientras publicaba mis libros primerizos, poniendo en práctica el aforismo griego “mente sana en cuerpo sano”…  

       Y es que también la mente tiene una suerte de pequeños músculos poderosos hechos con la fibra viva de los recuerdos y con la sal de las imaginaciones; así como con los resortes siempre inusitados de la intuición y cierto acceso a premoniciones que a veces salen de algún sitio remoto que sin embargo nos resultan cercanísimos si sabemos ser receptivos.

       Además, sobrevivo apoyándome en el cariño cercano o lejano de mis hijos; y en el de mis buenos amigos y colegas (muchos más de lo que pensaba): gratos colchones que de un modo u otro siempre nos sostienen evitando que las heridas del alma nos desangren, a veces sin darnos cuenta siquiera.

       Espero que la normalidad vuelva por sus fueros en algún momento de 2022, haciéndonos a todos más humanos, más solidarios, más dignos de ese maravilloso don que es la Vida.

Enrique Jaramillo Levi

El autor de este artículo es profesor, escritor, editor y promotor cultural