En el contexto específico de pacientes con trasplante renal y enfermedad renal crónica (ERC), la tuberculosis representa un riesgo significativo
Por: Dra. Karen Courville, FACP, SNI

La Dra. Karen Courville es egresada de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá. Realizó estudios en Medicina Interna y Nefrología en el Complejo Hospitalario Dr. Arnulfo A. Madrid. Tiene un Fellow en Investigación Renal del Instituto Mario Negri en Bérgamo, Italia. Investigadora del Instituto de Ciencias Médicas de Las Tablas. Miembro del Sistema Nacional de Investigación (SNI)
La tuberculosis, una enfermedad que ha acompañado a la humanidad durante milenios, fue formalmente descubierta como una entidad específica y contagiosa en el año de 1882 por el médico alemán Robert Koch, quien identificó al agente causal, la bacteria Mycobacterium tuberculosis.
Este descubrimiento no solo proporcionó la base científica para comprender la transmisión de la enfermedad, sino que también abrió las puertas a la búsqueda de tratamientos efectivos. Inicialmente, el manejo de la tuberculosis se limitaba a medidas de aislamiento y a la promoción de la higiene y la buena nutrición, con la esperanza de que el propio sistema inmunológico del paciente pudiera controlar la infección.
Sin embargo, la alta mortalidad y la naturaleza debilitante de la enfermedad impulsaron la necesidad de intervenciones más directas.
Un punto de inflexión en la lucha contra la tuberculosis llegó a mediados del siglo XX con el desarrollo de los primeros fármacos antituberculosos eficaces.
La estreptomicina, descubierta en 1943, marcó el inicio de la era de la quimioterapia contra esta enfermedad. A este primer avance le siguieron otros medicamentos clave como el ácido para-aminosalicílico (PAS) y la isoniacida (INH), introducida en 1952.
La combinación de estos fármacos demostró ser mucho más efectiva que el tratamiento con un solo agente, reduciendo significativamente la carga bacteriana y aumentando las tasas de curación. La introducción de la rifampicina en la década de 1960 representó otro avance crucial, acortando la duración del tratamiento y mejorando aún más los resultados. La disponibilidad de estos tratamientos farmacológicos tuvo un impacto profundo en la epidemiología de la tuberculosis a nivel mundial, contribuyendo a una disminución gradual pero constante en la incidencia y la mortalidad de la enfermedad en muchas regiones.
¿Por qué no desaparece?

A pesar de los avances en el tratamiento, la tuberculosis sigue siendo un problema de salud pública global, y la aparición de nuevos casos está influenciada por diversos factores de riesgo. Estos incluyen condiciones que debilitan el sistema inmunológico, como la infección por el VIH, la desnutrición, la diabetes mellitus, el consumo de tabaco y alcohol, y ciertas terapias inmunosupresoras.
Las personas en contacto cercano con casos activos de tuberculosis también tienen un mayor riesgo de infección. Además, las condiciones de vida precarias, el hacinamiento y el acceso limitado a servicios de salud contribuyen a la propagación de la enfermedad, especialmente en poblaciones vulnerables. En los últimos años, la persistencia de la tuberculosis se ha visto exacerbada por la pandemia de COVID-19, que interrumpió los servicios de salud esenciales, incluidos los programas de detección y tratamiento de la tuberculosis, lo que potencialmente ha llevado a un aumento en la transmisión y el desarrollo de casos no diagnosticados.
Otro factor importante es la aparición de cepas de Mycobacterium tuberculosis resistentes a los fármacos, en particular la tuberculosis multirresistente (MDR-TB) y la tuberculosis extensamente resistente (XDR-TB), que requieren tratamientos más prolongados, costosos y con peores resultados.
Tipos de afectación en tuberculosis

Aunque la tuberculosis pulmonar es la forma más común de la enfermedad, la bacteria puede afectar prácticamente cualquier órgano del cuerpo, incluyendo los ganglios linfáticos, la pleura, los huesos, las articulaciones, el cerebro, las meninges, los riñones y el pericardio.
La tuberculosis es más común en adultos jóvenes y en personas con sistemas inmunológicos comprometidos, pero puede afectar a individuos de todas las edades, desde niños hasta ancianos. Si bien no existe una predisposición por sexo, ciertos factores sociales y ocupacionales pueden influir en la exposición y el riesgo de infección.
La tuberculosis afecta a todas las razas y grupos poblacionales, pero su incidencia es desproporcionadamente alta en comunidades con bajos recursos económicos, en poblaciones migrantes, en personas privadas de libertad y en grupos indígenas, reflejando las inequidades sociales y en salud.
En el contexto específico de pacientes con trasplante renal y enfermedad renal crónica (ERC), la tuberculosis representa un riesgo significativo debido a la inmunosupresión inherente a su condición y a los tratamientos que reciben. Estos pacientes tienen una mayor susceptibilidad a desarrollar tanto la forma activa de la tuberculosis como la reactivación de una infección latente.

El diagnóstico de tuberculosis en estos pacientes puede ser desafiante debido a la presentación clínica atípica y a la posible interferencia de otras comorbilidades.
El seguimiento de la tuberculosis en pacientes con trasplante renal y ERC requiere un enfoque multidisciplinario que involucre a nefrólogos, especialistas en enfermedades infecciosas y personal de enfermería especializado. Se deben realizar pruebas de detección de la infección tuberculosa latente antes del trasplante y durante el seguimiento, y en caso de diagnóstico de tuberculosis activa, el tratamiento debe ser cuidadosamente ajustado considerando la función renal y las interacciones medicamentosas con los inmunosupresores. El monitoreo clínico y microbiológico regular es esencial para evaluar la respuesta al tratamiento y detectar posibles efectos adversos.
Tuberculosis en la región

En cuanto a Centroamérica, la tuberculosis sigue siendo un desafío de salud pública en muchos países de la región, aunque la situación epidemiológica varía entre ellos. Factores como la pobreza, la desnutrición, la alta prevalencia de VIH en algunas áreas y las limitaciones en el acceso a servicios de salud contribuyen a la persistencia de la enfermedad.
Los programas nacionales de control de la tuberculosis están implementando estrategias alineadas con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, incluyendo la detección temprana de casos, el tratamiento supervisado directamente (TAD) y la gestión de la tuberculosis resistente a los fármacos.
Sin embargo, se requieren esfuerzos continuos y fortalecidos para reducir la incidencia de la tuberculosis y alcanzar los objetivos de eliminación en la región.
El 24 de marzo se celebra el Día Mundial de la Tuberculosis, con el objetivo de fomentar un mayor compromiso a nivel local, nacional e internacional, con el fin de promover esfuerzos en la lucha contra la erradicación de la tuberculosis.
A pesar de que esta enfermedad presenta grandes desafíos, existe nuevas herramientas de tecnología en radiología digital asistida por inteligencia artificial, que puede aumentar la detección temprana, las pruebas moleculares rápidas proporcionan un diagnóstico oportuno y los tratamientos que han ido modificándose, son más cortos y los planes de supervisión logran que el paciente pueda completar el tratamiento, asegurando la cura, lo que disminuye la mortalidad para el paciente y su familia.
Por: Dra. Karen Courville, FACP, SNI